Es una mañana soleada y salgo temprano de casa. Unos cuantos minutos después llego al lugar de destino, según me me indica waze. Busco una  casa amarilla con tres árboles de frente. Camino un poco más y la encuentro.

En la entrada de la casa me encuentro con una señora rubia, una niña y un niño. Un poco perdida le pregunto: ¿es la casa de Kevin Casas? , me responde. Naturalmente, ella llama a Kevin y él sale a recibirme. De un beso en la frente él despide a los niños y de beso en la boca a Simone, así se llama su esposa. En un rato vuelvo, dice Simone antes de irse.

En seguida muchos fantasmas y estereotipos de la época del TLC se caen dentro de mi cabeza. Claro que tengo una ventaja, en aquella época yo aún era muy joven para entender algo de política. Pero vívidamente recuerdo haberme escabullido entre la multitud que marchaba por el NO.

Recuerdo que la Dirección del colegio había solicitado no usar el uniforme durante las manifestaciones. Era muy fácil reconocer las icónicas blusas a rayas del primer colegio de mujeres del país, y querían evitar qué-sé-yo, una ¿mala imagen?

Esta semana se cumplen 11 años del Referéndum sobre el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana, del cual, concuerdan ambas partes  y NO, aún es prematuro calificar las consecuencias directas del Tratado, pues muchos términos ni siquiera han entrado en vigencia.

El año pasado hice este mini-resumen, para Interferencia, programa de las Radioemisoras UCR, de la primera década del tratado. Jorge Vargas Cullel, director del Programa Estado de la Nación, explica los alcances de la investigación encargada por CONARE. Spoiler alert: la reforma fiscal sigue siendo fundamental para concluir cualquier alcance del TLC.

En fin. Kevin Casas fue el malo de la película. Muchos odiaban al Tratado, muchos otros al expresidente Arias, pero a Kevin… a Kevin le tienen un odio especial. A Kevin no lo perdonan ni aunque haya pasado más de una década desde el famoso memorándum del miedo.

“La estrategia” a favor del se escribió el 29 de julio del 2007 y salió del correo personal de Kevin Casas, ex vicepresidente y también ex viceministro de Planificación. El correo iba para el entonces presidente Arias. Y por “esas” cosas de la vida fue a dar en un sobre cerrado al Semanario UNIVERSIDAD.

UNIVERSIDAD lo hizo público el 6 de setiembre de ese mismo año, y el resto del cuento ya lo conocemos. Casas renunció el 22 de setiembre de 2007 a los puestos políticos que ocupaba; y los periodistas Lorna Chacón y Vinicio Chacón, del Semanario, ganaron al año siguiente el Premio Jorge Vargas Gené del Colegio de Periodistas, en la categoría Defensa del Derecho a la Información y Libertad de Expresión.

De vuelta a nuestros días, Kevin Casas salió de su silencio público hace dos meses, cuando el presidente de la República Carlos Alvarado lo juramentó como parte de los miembros de la Comisión de Reforma al Estado.

Las críticas no se hicieron esperar. Miles le siguen reclamando haber estimulado el miedo como recurso político, como-si-aquella-fuera-una-estrategia-nueva.

***

De un amable, hola Trilce pase usted, el ex vicepresidente me abre la puerta de su casa, la cual tiene un aire europeo; entre maderas y ladrillos subimos las gradas para llegar a su sala principal. La pared más grande de ese aposento es una enorme biblioteca. Me pregunta Kevin que si nos sentamos ahí o que si prefiero otro lugar, le contesto que donde él guste.

Entonces me hace seguirlo por toda la casa hasta llegar a la cocina, me ofrece un café, y en cambio le agradezco un vaso con agua. Ambos nos sentamos en una pequeña mesa cuadrada y empezamos nuestra conversación. Esta es la versión en primera persona de Kevin Casas y el memorándum del miedo.

***

DE LO PERSONAL A LO POLÍTICO

Siempre es bueno escuchar de su boca, ¿quién es usted?, ¿qué estudió… su familia?, ¿de dónde viene su interés por la política? Cuéntenos un poco...

—Vamos a ver, yo soy un montón de cosas, porque todo el mundo lo es. Tendemos a reducir a las personas y ponerles una etiqueta, por su profesión o por el papel que juega en un determinado ámbito.

Profesionalmente mi identidad fundamental es la de académico. He estado dentro y fuera de la academia, con un pie adentro y uno fuera, y a veces con los dos adentro, por los últimos 25 años. Estudié Derecho en la Universidad de Costa Rica (UCR) por ahí de los años 80. Y debo decir que hasta el día de hoy esos años que pasé en la UCR fueron los mejores de mi vida; soy uno de esos casos en los que de alguna manera el ámbito de la universidad me hizo florecer.

Mis años de colegio no fueron particularmente felices. Cuando estudié siempre tuve muy claro que me quería ir a estudiar fuera del país. Para esto hay razones familiares importantes, mi familia siempre tuvo una vena internacional nada desdeñable. Mis padres se conocieron en Estados Unidos, mi mamá era tica y mi papá cubano; se conocieron como inmigrantes en Los Ángeles y vivieron muchos años allá, todos mis hermanos nacieron en Estados Unidos, solo yo nací aquí.

