En la película de animación "Los Croods: una aventura prehistórica" la abuela “Gran" se despierta cada mañana, se palpa a sí misma y saltando emocionada grita: "¡Estoy viva!", "¡Estoy viva!". En la jubilosa expresión de esa longeva cavernícola, se confirma la primitiva consciencia de la muerte como una posibilidad latente.
A pesar que la abuela "Gran", celebraba su existencia día a día; desde que entendimos el recorrido aparente del sol en el cielo, adoptamos el año como la medida temporal más conveniente para medir la longitud de nuestras vidas. Además, registrar los años nos ayudaba a recordar mejor los sucesos que consideramos relevantes.
Usando las estaciones como puntos de referencia, los primeros pueblos con sus diferentes dioses, culturas y circunstancias asignaron días especiales para sus celebraciones. A pesar de sus diferencias; los verdaderos propósitos de esas fiestas o rituales se reducen a "calmar" instintos y necesidades que tenemos los "sapiens" en común.
Detrás de la mayoría de prácticas supersticiosas o simbólicas; palpita el instinto de supervivencia y la necesidad de control. Del primero se derivan las celebraciones por el simple hecho de "seguir vivos" como individuos o grupos, como las fiestas de cumpleaños y los aniversarios.
Por su parte, la necesidad de control es la ilusión que podemos hacer algo para evitar las adversidades; ya sean inundaciones, sequías, malas cosechas o enfermedades. De ahí derivaron los sacrificios, peregrinaciones y las festividades en honor a los elementos de la naturaleza o los dioses. El Diwali hindú, el Cápac Raymi de los incas, el Ritual de los Espíritus en China, tienen todos la misma motivación.
Dentro de esta diversidad, resalta la única celebración compartida por (casi) toda la humanidad desde que adoptamos el calendario Gregoriano: la del Año Nuevo. Curioso, porque ese segundo en el que el 31 de diciembre se convierte en primero de enero, nada cambia en nuestra realidad física o biológica, ni tampoco marca un acontecimiento astronómico.
¿Por qué celebramos entonces? Para satisfacer nuestras necesidades ancestrales. La celebración del año nuevo nos permite renovar la ilusión colectiva de sobrevivir otros 365 días. Pareciera como si la humanidad abordara una nueva balsa que le permite continuar el viaje, mientras la anterior se hunde con los que no lo lograron.
Recibir el año nuevo, también nos brinda sensación de control ya que, con los mensajes, las afirmaciones y los propósitos; sentimos que hemos cumplido nuestro deber de procurar la buena fortuna a nosotros mismos y a las personas que nos son afines. Esa expectativa de un futuro mejor, nos conforta y nos da esperanza.
Pero el viaje de año a año es largo, y la vida es frágil en cualquiera de sus etapas. Estar conscientes, es ya un privilegio en un universo predominantemente inhabitado. Tal vez haríamos mejor celebrar la existencia a diario, recordando realmente que la vida empieza cada mañana al abrir los ojos.
En ese caso, podríamos como la abuela "Gran", emocionarnos por el simple pero el extraordinario hecho que seguimos vivos.
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