El filósofo estadounidense Daniel Dennett definió el secreto de la felicidad como “encontrar algo más importante que nosotros mismos, y dedicar nuestra vida a eso”. Cuando leí esto, no pude dejar de pensar en el acto de emprender, que no es más que tener una idea de negocios, asumir el riesgo, desarrollar esa idea, crear un equipo, escalar, capitalizar… y bueno pues sentirnos vivos y felices por la adrenalina, por crear, por el hecho de arriesgarse.

Cuando emprendemos todo se vuelve sumamente personal, nos pasa por la piel, porque son nuestros sueños, sacrificios y en algunos casos nuestros ahorros que están invertidos ahí, en nuestro negocio. Amamos tanto nuestras ideas como si fuesen hijas; sentimos que podemos conquistar el mundo cuando todo va bien. Pero, nuestro emprendimiento puede ser una conyuntura de hacer algo que vaya más allá de nuestra efímera existencia en la tierra.

Emprender es una oportunidad para poder dar un poco de nuestra esencia en forma de una idea productiva de manera tal que establezca impactos en nuestras comunidades y países. La posibilidad que nos da servir a través del desarrollo económico que produzcamos es posiblemente algo cercano a la felicidad. Tomando en cuenta que el costo de equivocarnos es mucho más bajo que el costo de no hacer nada, se podría decir que es el momento histórico perfecto para que las almas emprendedoras tomen su turno.

Es nuestro turno de hacer conexiones, crear nuevos productos, resolver retos trascendentales de manera creativa, generar algo que vaya más allá de nosotros, más allá de nuestras empresas… hace un tiempo me reuní con Werner Bansbach,  gerente general de Bansbach Instrumentos Musicales, quienes estuvieron detrás de que se enseñara flauta en las escuelas públicas de Costa Rica, un instrumento de bajo costo que daba la oportunidad a los niños y niñas -sin importar su clase económica- de poder aprender las bases de la música.

Don Werner —mientras hablaba apasionadamente de su empresa— dijo algo que me marcó: “nosotros queremos impactar el desarrollo del país, queremos ser un ciudadano jurídico ético y que proponga”. Ahí estaba la clave de su felicidad y del éxito de su negocio, pues lo que han logrado crear traspasa vender pianos, guitarras y trompetas; con sus esfuerzos lograron cuestionar eso de que la música es solo para unos cuantos.

Quiero regresar a ese concepto de “ciudadanía jurídica” y cómo el inicio de un negocio no solo se trata de construir un producto o servicio que funcione a nivel de mercado, sino como un ejercicio de construirnos como ciudadanos jurídicos que tiene que ver con las responsabilidades que adquirimos con nuestro entorno y cómo vamos a ser parte del desarrollo del país a partir de nuestras soluciones de negocio, porque el bienestar de las naciones no es responsabilidad entera de los gobiernos sino de las piezas que conforman el entramado social, político, cultural y económico.

Yo soy de las que ve el vaso medio lleno, tal vez por eso sea emprendedora, pero creo que los tiempos que vivimos no solo requieren de “personas jurídicas” que propongan más allá de ser sostenibles económicamente, sino que las personas que estén al frente de los negocios emprendan en libertad, que pierdan el miedo al cambio y que le apuesten a la alocada idea que dedicar su vida al algo que es más grande que sí mismos puede ser una posible fórmula de la felicidad.

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