Ante casos de abusos a la libertad de expresión quedan varios caminos por recorrer. Dependiendo de la fuente de donde provenga el exceso así podrán darse espacios para iniciar procesos judiciales que permitan reclamar las ofensas contra el honor presentando denuncias penales (difamación, calumnias, injurias). También, en determinados supuestos, es factible la presentación de reclamos para hacer efectivo un derecho de réplica en medios de comunicación, siendo en estos casos unos reclamos usualmente estructurados en formato de amparos constitucionales. De igual forma, puede generarse responsabilidad civil en caso que se presenten daños por las opiniones que se encuentre fuera de la protección de la libertad de expresión, por lo que tendrá que iniciarse los procesos judiciales correspondientes.
Pero de la teoría a la práctica1, existe un paso enorme. La distancia metafórica que separa una situación de la otra se evidencia en las complejidades que presentan las sociedades modernas: uso de memes que degradan, procesos de viralización del contenido y sus consecuentes crisis mediáticas en redes sociales y medios tradicionales. Además, de existir la posibilidad que, de manera concurrente a todas esas situaciones, surjan las temidas y afamadas fake news2, elevando el impacto al daño moral que legítima el reclamo judicial.
A nivel subjetivo pueden existir asimetrías de poder considerables entre las partes del litigio que pueden fungir como elemento disuasivo para iniciar los procesos judiciales. Pero superadas aún las barreras subjetivas, el problema radica en un aspecto de fondo, un asunto en el ámbito del terreno cultural en donde las interacciones humanas se mueven. Es decir, que el conflicto entre el honor y la libertad de expresión, es un problema que no tiene una solución jurídica: “En verdad, el problema no se confina en el ámbito jurídico. Se trata de un problema cultural. La cultura de nuestro tiempo propicia y ampara todo lo que entretiene y divierte.”3 Es por ello, que la libertad de expresión, en algunos casos, ha sido desnaturalizada4 y se ha utilizado como herramienta para difamar, calumniar e implantar falsedades en la sociedad.5
Este aspecto cultural no es un proceso que inició con la época de las redes sociales sino que se remonta incluso más atrás, al año 1932 cuando Huxley6 plantó la semilla de la idea que Vargas Llosa bautizó como la “Civilización del Espectáculo” en el 2007, la cual en palabras del Nobel de Literatura, inició: “En algún momento, en la segunda mitad del siglo XX, el periodismo de las sociedades abiertas de Occidente empezó a relegar discretamente a un segundo plano las que habían sido sus funciones principales -informar, opinar y criticar- para privilegiar otra que hasta entonces había sido secundaria: divertir... La civilización del espectáculo había nacido y estaba allí para quedarse y revolucionar hasta la médula instituciones y costumbres de las sociedades libres.”7
Estos importantes detalles, nos hacen recordar que la época en que fueron concebidas las soluciones jurídicas para conflictos entre el honor y la libertad de expresión, no se apegan a la compleja realidad que hoy en día vivimos: “La idea de que el poder judicial puede, sancionando caso por caso, poner límite al libertinaje y violación sistemática de la privacidad y el derecho al honor de los ciudadanos, es una posibilidad abstracta totalmente desprovista de consecuencias, en términos realistas. Porque la raíz del mal es anterior a esos mecanismos: está en una cultura que ha hecho de la diversión el valor supremo de la existencia, al cual todos los viejos valores, la decencia, el cuidado de las formas, la ética, los derechos individuales, pueden ser sacrificados sin el menor cargo de conciencia.”8
En resumidas cuentas, vivimos en una época cultural en el cual el valor supremo que rige predominante el actuar es la búsqueda de la diversión, promoviendo todo acto que implique alejarse del aburrimiento. Lo cual no es un acto para nada despreciable, sin embargo, no debemos perder de vista que la cultura ha servido como un ancla o un norte, al cual recurrir para tomar decisiones. Por lo que, al mutar de una complejidad de elementos al simplista y hedonista fin de la diversión como último medio, es que la sensación de caos9 en las vidas personales se siente con mayor potencia. Estaremos sobreconectados —por redes sociales— pero también vivimos en un mundo donde las personas se encuentran más solas, considerándose la crisis de la soledad, como uno de los problemas más apremiantes de nuestras épocas10.
¿Pero porqué ocurre todo esto? ¿No deberíamos estar en mundo mejor frente a las tinieblas del oscurantismo opresivo de la inquisición religiosa? Ciertamente y estamos mucho mejor que antes, de ninguna manera es una generalización que todas las personas se encuentran colocadas en determinada situación; sin embargo, hemos pasado de un mundo a otro mundo: “El mundo de la religión es diferente del otro mundo de la diversión, pero se parecen entre sí en que manifiestamente 'no son de este mundo'. Los dos son distracciones y, si se vive en ellos demasiado continuamente, uno y otro pueden convertirse, según la frase de Marx, en el 'opio del pueblo' y, por tanto, en una amenaza para la libertad.”11
De alguna u otra forma, nos alejamos del terror del totalitarismo Cromwelliano y nos colocamos en un escenario de ciencia ficción Huxeliano: “Orwell temía que se prohibieran los libros. Lo que Huxley temía era que no habría ninguna razón para prohibir un libro ya que no habría nadie que quisiera leer uno. Orwell temía a los que nos privarían de información. Huxley temía a aquellos que nos darían tanto que nos reduciríamos a pasividad y egoísmo. Orwell temía que la verdad se nos ocultara. Huxley temía que la verdad se ahogara en un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos convirtiéramos en una cultura cautiva. Huxley temía que nos convirtiéramos en una cultura trivial.”12
En este sentido, el mismo riesgo que empujó a la civilización a alejarse de los dogmas religiosos que restringían todas las libertades en sus más diversos ámbitos (científico, literario, romántico, etc.) es el fantasma que se avecina. Para explicarlo de una forma, es como una especie de inversión del progreso de la humanidad, ejemplo de esto lo encontramos con el resurgimiento de personas que abogan por las teorías científicas superadas desde la inquisición (“la tierra es plana”) o el re-aparecer de los grupos nacionalistas con una clara finalidad anti democrática.
Estos importantes detalles, nos hacen recordar que la época en que fueron concebidas las soluciones jurídicas descritas, no se apegan a la compleja realidad que hoy en día vivimos: “La idea de que el poder judicial puede, sancionando caso por caso, poner límite al libertinaje y violación sistemática de la privacidad y el derecho al honor de los ciudadanos, es una posibilidad abstracta totalmente desprovista de consecuencias, en términos realistas. Porque la raíz del mal es anterior a esos mecanismos: está en una cultura que ha hecho de la diversión el valor supremo de la existencia, al cual todos los viejos valores, la decencia, el cuidado de las formas, la ética, los derechos individuales, pueden ser sacrificados sin el menor cargo de conciencia.”13
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