Buenas tardes a todos, muchas gracias por acompañarnos y muchas gracias a ULACIT por abrir este espacio para reflexionar —entre liberales— acerca de la causa que nos une por encima de otras diferencias.
WOW. ¡Doce organizaciones liberales! Yo ni siquiera sabía que había tantas, o no me había puesto a contarlas. Y son 13 si incluimos al Instituto de Políticas Públicas y Libertad de esta universidad, que no por ser de naturaleza académica es menos importante que las organizaciones de activismo social y político aquí presentes. Todos nos beneficiamos del apoyo que un instituto como este nos puede brindar para sustentar nuestras posiciones no solo en la teoría, que tanto aburre al electorado y confunde a los políticos, sino también en la evidencia empírica bien fundamentada.
Doce organizaciones liberales, incluyendo a 4 partidos políticos en diferentes etapas de su ciclo de vida, me hacen preguntarme si todo esto es una muestra de sano fervor, entusiasmo y activismo liberal, o si es más bien el síntoma visible de una enfermedad que compartimos con los socialistas: la irremediable fragmentación de nuestra gran carpa. Ahí tenemos un primer gran reto al que debemos prestarle atención para definir, ya no cuál es el futuro del liberalismo en Costa Rica, sino si existe un futuro para nosotros.
Para empezar a entender el futuro del liberalismo, entonces, necesitamos voltear a ver el panel que me acompaña en este evento. Hablo ahora no solo de la evidente fragmentación, sino de otro hecho notorio: somos 12 organizaciones liberales representadas por 11 hombres y una mujer. Bien pudimos ser 2 mujeres y 10 hombres, que no hubiera cambiado la conclusión de que nuestro mensaje no le está llegando a las mujeres de manera adecuada.
La exclusión —no a propósito, pero no por ello menos real— del 50% de la población no es un buen punto de partida para un movimiento que está seguro de tener las soluciones a los problemas del país, nacidos del excesivo estatismo y paternalismo de las políticas públicas de los últimos 70 años. Entender por qué nuestro mensaje ahuyenta a las mujeres debería ocupar un puesto muy alto en nuestra agenda de trabajo para los próximos meses.
Pero no solo a las mujeres espantamos. Tendemos a pecar de excesivamente economicistas, el pan y la mantequilla son siempre prioridad, y nunca tenemos tiempo para hablar de otras cosas. Tanto así que ni siquiera hemos desarrollado un discurso creíble y atractivo para aquellas personas a quienes preocupa más el medio ambiente, la salud, la inseguridad, la educación, la cultura, la juventud y mil cosas más. Si queremos acercarnos algún día al poder, tenemos que poder hablarles a las personas de sus preocupaciones, no decirles que no son prioridad hasta que tengamos una economía en perfecto funcionamiento. Humanizar nuestro mensaje es el tercer gran reto que enfrentamos.
El cuarto mensaje, y quizás el más importante, es que la gente importa y debería ser el norte de nuestra acción política y social. Traigo esto a colación porque en las últimas semanas he visto a varios liberales abogando por dejar que la situación económica reviente, un perverso laissez passer para que nos vayamos por el despeñadero, con la esperanza de que a la salida del precipicio nos esperará el nirvana liberal en Costa Rica. Les tengo dos malas noticias.
La primera es que uno no puede escupirle a la gente en la cara y pretender que sientan que lo hace por su bien. Uno no puede insultar, ofender, o llamar ladrones y corruptos a quienes piensan distinto y pretender que después lo sigan como al flautista de Hamelin. Los liberales tendemos a ser excesivamente racionales, y la mayoría de la gente es más emocional, que es otra de las razones por las que nuestro mensaje rara vez tiene el impacto que debería si fuera juzgado solamente por la solidez de nuestros argumentos. Las personas tienen corazoncito y muchas veces lo anteponen a las demás consideraciones.
La segunda mala noticia que les traigo es que quienes toman las decisiones en nuestro país, quienes lo han hecho en los últimos 70 años, quienes lo hacen hoy en la precrisis, y también quienes lo harán cuando estemos en el fondo del guindo, no son liberales y no van a tener una epifanía hayekiana mientras el carro vaya dando vueltas en el aire directo al precipicio.
Dejar que la economía toque fondo para que la sociedad acepte nuestras ideas es iluso e insensato. No es solo que los socialconfusos estarán al mando cuando haya que hacer reformas para salir del despeñadero, sino que además el pueblo hambreado, desempleado y golpeado por la crisis recordará con claridad quiénes fueron los que abogaron por dejarlos caer sin paracaídas. Y podemos tener la seguridad de que sacará el facturero para cobrar.
No tengo forma de saber si el poder está en nuestras cartas en el futuro cercano, pero tengo la certeza de que es en tiempos como los que vivimos cuando Costa Rica más nos necesita. Pero no para que se nos vaya la vida discutiendo si el principio de no agresión es, como sostenía Ayn Rand, un principio, o si es un axioma, como afirmaba Rothbard.
Costa Rica necesita que los liberales defendamos las ideas de la libertad como principio que debe guiar la formación de toda política pública, y que seamos convincentes para lograr que así sea, sin importar de qué color o partido sea el gobierno.
Costa Rica necesita que abandonemos el maniqueísmo del todo o nada, del sino desregulamos por completo la economía mejor bloqueamos cualquier intento de reforma, y que aceptemos de una vez por todas, que el cambio hacia el liberalismo solo podrá ser gradual.
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