Quizás hayan oído que “lo que diferencia al hombre del animal es que el hombre es heredero y no un mero descendiente”. La frase —de Ortega y Gasset— me hace pensar en Eithan Jesús Brenes Alvarado, el espléndido bebé cinco millones que llegó a Costa Rica en agosto.  El Hospital San Vicente de Paúl en Heredia vio nacer al más simbólico de los bebés bicentenarios.

Es hijo de una pareja de Varablanca descendiente de agricultores y ganaderos. El bebé es primo potencial de cualquiera de nosotros —según confirmó un experto— quien agregó que Eithan Jesús es pariente lejano del escritor Carlos Luis Fallas y del expresidente Bernardo Soto. Sus apellidos, inconfundiblemente costarricenses, llegaron a Costa Rica en el siglo XVII.  Visto como descendiente, la historia es clara.

Visto como un heredero la pregunta es: ¿Qué queremos que reciba de Costa Rica?

Antes de aterrizar en el terruño —y para ganar perspectiva— debo decir que en julio vi a una niña siria desplazada por la guerra. Aunque no llegaba a los 10 años, esos ojos negros, profundos ya parecían cargar con todo el dolor de un país en guerra. Acaba de pasar el 1 de diciembre tico y reflexionamos sobre los beneficios de no tener un ejército —que hoy hasta se puede medir en el impacto en el ingreso per cápita—. Más allá del beneficio material, deseo que Eithan Jesús herede una Costa Rica sin ejército y que él herede a los que vienen esa abolición.  Esa herencia está en el centro de nuestra identidad.

Además, es un deber que Eithan Jesús herede lo que nos prestaron a nosotros al nacer: un capital natural, en bosques, en ríos y océanos, que es fácil perder de vista en nuestra cotidianidad. ¿Cuántas veces reconocemos que somos herederos de esos tesoros naturales? Y dado que estamos de paso por Costa Rica, ¿no valdría la pena asegurar que lleguen lo mejor cuidados a la generación que viene y así sucesivamente?

La frase de arriba aplica: somos herederos no meros descendientes.

Similar a una guerra, el calentamiento global golpea injustamente a los niños, sobre todo a los pobres, porque ellos no crearon el problema, las emisiones se emitieron ante de que nacieran, pero sí tendrán que pagar la factura del clima extremo. Urge crear una mejor forma para adaptarnos a los impactos climáticos, sean inundaciones o sequías, porque saldrán caros.

Yo trabajo por heredar un país que pueda supere su tóxica adicción al petróleo y no la sustituya por otras adicciones fósiles —como el gas natural—.  Se han hecho realidad ideas valientes en el país como la moratoria a la exploración y explotación petrolera que se espera sea permanente mediante una ley.  ¿Sabían que la moratoria se ha sostenido en cinco gobiernos de tres partidos?  La idea ha calado y hoy, según una encuesta del Estado de la Nación, cerca de un 75% de la población tica no apoya la exploración petrolera. Sin saberlo, los ticos coinciden con el criterio de 6.000 científicos internacionales cuyo estudio reciente muestra que si vamos a salvar personas y contener el calentamiento del planeta, habrá que dejar combustibles fósiles sin explotar, “unburnable carbon” como se le dice a todas esas emisiones de carbono que no deben realizarse en primer lugar.  Los Eithan Jesús están demasiado pequeños para defender sus derechos.

Además pensemos en qué ciudades heredaremos a Eithan Jesús porque Tiquicia será cada vez más urbana. Si tenemos éxito, esa ciudad será caminable, tendrá ríos que huelen a río y transporte colectivo —que hoy cuesta imaginar— silencioso, eléctrico, y sin muflas.

En cuanto a las herencias políticas, qué bien sería si Eithan Jesús, hereda una Costa Rica “radicalmente de centro”.  Es decir, una Costa Rica sin dogmatismo ideológico —de derecha o de izquierda— que lleva una rigidez y estrechez que asfixian.  El país, como cualquier otro, enfrenta aires difíciles y cuesta visualizar consensos y nuevos balances pero serán mucho más viables si defendemos un modelo que rechaza apasionadamente los extremos.

Hay muchas otras herencias deseables para Eithan Jesús. No pretendo ser exhaustiva sino traer una olvidada dimensión generacional —basta ver los debates de las pensiones— para contrarrestar el instinto de pensar que por haber nacido antes tenemos más derechos que el bebé cinco millones y los que aún siquiera han pensado nacer.

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