Con la primera respuesta de Casas me queda claro que, aparte de responder a mis preguntas también hablará entre líneas. ¿Quién es usted don Kevin? le pregunto, muchas cosas a la vez y ninguna etiqueta al mismo tiempo, responde. Él continúa contándome que sus padres se asentaron en Costa Rica en el año 65, aún contra la “férrea voluntad” de su madre, quien había partido hacia el sueño americano a finales de 1940.

“Hay toda una historia épica… mi papá se vino hacia Costa Rica para hacerse cargo de los buses del colegio La Salle, entonces literalmente metió a toda la familia en cuatro buses, puso un anuncio para contratar chóferes que quisieran venir manejando a Costa Rica, y en cuatro buses se vino la familia desde Los Ángeles hasta acá”.

¡En bus! ¿Cuánto duraron?

—Como un mes, algo así, un viaje así como de García Márquez. Todo esto viene a cuento porque esa vena de tener un pie fuera del país y otro dentro la tengo desde muy temprano.

Mi papá era un inmigrante, y yo siempre supe que quería irme a estudiar fuera. Es decir… (piensa un poco), en mi cabeza el mundo no comienza y no se acaba en Costa Rica, eso lo tengo muy interiorizado desde pequeño. Entonces, terminé de estudiar en la Facultad de Derecho y, por el ejemplo de unos amigos que se fueron a estudiar a Inglaterra con becas del Consejo Británico, me fui a la embajada a hacer la gestión y me gané una beca para hacer la maestría.

Otra cosa que también tenía muy claro es que no quería seguir estudiando Derecho. Como digo, fueron años muy bonitos... es tremendamente útil ser abogado, y de alguna manera aún cargo el chip [de abogado]. Lo más duradero que te ofrece cualquier profesión es que te da una cierta estructura mental para analizar los problemas y para argumentar.

Y vaya que Kevin sabe analizar y argumentar un problema. Durante el segundo gobierno de Óscar Arias, el problema mayúsculo fue que el iba perdiendo en las calles. Por tanto, Casas junto al diputado liberacionista Fernando Sánchez plasmaron en el primer punto del memo lo siguiente:

Establecer un comité de estrategia de la campaña del SÍ: Esto es quizá lo más urgente de todo. En este momento no hay una orientación clara de qué es lo que hay que hacer para ganar, cómo hacerlo y con quién. Pero, peor aún, no hay un mecanismo establecido para tomar esas decisiones

Años antes de esta redacción, Kevin Casas partió hacia Inglaterra a hacer su maestría en Ciencias Políticas, tenía 24 años. Dice él que su gusto por esta disciplina la adquirió durante sus últimos años en la Facultad de Derecho, pues en su tesis de licenciatura hizo un análisis del sistema de elección de diputados en Costa Rica, y para que le aceptaran el tema lo propuso como de “derecho electoral”, pero siempre tuvo claro que era un análisis de ciencias políticas.

Poco después de que Casas regresó de su maestría conoció a Óscar Arias, quien lo llevó hasta la vicepresidencia de la República.

“Cuando regresé el primer trabajo que conseguí fue en la Asamblea Legislativa como asesor”.

¿De quién era asesor?

—De la fracción de Liberación Nacional. Estuve ahí unos meses medio borrascosos… (ríe) por las cosas que pasan en el sector público, diay. Me acuerdo un Primero de Mayo, que cambia al directorio, y es un jolgorio ahí en la Asamblea; hay fiestas, tragos y toda la cosa, yo no sé cómo será ahora pero así era antes.

En media fiesta llegó alguien de Recursos Humanos y me dice: mirá ¿resolviste tu problema?, y digo yo: ¿cuál problema?, y me contesta, pues fíjate que te acaban de cesar porque tu plaza no tiene contenido presupuestario.

Entonces, a raíz de eso empecé a buscar trabajo y apareció una posición en la Fundación Arias, me dan el puesto y me voy por los siguientes 2 años y medio.

¿Qué hacía en la Fundación Arias?

—Era oficial de programas. Tenía varios proyectos a mi cargo, todos tenían que ver con Centroamérica y entre las cosas que hacía también estaba escribir discursos para don Óscar. Es de ahí que viene mi conexión con él; es desde ese periodo cuando trabajé en la Fundación Arias. Fue un período muy bonito.

Nunca he entendido cómo funciona eso de que alguien escriba discursos para otra persona...

—Diay eso es el pan de cada día de quienes están en la política. Ahora te cuento, eso ha tenido varias aristas interesantes. Yo empecé escribiendo discursos porque la gente como don Óscar está muy ocupada y no tiene tiempo. Fue ahí cuando desarrollamos una gran cercanía.

Ahí estuve dos años y medio hasta que me gané otra beca para irme [otra vez] a Inglaterra, a hacer el doctorado, en este caso a la Universidad de Oxford. En Oxford estuve 5 años. Mi tesis doctoral tiene que ver con el sistema de financiamiento de partidos en Costa Rica y Uruguay. En fin, toda esta perorata para decir que mi orientación profesional primordial es académica. De ahí vengo.

