El pasado 1 de abril hicimos historia en nuestro país, elegimos la opción más sensata y más amigable con los derechos humanos, nuestra institucionalidad y el progreso en la sociedad costarricense. Las pasadas elecciones fueron decisivas para salvaguardar los derechos humanos y los principios básicos que logran el status quo de nuestro modelo de contrato social en el que vivimos. Para la inmensa mayoría, hoy nuestro presidente Carlos Alvarado Quesada no fue el candidato deseado en primera ronda, pero en el balotaje final el principal motivo para ese millón 300 mil costarricenses que le dimos su voto fue salir a defender a Costa Rica del fundamentalismo pentecostal que intenta tomar el poder en toda América Latina.
Estamos poco acostumbrados a informarnos del acontecer político, la gran mayoría define su voto días antes o incluso el mismo día de las elecciones. En esta ocasión no podíamos correr el chance de dejar ir el gane que tanto celebramos en la Hispanidad, en Roosevelt y el resto del país. Si nos basabamos en encuestas y no salíamos a votar, posiblemente perdíamos, si veíamos cómo muchos se devolvían de la playa para votar, pero nos quedabamos muy cómodos disfrutando un par de días más en las costas, también perdíamos. No había chance para “jugárnosla”, ese día teníamos que salir a votar, derrotar el abstencionismo y movilizar la mayor cantidad de personas posibles.
Celebramos ese 1 de abril tanto como celebramos el pasado 9 de enero, fecha que cambió el rumbo de las elecciones, dividió al país y cambió para siempre la política al derribar a partidos gigantes y definir que los derechos de todos importan y que una vez más se luchó por defenderlos. Fue una pequeña lucha, en una batalla que lleva décadas y se llevará el tiempo necesario para lograr la igualdad ante la ley, el respeto mutuo y la total aceptación, pasarán décadas para ver una sociedad totalmente inclusiva y abierta, pero valdrá la pena. Cuando logremos la total igualdad entre todos los grupos civiles que habitan nuestro territorio evolucionaremos como nación.
Debemos recordar que el matrimonio igualitario no es sinónimo de aceptación o respeto, lo primordial es trabajar para avanzar en una ruta que nos lleve a la Costa Rica inclusiva, que no discrimina, respeta los derechos de todos y todas por igual y no aparta ni deja a nadie atrás. Ninguna lucha es más importante que otra, juntos es como debemos trabajar para hacer de este país un lugar donde todos importen y sean respetados por igual. Nos debe importar la situación que viva cualquier persona LGTBIQ+, tanto como la que vive cualquier familia en situación de extrema pobreza; nos debe importar la accesibilidad para cualquier ciudadano costarricense o extranjero que resida en nuestro territorio; nos debe importar de la misma forma la condición de las mujeres, los pueblos indígenas o cualquier grupo que afronte una desigualdad o trato discriminatorio.
Esto no queda así, la lucha por los derechos de todos y todas debe seguir, más fuerte aún, pues seguiremos recibiendo balas y debemos mantenernos fuertes para defender nuestros principios y valores como sociedad, la Costa Rica que es inclusiva, respetuosa, tolerante y responsable. La ruta que sigue, una vez más, no es el beneficio para el mayor número, sino el de todos y todas. Los costarricenses ya lo hicimos antes al abolir la pena de muerte, al universalizar el voto, al abolir el ejército, al crear el modelo de salud pública, la educación gratuita y cada vez que impulsamos políticas ambientales para beneficiar no solo a unos, sino a todo el colectivo.
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