En Costa Rica somos tan privilegiados que ni siquiera notamos nuestro privilegio. No hemos vivido genocidios, ni ocupaciones extranjeras, ni bloqueos comerciales, ni guerras devastadoras. La paz es algo tan cotidiano que la damos por sentada como si fuera natural. El Estado de Derecho es parte tan importante de nuestra consciencia, que nunca nos sentimos “en tierra de nadie” y sabemos perfectamente cuáles son las obligaciones que el gobierno tiene para con nosotros.
Quizás por todas estas razones, nos cuesta tanto dar lo mejor de nosotros. Nos enfrascamos en discusiones vacías y concentradas en demostrarle al otro lo mal que está su postura, lo equivocada que está su opinión. Hemos sido incapaces, por décadas, de negociar un acuerdo país que asegure la permanencia de aquellas bases de la prosperidad en las que todos estamos de acuerdo.
La democracia más sólida de la región si acaso ha merecido nuestro voto —medianamente informado— cada cuatro años. Ahora nos quejamos de los abusos que se han dado dentro de la función pública, tanto por incapacidad de gestión como por cálculo político, pero no nos damos cuenta de que es con nuestro apoyo y con nuestros votos que se han alimentado esas malas prácticas, y hasta esa corrupción.
Es fácil señalar con el dedo, diagnosticar desde la gradería todo lo que está mal. Lo difícil es señalar frente al espejo. Quien se atreve a servir se expone a ser linchado por las turbas enardecidas. También, muchos que se colocan en las sillas del servicio público lo hacen sin la claridad de que sus palabras ya no le pertenecen al cien por ciento, su opinión personal ya poco importa. Lo que importa es el ejercicio de su función con la mayor estatura ética, pensando siempre en los demás, pensando siempre en las consecuencias. Eso es el liderazgo.
Hoy comprendo que mi país necesita lo mejor de mí, necesita lo mejor de todos. Como colectivo estamos en un punto de inflexión que va a definir, para bien o para mal, la calidad de vida de muchas generaciones hacia delante. Y no en abstracto, sino en concreto: se trata de la calidad de vida de nuestros hijos y nietos. Por eso, es importante que cada quien haga un examen de consciencia y haga el esfuerzo de dar sólo lo mejor en este momento. Si no tenemos nada constructivo que decir, mejor callar. Si no queremos esforzarnos en aportar propuestas de solución, mejor no andar señalando todos los problemas. Sí… realmente mucho ayuda el que no estorba.
Costa Rica nos necesita. Todos somos Costa Rica. Ojalá todos podamos sacar lo mejor de adentro y ofrecerlo al vecino, al colega, al cliente, al migrante, al funcionario. Todas las palabras cuentan. Ojalá lo logremos.
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