***

Casas es un hombre de entrada relajado, tranquilo. Habla de su trayectoria como si cada momento lo hubiese vivido ayer. Al expresarse usa palabras altisonantes, sin que esto quiera decir que es pretencioso. La facilidad con la que encaja las palabras en su monólogo es reflejo de su evidente afición por la lectura y obviamente de su vida como académico. Ha sido profesor de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Costa Rica, la Universidad de Essex, la Universidad de Oxford... la Universidad de Georgetown y la Universidad George Washington.

Yo por mi parte, una de las tareas que en ocasiones me propongo como entrevistadora es consultar a diferentes personas su opinión sobre algún tema o persona que me interesa abordar y de la cual desconozco por completo.

Para esta ocasión le consulté a varias personas sobre Kevin Casas. No faltaron los ojos desorbitados y las bocas largas al escuchar su nombre. Sin embargo, los comentarios que recibí iban en dos direcciones… bueno tres. Las dos primeras referencias (que vienen más que todo de analistas políticos) lo reconocen como un hombre muy inteligente, “brillante”, pero también lo señalan como el “novato” ex vicepresidente autor del memorándum del miedo.

Quienes me dieron la tercera dirección (personas que lo conocen personalmente por distintas razones) lo señalan como “un carajo buena gente”, "un profesor excepcional". Aquí no hay truco, lo señalan como una "buena persona" que políticamente hablando se equivocó de manera estrepitosamente pública.

De vuelta a la conversación con Casas, al hablar con él tengo presente que cuando regresó de Europa, la segunda vez, trajo consigo el Premio Jean Blondel 2004 del European Consortium for Political Research, por la mejor tesis doctoral en Ciencias Políticas en Europa.

¿En su familia hay otros académicos?

—Mirá, no, bueno mas o menos. Mis hermanos no, pero por el lado de mi madre sí. Mi mamá era una mujer extraordinariamente inteligente, a pesar de que ella no se daba cuenta. Mamá fue de las primeras generaciones de mujeres que se graduó de la Universidad de Costa Rica.

Bueno, ella no se graduó porque le fue mal con su tesis, trauma que nunca superó, vos sabés... Ella estudió filosofía. Y, al cabo de los años y los años... ya siendo viejita, un día llegué a la casa de mis papás, y había humo por todo lado... y estaba mi mamá en el cuarto de pilas quemando su tesis... después de todos estos años la había guardado.

Mamá era una persona muy inteligente, eso le venía de parte de mi abuelo. Mi abuelo Juan, a quién yo no conocí porque murió muy joven, era un intelectual frustrado. Él salió del colegio por ahí de 1920, en ese tiempo no había universidad en Costa Rica, lo que había era la Escuela Normal, donde se formaban los maestros de Heredia, hoy la UNA.

Cuando mi abuelo le dijo a mi bisabuelo que quería estudiar, mi bisabuelo le dijo que eso era para maricones, que los hombres de bien eran comerciantes o agricultores. Entonces, mi abuelo se tuvo que hacer comerciante, pese a que odiaba ser comerciante, y no por sorpresa le fue como un quebrado.

Mi mamá siempre me contaba que en los años de la Segunda Guerra, mi abuelo vivía pendiente todo lo que estaba pasando y que, religiosamente, después de cada comida se quedaban haciendo sobremesa. Ahí hablaban de lo que sucedía, había esa cosa de discutir, de estar informado, de estar pendiente de lo que pasaba del mundo, eso mamá me lo transmitió, y el amor por la lectura.

Mi imagen de mamá, hasta el día de hoy, es verla sentada leyendo a Borges y a García Márquez en su silla. Mi papá era un hombre mucho más práctico, era también un hombre inteligente pero era una inteligencia diferente, él no terminó el colegio. Venía de una familia muy complicada. Los papás de él se separaron cuando estaba chiquito, y se fue a vivir con su papá en una finca de una zona rural en Cuba; y mi abuelo que era un hombre muy mujeriego tenía todo tipo de enemigos, tenía una vida de lo más azarosa que te podás imaginar. Fíjate que a mi papá, de 8 años, y a mi tío los dejó viviendo solos en la finca; y entonces, papá dormía con una pistola debajo de la almohada porque tenían miedo de que los enemigos de mi abuelo los llegaran a buscar.

Mi papá tuvo una niñez muy complicada, pese a lo cual, era una persona de afectos muy puros. Hasta el día en que murió tenía un amor infantil, es la única palabra que puedo usar, por sus papás, los veía sin defectos, pese a que tuvo una niñez, en muchos sentidos, de mierda.

Papá no llegó a terminar el colegio y se hizo boxeador, era muy fuerte. Murió hace poco más de 2 meses, y vos sabés que a mí me impresionó mucho verlo tan injuto [flaco], tan vulnerable, porque papá siempre fue un hombrón, era como Superman.

Así que mi papá llegó a Estados Unidos como boxeador. En el caso de mi mamá, poco tiempo después de que dejó la universidad se muere mi abuelo. Yo sospecho que, ella sintió que tenía que hacerse cargo de la tienda y nones [dice como interpretando a su madre] en el 47 ella agarró su chunches y se fue para Los Ángeles, lo cual es muy notable.

