Desde un punto de vista cultural, la sociedad —alrededor del mundo— está pasando un punto de inflexión. El desarrollo de la ciencia, la tecnología y el conocimiento han acentuado al humanismo y la libertad, y han trasladado el poder hacia el individuo; con las consecuentes fisuras a los conceptos tradicionales de entender la realidad, de entendernos.

Lo cierto es que somos seres sociales, necesitamos referentes colectivos para normalizar nuestra cotidianidad. Necesitamos valores, creencias compartidas y una historia común que sea el texto que nos une, como especie de tejido, y que nos da una sensación de seguridad psicológica necesaria. Esas creencias nos definen, y por eso nos cuesta tanto cambiar, abandonar ideas instaladas, asumidas. Las transiciones (que implican una “des-definición”) no son muy agradables para el ser humano.

Tradicionalmente hemos asumido que la anatomía es destino absoluto. En las sociedades pre-modernas, las condiciones de vida reforzaban estas asociaciones entre el cuerpo biológico del hombre y la mujer, y su rol-función en la sociedad. Sin embargo, en la sociedad moderna tecnológica, estas nociones se comienzan a diluir, poco a poco.

Atestiguamos una transformación constante de lo que se asume que es un hombre o una mujer. Ninguna respuesta es definitiva por el momento. Pero lo cierto es que muchos mitos se están rompiendo para siempre; como, por ejemplo, que los hombres son “naturalmente” más orientados a la independencia, la objetividad, la agresividad y las cosas tangibles versus las mujeres más orientadas a la interdependencia, la subjetividad, la suavidad y la gente. Esas nociones ya no atrapan la esencia del hombre o de la mujer.

Muchísimas de nuestras motivaciones esenciales son sencillamente humanas. Aún así, el sexo biológico sigue marcando diferencias no poco relevantes. Por el momento, la anatomía en el terreno de lo biológico sigue siendo destino parcial (aunque los avances de la ciencia en la materia podrían sorprendernos rápidamente).

Pero hasta en el campo de la anatomía se juega lo político y lo social. Para las mujeres, la posibilidad biológica de la maternidad es uno de los asuntos que, en sociedades más conservadoras, sigue siendo objeto de tensión. ¿Quién debe de tener control sobre ese “poder” de dar a luz? ¿Cuáles leyes deben regularlo? ¿La mujer puede ser sujeto dueña de su cuerpo? ¿O debe ser objeto de procreación, al servicio de la colectividad, de la vida? Y más allá, ¿el embarazo es un asunto de salud de la mujer? ¿La salud de quién debe priorizarse? Todas las respuestas y conclusiones (a nivel colectivo) están pendientes.

Dice Wikipedia que “la bioética es la rama de la ética dedicada a proveer los principios para la conducta más apropiada del ser humano con respecto a la vida, tanto de la vida humana como del resto de seres vivos, así como al ambiente en el que pueden darse condiciones aceptables para la misma.” Disciplina relativamente reciente, y sumamente relevante en nuestros tiempos líquidos, la cual se va desarrollando poco a poco.

Y mientras tanto… la opinión pública se debate en discusiones anónimas. En la política se compite por cuál idea tiene más votos y “gana”, y miles de mujeres mueren y miles de infantes tienen hambre o crecen huérfanos. Y ahí sí, la tribu se desentiende, porque es también gracias a esa noción de humanismo (que individualiza al sujeto humano) que se introduce también la libertad de enfocarnos en nuestros propios asuntos, de atender cómodamente sólo nuestra exclusiva y privada realidad.

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