Hay que decirlo sin muchos rodeos, un país que ha apostado a un modelo de desarrollo desde hace más de 30 años y que ha conducido a que se enfrente a un 7% de déficit, que más de su 40% de su gasto público sea para pagar deudas, que el equivalente al 8% o más del PIB sea evadido o eludido, que posea índices de desarrollo económico escandalosos, como por ejemplo: que un país de apenas 5 millones de habitantes, tenga más de 20 % de la población en condición de pobreza (más de 1 millón de personas), a más de 6,5 % en condición de miseria (más de 300 mil personas), con un tasa de desempleo de más del 10 % y con más del 40 % de su fuerza laboral trabajando en el sector informal o en subempleo, según datos del INEC del 2018.

Una nación que optó por un modelo de desarrollo que ha llevado a que sea de los pocos países en Latinoamérica en aumentar su desigualdad social, presentando un nivel muy cercano a la desigualdad que Costa Rica poseía a inicios de los 80’s; y que ha provocado el aumento de la violencia, la inseguridad y muchos otros problemas sociales.

Además, un modelo que ha conducido a un aumento en el deterioro ambiental, donde más del 70 % de sus cuencas están contaminadas, como por ejemplo la cuenca del río Virilla que se considera la más polucionada de toda la región centroamericana. Donde se disminuye la calidad del aire de las regiones urbanas y rurales, que genera más de 5 mil toneladas de residuos por día, de las cuales más del 30 % se acumulan en sitios inadecuados, conllevando a que más del 15 % de las muertes en Costa Rica sean a causa de problemas ambientales.

Con las cifras anteriores se puede concluir que Costa Rica apostó y continúa apostando a un modelo de desarrollo que ha fracasado.

A pesar de esto, hay quienes se ciñen en mantenerlo, maquillándolo o pintándolo de colores, como por ejemplo de verde; como se hace con el desarrollo sostenible. Proponen medidas evidentemente fallidas, como apostar al libre comercio, a la reducción del Estado, mientras se favorece o se complace a la inversión extranjera, principalmente a grandes corporaciones, mientras se debilita la producción interna y se empobrece a distintos sectores. Los mismos que han coqueteado por décadas con la idea de privatizar los servicios de salud, de educación y muchos otros servicios esenciales, dejándolos a la suerte de las benevolencias del mercado. Los mismos que se han instalado en los poderes estatales, para hacer que esto ocurra, favoreciendo a estos grupos de poder, haciendo uso del erario público, de políticas públicas y de la corrupción más descarada, donde a leguas se observa que por un lado se afecta a la población más vulnerable, al gravar con más impuestos la canasta básica, los insumos para agricultura, los servicios básicos, entre otras medidas que están siendo tomadas en el actual plan fiscal, mientras por otro se les asegura beneficios a estas agrupaciones como: exoneraciones, mínimas medidas para controlar la evasión y hasta amnistías tributarias. Para esto utilizan como soporte los partidos políticos y los medios de comunicación masivos, con el fin de manipular la opinión pública, valiéndose del miedo y de la ilusión de bienestar a través del consumismo.

Así que en estos tiempos de huelga y de reforma fiscal, donde el país está divido, donde se percibe el temor y la incertidumbre, resulta cierta la necesidad de sacar a Costa Rica a flote de esta crisis fiscal que ha sido provocada por quienes han apostado a estas estrategias de desarrollo. Pero lo que realmente es urgente, es la necesidad de cómo emigrar a otro modelo que asegure una vida digna a todas las personas; y un ambiente sano y ecológicamente equilibrado como nuestra Constitución demanda. Debemos tomar una decisión, ya que una piedra enorme viene descendiendo sobre nuestras cabezas y debemos elegir si nos movemos a otro sitio o permanecemos aquí mismo, esperando simplemente a que este modelo nos aplaste.

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