Una mujer joven que se va sola, en aquel momento, a buscar fortuna Estados Unidos. Llegó a vivir en una residencia en Los Ángeles, donde viven muchos ticos. Y, en una de tantas, en la iglesia, conoció a mi papá.

¿Usted cree que su mamá estuvo, digamos… “complacida” de que usted fuera el académico que que ella nunca pudo ser?

—Yo pienso que sí, tanto mi mamá y mi papá, creo que ambos derivaron cierta parte de su vida de lo que hicimos sus hijos. Ellos estaban enormemente orgullosos de lo que nosotros hemos ido haciendo. Y eso responde un poco la pregunta del por qué nos vinimos para acá, pese a que mi mamá no quería.

También porque mi papá hizo una apuesta estratégica que le salió bien -me estoy desviando muchísimo, perdón- (recalca Kevin). Uno de los últimos trabajos que tuvo, antes de venirse para Costa Rica, fue como chofer de una empresa de embutidos que tenía unos camiones en forma de salchicha, entonces visitaba escuelas y colegios y era súper popular con los carajillos. Papá decía que en en aquel tiempo había muchísimas drogas en las escuelas y eso lo alarmó mucho. Entonces, decidió que no quería criar hijos adolescentes en Estados Unidos.  

Él sintió que íbamos a tener más oportunidad de estudiar, y de ir a la universidad, si nos veníamos para acá, cosa que fue así porque todos nos hicimos profesionales y todos nos graduamos de la universidad. A nosotros se nos metió desde chiquitos, supongo que porque papá no terminó el colegio, la importancia de la educación y de educarse.

***

Hasta este momento tengo la mitad de mi vaso con agua lleno e intento no empatizar demasiado con Casas. Procuro mantenerme al margen de sus vivas emociones, aún cuando, mientras habló del episodio de su madre y la tesis quemada, sus ojos notablemente se pusieron vidriosos y tímidamente su voz se entrecortó.

Como en entrevistas anteriores, en momentos tan personales lo que hago es tomar agua y presumir normalidad. Presto la mayor de las atenciones y observo atentamente. La dura imagen que han creado alrededor del ex vicepresidente es casi demoniaca. Sin embargo, es difícil percibir ese lado oscuro cuando, disimuladamente, tomo nota de las muchas fotografías familiares que hay en la cocina.

Es una cocina con un pequeño espacio de juegos, donde hay una diminuta tienda de campaña que da a un patio de luz, en el que hay una pequeña fuente.

DE ASESOR A VICEPRESIDENTE

Don Kevin, una vez que usted se devolvió de su doctorado, tenía cierta relación con don Óscar, pero, ¿cómo se involucró con el partido (PLN)?

—Yo me metí en política universitaria. Empiezo un poquito de atrás. Digamos, cuando yo llegué a la Fundación Arias, para mí fue una cosa muy emocionante, porque de hecho la beca que tuve cuando fui a hacer mi maestría, se llamaba la beca Óscar Arias, porque Óscar había estudiado en Essex. Y de hecho, tuve el mismo supervisor que tuvo Óscar Arias, treinta y no sé cuántos años antes.

Entonces, para mí la cosa de empezar a trabajar con Óscar Arias fue muy emocionante. Para mi generación, pienso que, Óscar Arias representó algo muy importante en todo el tema de la lucha por la paz en Centroamérica, aunque ya nadie se acuerde, fue el tema central de esa campaña del 86.

El hecho de que una persona, con un perfil intelectual definido y con una preparación académica tan notable, como Óscar, se metiera a buscar la presidencia impactó mucho.

Yo crecí teniendo interés en la política y, en parte, se lo debo a don Óscar, y no creo ser el único, fue algo que marcó a mi generación. De ahí, tuve diferentes momentos en los que me vinculé [al PLN] durante la primera campaña que hizo José Miguel Corrales, como precandidato de Liberación, él fue lector de tesis en Derecho y le tuve una gran admiración y un gran aprecio, por lo menos eso fue antes. Me parece que él habla muy mal de mí, pero si yo lo veo, lo saludo porque conmigo siempre fue una persona especial.

Ahí me vinculé un poco a Liberación. En la Universidad me vinculé un poco a política no alineada con los partidos a nivel nacional, pero participé en la Facultad Derecho en la asociación de estudiantes, perdí las elecciones dicho sea de paso (ríe).

La perdí de manera que hasta el día de hoy me hace sentir muy orgulloso, porque fíjate que el gran tema de discusión, en aquel momento, era la película La Última Tentación de Cristo.

Nosotros éramos un grupo que estábamos en control de la Asociación de Estudiantes, el presidente era Adonay Arrieta, quien ya murió. Y cuando la película llegó al país, la Oficina de Censura la prohibió, porque decía que esa película militaba contra la sensibilidad religiosa del pueblo costarricense.

