Vivimos una época histórica como humanidad. Estamos en la convergencia entre la acción climática y la cuarta revolución industrial, dos grandes aceleraciones tecnológicas, geopolíticas y socioeconómicas que afectarán a fondo todo el quehacer de nuestra civilización durante los años venideros. Para establecer puentes entre la cuarta revolución industrial y la acción climática se requiere de un particular liderazgo y valentía moral que debemos identificar, formar y empoderar.

Estas no son predicciones futuristas para cuarenta años. Es lo que ya está sucediendo y solo continuará acelerando de manera exponencial. Ambos paradigmas deben converger y entrelazarse de manera orgánica para que se desarrollen de manera sinérgica. De poco sirve ser la empresa número uno en inteligencia artificial si sus principales fuentes de energía son fósiles. Ni ser la comunidad más avanzada en agroecología si no se echa mano a nuevas tecnologías que ayudan a superar las ineficiencias económicas del mercado.

Por ejemplo, es importante entender que la transformación de la flotilla vehicular de combustión interna a eléctrica está sucediendo de forma vertiginosa. Hace ocho años se pronosticaba que se alcanzaría el primer millón de vehículos eléctricos al año 2040. Ya hoy vamos por cuatro millones y apenas es 2018. Para el 2030 podrían no quedar muchos vehículos en el mundo impulsados por petróleo. Los combustibles fósiles muy pronto serán cosa del pasado. En realidad es una fuente de energía del siglo XIX y ya le toca su disrupción. En algunos lugares del mundo, la generación de electricidad eólica y solar ya es más barata que la electricidad a gas o carbón aún sin subsidios gracias al efecto de la Ley de Moore aplicada a las tecnologías de energías renovables. Dicha ley, que deriva del mundo de la informática, sugiere que cada 18 meses la capacidad tecnológica se duplica y el costo se corta por la mitad. Por eso hoy en día la capacidad de cómputo que andamos en nuestros teléfonos inteligentes es mayor a la que tenía la NASA cuando puso a un ser humano en la luna.

La inteligencia artificial está permitiendo la automatización de muchos servicios que aún son desempeñados por seres humanos. Hoy en día en un aeropuerto la interacción con personas es mínima. Puedo chequearme en línea, ponerle etiqueta a la maleta y manifestarla yo mismo, cruzar migración escaneando mi pase de abordaje digital y mi pasaporte. En seguridad, una máquina es la que verifica que lo que hay dentro de mi equipaje de mano y debajo de mi ropa.

Otro ejemplo son los carros y camiones autónomos, a punto de ser una realidad comercial. Así desaparecería cualquier trabajo que signifique exclusivamente conducir –llámese camiones, taxis, Uber, mensajería—. También es esperable que se reduzca en 90% las muertes en carreteras. Cuando Suecia se fijó en el año 2000 la meta de cero muertes en carreteras al año 2020, jamás imaginó que la tecnología podría hacer de cero muertes en carretera un subproducto de la innovación tecnológica.

Ante estos escenarios, debemos prepararnos para el comercio que se avecina. Todos participamos del comercio de alguna manera. En un país como Costa Rica, con una capacidad y vocación exportadoras de clase mundial, debemos prepararnos para liderar las transformaciones que sucederán y mantenernos en la cresta de la ola que ya se está formando. Tener la visión correcta es la característica fundamental del liderazgo de hoy.

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