En 70 años, Costa Rica no ha celebrado la abolición del ejército como la ocasión lo amerita, aunque se están haciendo importantes esfuerzos para enmendar ese error. Veamos primero por qué tenemos mucho que celebrar, pero luego preguntémonos lo más importante: ¿estamos honrando esta cultura de paz?
Irónicamente, la primera vez que tuve la oportunidad de celebrar esta fecha fue hace un año y fuera del país. Un grupo de estudiantes costarricenses en Londres organizamos un evento para celebrar el 1 de diciembre de 1948. Lo hicimos en el Goodenough College, una residencia para más de 500 estudiantes provenientes de 76 distintos países, muchos de los cuales estaban intrigados por entender cómo es que un país vive sin fuerzas armadas. El asombro es entendible. La conflictividad que vive el mundo vuelve casi utópica la idea de la desmilitarización, especialmente para un país como Costa Rica.
¿Cómo hizo esta pequeñísima nación para lidiar con las tensiones y temores durante la Guerra Fría? ¿Cómo hace Costa Rica para no tener fuerzas armadas con gobiernos vecinos tan “pacíficos” especialmente en el Norte? Ironía intencionada. Las caras de asombro de esos estudiantes incrementaron al enterarse que José Figueres Ferrer había llegado al poder por las armas y meses después dio el mazazo en el Cuartel Bellavista. No era descabellado pensar que don Pepe, en el tradicional estilo latinoamericano de muchos otros caudillos, iba a usar la fuerza armada para mantenerse en el poder y no cederlo cómo lo hizo.
Historiadores y líderes mundiales coinciden en que esa decisión fue audaz, como lo relata el documental “A Bold Peace”. Hay cuestionamientos sobre otros motivos que en 1948 pudieron llevar a don Pepe a tomar esta decisión, o bien sobre lo cómodo de la decisión dada la endeble cultura militar del país. Sin embargo, es innegable la enorme visión que tuvieron Figueres y otros costarricenses que impulsaron la idea, como don Fernando Lara Bustamente.
Hay mucho que celebrar. Los costarricenses no morirán empuñando un fusil como sí sucede con millones alrededor del mundo. No habrá gobiernos acuerpados por militares y recurriendo a la fuerza para mantenerse en el poder como ocurre actualmente en países de la región. Además, tenemos un prestigio internacional al cual acudimos cada vez que podemos. Esos estudiantes en Londres no sabían que no tenemos ejército, pero si tenían la idea de Costa Rica como una nación pacífica y en la lista de lugares por visitar.
Ahora bien, la pregunta es ¿esa tradición que llevamos los ticos en las venas coincide con nuestros valores individuales y colectivos? Hagamos un examen de consciencia con algunos pocos ejemplos.
Asumimos la narrativa de que el ejército de Costa Rica son nuestros estudiantes. ¿Estamos fortaleciendo ese ejército? ¿Le estamos dando las suficientes armas a nuestra juventud para enfrentar este mundo cada vez más demandante? Quisiera que me contesten los miles de educadores que prefirieron abandonar a sus estudiantes por más de dos meses e irse a una huelga ilegítima.
Por otro lado, el país no vive guerras ni mueren costarricenses en el servicio militar. No obstante, el gobierno tuvo que decretar la violencia contra la mujer como una emergencia nacional porque los femicidios no han parado. Asimismo, basta con leer comentarios en las redes sociales para ver la guerra virtual de muchos costarricenses contra otros. Por ejemplo, una parte de la población decidió emprender una batalla -incluso electoral- porque no les gusta que la población LGTBI+ exija el derecho que tiene cualquier ser humano de hacer su vida. Otros la emprenden ferozmente contra el mejoramiento de las infrahumanas condiciones en las cárceles. Nos olvidamos de que en una democracia como la que presumimos, cuando se está en la cárcel solo se pierde la libertad de tránsito, pero no la condición de humano.
No nos imaginamos vivir en un país con ejército. Sin embargo, muchos rechazan la idea de recibir a aquellas personas que huyen de la opresión de un régimen dictatorial como el que vive Nicaragua. Paradójicamente, rechazan acoger a personas que huyen del ejército y los paramilitares que amedrentan y asesinan a quienes adversan la dictadura.
Don Pepe nos preguntaría si a 70 años de la abolición del ejército estamos viviendo como pensamos, o si, por el contrario, estamos cambiando nuestro pensamiento por la forma en cómo estamos viviendo. No quisiera que esos estudiantes en Londres se desilusionaran al visitar el audaz país sin ejército y sin guerra, pero carente de paz. Lo más importante, pienso que ningún costarricense quiere vivir en ese país. Para esto más allá de celebrar, tenemos que honrar esta cultura de paz con nuestros valores y acciones.
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