Entonces nosotros, en la Asociación de Estudiantes de Derecho, metimos un reclamo contra la prohibición, y para este tiempo no había Sala Cuarta, lo más cercano era la Procuraduría de Derechos Humanos. Enviamos un escrito argumentado contra la prohibición de la película, y se armó aquello, salió el arzobispo Román Arrieta, Manzanita, amenazando con excomunión, y al final la cosa se quedó en nada, pero el asunto viene a cuento porque, ¡esto es increíble! a raíz de la gestión que presentamos como se Asociación de Estudiantes, de una universidad pública además, se activaron las fuerzas religiosas y nos hicieron la vida de cuadritos, y yo perdí la elección.

Entonces ahí me empecé a meter en diferentes momentos [en política], y me empecé a vincular con el partido y después trabajé en la Fundación Arias. Y, cuando regresé del doctorado, como en el 2003, es cuando la Sala Constitucional se trajo la prohibición de la reelección, entonces, terminé de metido en la campaña de Óscar Arias. Me metí de cabeza en esa campaña.

¿Cuáles diría usted que eran sus principales objetivos como vicepresidente del país?, ¿qué era lo que usted tenía para ofrecer?

—Esa es una pregunta interesante (piensa un poco). Yo diría que dos cosas, y ambas me siguen pareciendo relevantes, a la luz de lo que ha pasado en los últimos días.

Primero, yo tengo una formación académica en temas de Estado, todo lo que he hecho académicamente a lo largo de los años y mucho de lo que he hecho profesionalmente, está ligado a temas de reforma electoral, reforma política y del Estado.

Eso era así hace 12 años y es así con más razón ahora. Entonces, sentía que en eso podía aportar mucho al país, y no fue casualidad que don Óscar me nombrara también en el Ministerio de Planificación, que es el que maneja lo que tiene que ver con esas cosas.

La otra tiene que ver con esto que hablamos hace un rato, de la vena internacional de no creer que el mundo se acaba en el Valle Central. Para mí la experiencia de irme a vivir afuera fue maravillosa -y, al día de hoy se la recomiendo a cualquier persona joven-, ver el el mundo, ver puntos de referencia, de comparación.

Este es un país maravilloso en muchas cosas, pero tiene taras [defectos] importantes en sus debates, somos un país tremendamente provinciano, ¿no?

Tenemos una propensión a estarnos viendo el ombligo, donde las discusiones de política pública y los debates nunca salen del Valle Central y no hay puntos de comparación. Nos pasamos obsesionados con temas muy chiquitos, o sea, temas muy chiquitos terminan consumiendo los debates públicos por meses meses y meses.

Por estar discutiendo las cosas chiquitas se nos van las cosas grandes. Y, entender lo que está pasando en el mundo es algo que conscientemente he cultivado a lo largo de los años.

[Observar] ¿dónde calzamos? en esta cosa tan complicada que está pasando, ¿cuál es el lugar que tiene Costa Rica y cuáles son las cosas que nos pueden dar sentido como nación y como país? Eso sólo lo alcanzás a contestar, y no digo que yo lo haya contestado, pero sólo lo llegás a contestar si tenés una noción de lo que está pasando en el mundo, y creo que de manera muy consciente era una cosa que podía aportar al país.  

¿Antes de renunciar usted dejó algo de eso hecho?

—Muy poco, no tuve mucho tiempo. Fíjate que hay dos cosas de mi cortísimo paso por el gobierno de las que me siento orgulloso, el programa de gobierno digital era un poquito eso.

La idea era apalancar las tecnologías de información y comunicación para hacer al Estado más eficiente, más transparente y más amigable a los usuarios, es todo. Es todo y no es poca cosa, porque cualquier interacción de cualquiera de nosotros con una institución pública se convierte en una pesadilla [por ser manual].

Y la otra cosa fue el Plan Nacional de Desarrollo, que de por sí es algo que por mandato tiene que hacer Planificación, pero esa vez lo hicimos muy bien.

No sé cómo lo habrán hecho los demás antes, pero nosotros lo hicimos de manera muy concienzuda, y buscamos gente buenísima que nos ayudara; teníamos métodos muy bien armados. Me acuerdo que, por ejemplo, una a las cosas que quisimos hacer y que plasmamos en ese plan, y que no llegó a hacerse porque yo me fui, era algo que se llamaba Diálogos para la Costa Rica del Bicentenario. El plan tenía 5 ejes, entonces la idea era convocar a diálogos sobre temas concretos pero muy de fondo, era un intento por darle un sentido de largo plazo al debate público y por poner puntos de referencia que, vuelvo y respondo tu pregunta, siento que pude haber contribuido, como estratégica de política exterior, etc.

Sin duda, Casas es un hombre de estrategia, yo diría que extremadamente estructurado, pero un estratega impecable. Si leemos detenidamente el memorándum, le quitamos el tema político y “el estímulo del miedo”, y la aplicamos a cualquier ámbito mercadeable de la vida, es una estrategia brillante:

La importancia de este punto no puede soslayarse. La campaña sobre el TLC se está convirtiendo en lo que nunca debimos haber dejado que se convirtiera: una lucha entre ricos y pobres, y entre pueblo y gobierno. La coalición que tenemos en contra es formidable: universidades, Iglesia, sindicatos, grupos ambientalistas, etc.

Y del otro lado, a favor del TLC, sólo están el gobierno y, a medias, los grandes empresarios. Así no hay forma de ganar. Es urgentísimo meter en la campaña, por lo menos, a los pequeños empresarios, a los solidaristas y a lo que se pueda del cooperativismo. Y cuando decimos meter en la campaña es, simplemente, que “aparezcan” por todo lado las caras de algunos de sus líderes. Obviamente, si esos líderes además pueden efectivamente controlar parte de esos movimientos sociales, pues tanto mejor.

Cierto es que en el solidarismo, en particular, no hay liderazgos nacionales fuertes. Si es así habrá que crearlos ya. Hay que darle presencia en medios a algunas caras del solidarismo y ello mismo los irá convirtiendo en líderes. ¿Quién era Eugenio Trejos en el país hace 6 meses? Es la exposición en medios la que lo ha convertido en un líder nacional.

Se trata de pensar en el objetivo, observar la circunstancia y determinar si hay adversidad para alcanzarlo. Estudiar a profundidad el adversario al que se enfrenta la meta, y trazar una estrategia basada en fortalezas y debilidades.

El tema es que, Casas fue ácidamente demasiado lejos. Pues se valió del #viejotruco del miedo en la política, en “cuatro tipos”, según escribió junto a Fernando Sánchez.

Miedo a la pérdida de empleo. Miedo al ataque a las instituciones democráticas. Miedo a la injerencia extranjera en el NO, hay que restregar por todas partes la conexión del NO con Fidel, Chávez y Ortega, en términos bastante estridentes. Y, Miedo al efecto de un triunfo del NO sobre el Gobierno

Es decir, estoy frente a alguien que personalmente me resulta sumamente agridulce. Por un lado, considero sus trabajos sobre temas de democracia y Estado como referentes en mi interés político y académico, y por otro lado, considero que su estrategia para el fue vulgarmente antidemocrática. La versión de Casas es que con los años llega la madurez.

“(...) Viendo para atrás, yo me doy cuenta de que cuando acepté ser candidato a la vicepresidencia con don Óscar, nunca tuve ninguna duda de que estaba académicamente preparado para el cargo. Pero ni políticamente, ni personalmente estaba preparado. Yo tengo la impresión de que don Carlos Alvarado es un tipo emocionalmente más inteligente que yo y está más preparado; pero en política los atajos se pagan carísimo”.

De hecho esa es una pregunta que le tengo. Hay dos cosas que me mencionaron de usted: el famoso memorándum, y que es un tipo brillante, inteligentísimo; algunos hasta mencionan que su tesis ganó un premio, etc. Entonces uno dice, ¿de dónde salió una idea tan mala [redactar el memo]?

—(Ríe) Lo que pasa… Hay un teórico alemán, Clausewitz, él habla de la niebla de la batalla. En la niebla de la guerra es muy fácil perder el rumbo.

Yo creo que todos perdimos el rumbo, un poco, con esto del TLC; esto es un episodio que como sociedad debemos estudiar mucho. Porque, al cabo de 11 años, yo no sé por qué generó el nivel de animadversión [enemistad] que generó. No era para tanto, ni en un sentido ni en el otro.

O sea, ni la transformación del país ha sido dramática a partir del TLC, ni buena, ni mala. Ni la transformación de no haberse aprobado, creo que, hubiese sido tampoco tan dramática, sí me parece que habría sido más problemático, pero digamos que concedo que no habría sido una transformación decisiva.

El TLC sacó los peores ángeles de nuestra naturaleza, como decía Lincoln. Creo que yo fui presa de una idea muy idiota, la idea de que el TLC tenía que ser aprobado a cualquier costo; a como hubo gente que fue presa de la idea de que el TLC tenía que ser rechazado a cualquier costo; e hice algo muy estúpido.

Y hablo del hecho obvio de poner por escrito, y poner mi nombre, a lo que de todas maneras se hablaba, pero bueno, sí eso fue una gran tontería.

Diay Trilce, ¡¿qué te puedo decir sobre eso?! que yo diga esto suena raro pero, también la gente inteligente y la gente talentosa se equivoca. Y yo creo, dicho sea de paso, que eso es una lección, que a mí en particular, me vino muy bien. Adquirir conciencia de la propia falibilidad [posibilidad de fallar], y que en medio de la niebla de la batalla, uno se puede equivocar. Fue una cura de humildad.

¿Por qué de humildad? Esto que me dice, lo de la cura de humildad, también se lo escuché decir en el programa Matices, pero estas lecciones uno las puede aprender de otras formas en la vida, y sin pagar un precio tan alto.

—Pues claro Trilce, yo hubiese querido [aprender de otra manera], pero me tocó y me tocó. Yo a nadie le deseo pasar por algo como lo que yo tuve que pasar.

O sea, yo había tenido hasta ese momento una trayectoria profesional y política, por corta que fuera, irresistiblemente ascendente, y de un momento al otro me convertí en un paria, de un momento al otro me cuestionaron en los términos más duros mi integridad. Es durísimo.

De un momento al otro me quedé sin brete, de la manera más pública y dolorosa posible, es durísimo. ¿Me lo merecía? sí, y eso yo lo entendí. Yo sabía que me tenía que ir.

En el memorándum usted decía “estimular el miedo a la pérdida de empleo”, eso más bien se le devolvió a usted, ¿se llenó usted de miedo?, porque sin empleo se quedó...

—Miedo, miedo no. Porque había una cosa muy importante en todo esto, mi vida no era únicamente la política y eso es claro. Como dije antes, yo venía de otro lado y tenía a dónde volver, eso es crucial.

Uno tiene que cultivar una vida fuera de la política, aunque uno se desenvuelva en política. Uno debe cultivar a donde volver, y eso hice, volví y me re-hice, y me fue muy bien. Yo no sentí miedo, pero sí sentí que era lo más prudente y lo mejor que podía hacer. Lo más salutífero para mí era irme el país, y me fui; me quedé nueve años afuera, y fueron años muy buenos.

Cuando todo esto se hizo público, usted dijo que “como ciudadano tenía el derecho fundamental del artículo 24 de la Constitución, de que sus comunicaciones privadas se mantuvieran privadas”. ¿Tiene un político, de la altura de un vicepresidente o presidente de la República, derecho a la privacidad, o por ser funcionarios al servicio del país pierden esta privacidad en correos personales de carácter laboral?

—No sé, no sé... ahí hay una discusión jurídica sobre eso, de la cual yo no voy a opinar. La Sala (Constitucional) me imagino se ha metido a opinar en eso. Ahora, ¿tienen los políticos un ámbito de privacidad?, absolutamente.

No tengo ninguna duda de que tienen un ámbito de privacidad que debería ser respetado, aunque cada vez se respeta menos. Sobre el punto específico de si ese documento era público o no, yo prefiero que sean los que saben los que lo definan, en la discusión jurídica.

O sea, ¿tantos años después usted no ha descifrado si era o no un documento público?

—Yo claramente asumí que en un documento privado, simplemente digo que hay una discusión política y jurídica sobre eso.

¿Ese memo para quién era?

—Era para el presidente [Óscar Arias] y para el ministro de Presidencia [Rodrigo Arias].

¿Cómo cree que se filtró?

—No tengo idea, y no me interesa saber. A lo largo de estos años alguna gente me ha dicho que pueden traerme la información de cómo se filtró, pero ya no me interesa.

En mi vida, he tratado de limpiarme de todo lo que pasó. Fíjate que dos años después de que yo me fui de aquí [C.R], constantemente pasaba pensando en lo que había sucedido, pero lo fui sacando del sistema.

Me di cuenta que estar afuera no era un exilio, sino una oportunidad maravillosa, y empecé a sacarle provecho. Hasta que un buen día, no sé cuándo, siete u ocho años después de haberme ido, no me acordé más del 23 de septiembre, que era la fecha en la que yo había renunciado, me fui acordando días después, y me dije, “ay mirá... estoy mejor”.

Yo he ido alivianánndome de todos los malos sentimientos que, inevitablemente, una experiencia así, le generan  a uno. Aliviándome de todos los rencores, de la sensación de revancha, todo eso lo he ido sacando, y el perdón ayuda, el perdón lo aliviana a uno.

Di, hubo gente, incluso gente cercana, que en esa circunstancia me hizo cosas muy feas, me dijo cosas muy feas. Vieras que yo ya perdoné todo eso, y eso me ha hecho mucho bien.

Esto es parte del crecimiento de uno. Esos años que pasé en Washington, fueron años terapéuticos, en algún sentido, pero también fueron años en que mi vida cambió mucho.

Un cambio, el más importante, tiene que ver con que cuando yo estaba en el Gobierno no tenía hijos. Eso cambió todo, mis dos hijos nacieron en Estados Unidos. En algún momento tuve que escoger qué idea de la vida les iba a transmitir.

O sea, yo no quiero que mis hijos se llenen de rencores, para nada. Yo quiero que vean la vida como algo bonito, como algo hermoso. Si uno carga rencores nunca levanta vuelo. Entonces toda esto para decirte que, cuando a mí me han preguntan que si quiero saber quién filtró eso, a mí ya no me interesa. Quiero ver hacia delante.

En aquel momento, usted también expresó que le parecía grave que eso llegara al Semanario Universidad, ¿aún le parece grave que informaciones de relevancia a nivel nacional se filtre a los medios de comunicación y se dé a conocer?

—No, no, me parece bien, diay, en el momento tenía que defenderme. Me parece que los medios de comunicación tienen el derecho indiscutible a publicar una información como esa, que es interés público.

Yo no tengo ningún problema con eso, a como tampoco tengo ningún problema con que quienes adversaban al Gobierno en ese momento, y la sociedad en general, exigieran la responsabilidad política frente a cualquier hecho indebido. A mí me exigieron responsabilidad política, yo la asumí, y me fui.

¿Quiere retomar su carrera política? ¿Es cierto que su sueño es ser presidente del país?

—No, en lo absoluto. Yo puedo tener una vida perfectamente contenta y feliz fuera de ser presidente, precisamente porque tengo una vida fuera de la política.

¿Pero quisiera retomar?

—Quiero ayudarle al país.

Eso es una manera muy bonita de decir que quiere retomar...

—Quiero ayudarle al país, pero no tiene que ser desde la política. Es decir, ¿puede ser desde la política?, sí, ¿descarto cualquier participación política en el futuro?, no.

Digo, quisiera ayudarle al país, creo que tengo una que otra cosa que aportar. Ahora, no depende enteramente de mí.

Una cosa en la que estoy clarísimo, precisamente porque mi vida es muy diferente a la que tenía hace 12 años,  es que estoy menos dispuesto a sacrificar ciertas cosas, porque además, los sacrificios que le estamos pidiendo a la gente que va a la función pública se han vuelto totalmente desproporcionados, entonces ahora hay que pensarlo mucho más que hace 12 años, para meterse en política.

Siendo autocrítico, ¿cuál es su peor cara? esa que usted dice “esto no le sirve ni a Kevin, ni al país, ni a nadie… ¿oportunidades de mejora?

—Creo no estar entendiendo la pregunta, ¿te referís a rasgos de personalidad?

Sí porque eso dicta nuestro actuar en el ámbito público, político, privado..

—Ok, puedo ser colérico.

¿Qué lo enoja?

—La mezquindad me enoja profundamente. Y esto no es raíz del memorándum, esto viene desde mucho antes. Una de las cosas que me enferma, es la pretensión de superioridad moral, la pretensión que acompaña a quienes con facilidad señalan a los otros como corruptos, como moralmente inferiores, me enferma.

En general, creo que la empatía y la compasión son virtudes poco apreciadas, pero son esenciales para la convivencia humana. Son esenciales para que seres humanos complejos capaces de equivocarse, capaces de hacer el bien y capaces de cagarla, podamos vivir juntos.

Entonces, el afán de superioridad moral es una cosa que enferma.

¿Tenemos los ticos ese afán de superioridad moral?

—Creo que hay de eso en todas partes. Te lo contesto diferente. Creo que nos hemos vuelto un poquito rápidos a la hora de juzgar a la gente, y no sólo eso, le hemos ido agarrando el gustito a linchamiento mediático y al linchamiento político.

Yo creo que estas cosas se están exacerbando en todas partes, en parte por las redes sociales que tienen una combinación muy fregada de, por un lado la cámara de ecos, que es cuando estás constantemente alimentandote de opiniones con las que estás de acuerdo y empezás a ver a quién no está en esa cámara como un enemigo; y por otro lado, el anonimato.

En fin, para decir que me molesta, me molesta la mezquindad, la pretensión de superioridad moral, puedo ser colérico. La lista de rasgos que no me hacen sentir orgulloso puede ser larga, ahí está mi esposa, puede aprovechar. Soy indeciso, soy impuntual.

***

En casi dos horas pude percibir las vivas emociones de Kevin Casas. Pasó de sentirse profundamente emocionado contando la anécdota de su madre en las pilas, a cerrar duramente sus puños cuando señaló lo que le molesta.

Entre dientes puso especial acento en la palabra “enferma”, cuando dijo que la mezquindad y la superioridad moral lo enojan. También noté que, casi de memoria, repitió algunas cosas que ya había expresado públicamente, como lo de que se equivocó con el memo, y que a todos se les fue la mano con el TLC, esto quizá es una de las características más vistosas de su personalidad ¿una estrategia discursiva, tal vez? qué-sé-yo.

Sin embargo, tampoco se lo puede juzgar por ello. Sí me parece curiosa la contradicción de que aún cuando no ha logrado descifrar si el memo era de índole pública o no e iba para el presidente de la República, su argumento se enfrenta directamente al hecho de que no encuentra problema en que los medios publiquen información de relevancia nacional, aún cuando sea filtrada.

Para este momento Simone había vuelto a casa, y luego de calentar un té en la cocina, también se unió a nuestra conversación. Con su acento extranjero argumentó que cualquier error que hubiese cometido Casas en el pasado, no lo convierte en una mala persona ni en un mal profesional.

Si hay algo que Kevin tiene claro es que a su mediana edad, valiéndose de crisis importantes en su vida, como el desplome público de su imagen en 2007, según él aún tiene aportes para el país.

Por lo que particularmente pasé en el debate tan ácido que tuvimos hace 11 años, he desarrollado una apreciación profunda por la mesura en el debate político.

Nadie entiende eso mejor que yo. Creo que esa carajada es como decía un personaje en una novela de Graham Green, «el que sabe más de la salvación del alma nunca es el santo, es el pecador». Nadie entiende la importancia de conducir nuestros debates públicos con mesura y con civilidad; y si alguna oportunidad tengo de contribuir a ese debate público, será en esa clave que lo haga porque creo que el país lo necesita.

Contra toda la voluntad de nuestro director, que siempre fomenta los textos ricos pero considerablemente menos largos, esta es la entrevista más extensa que he publicado. Pero, tomando en cuenta que de frente tuvimos al personaje cero del momento político más polarizante que haya vivido el país, creo que ha valido la pena.

A todos y todas, gracias por la paciencia de llegar hasta el final del texto. A continuación, comparto el audio completo de la entrevista.