Así lo considera el diputado Jonathan Prendas, de Restauración Nacional. Y no es para tomarlo a broma. Posiblemente sin haber leído a Erich Fromm, al calificar de “excesivamente humanista“ el protocolo del MEP para prevenir el suicidio en niños y jóvenes, lo que ha hecho es autocalificarse certeramente como diputado cristiano del partido Restauración Nacional y, de paso, calificar certeramente a sus compañeros diputados y diputadas de partido. De lo cual hay que tomar nota y agradecer, por aquello de que en guerra avisada no muere soldado. Porque calificar el protocolo de “excesivamente humanista“ y tenerle miedo por ello, es frente a todo lo que se percibe y se siente como búsqueda y diálogo preferir la seguridad que da la autoridad y el orden, típico pensamiento autoritario.

Primero en su obra Ética y psicoanálisis (1947) y luego en Psicoanálisis y religión (1950) Erich Fromm desarrolló los conceptos de autoritaria y humanista, en la primera aplicados a la ética, en la segunda a la religión. En ambos casos se trata de un hecho constatable: la existencia de dos tipos de ética y de religión, una de tipo humanista y otra de tipo autoritario, que echa su raíz en algo previo a ellas y más profundo, en algo caracterial social. Recuérdese el concepto “carácter social“, también de Erich Fromm. La ética autoritaria, según nuestro autor, puede ser calificada de “irracional“, y la humanista de “racional“, una forma ya muy sugerente de calificarlas. Pero veamos con algún detalle más en qué consisten, sobre todo en el caso de la religión.

Las religiones autoritarias suponen el reconocimiento de un poder superior e invisible. Aunque no es esto lo que las constituye en religiones autoritarias, sino la idea, observa Erich Fromm con agudeza, de que a este poder, por causa del dominio que ejerce, se le debe obediencia y veneración. Aquí es donde reside lo autoritario, en que se trata de un deber. Esto se evidencia en que la razón para tener que obedecer, reverenciar y venerar a Dios no reside en sus cualidades morales, en el amor o en la justicia, sino en el dominio, esto es, en el poder que se le concede sobre el ser humano. Dominio que significa sometimiento y, que si el ser humano no lo acepta así, comete un pecado. El factor detonante de lo autoritario es el poder y el temor, no el amor y la confianza.

Las religiones humanistas son todo lo contrario. El factor detonante no es el temor y el sometimiento sino la aspiración a la plena autorrealización. En las religiones humanistas el ser humano desarrolla su razón, la confianza en sí mismo, el amor a sí mismo y a los demás. Se siente un ser un ser simbiótico y solidario con todos y con todo. La experiencia religiosa de este tipo de religión es la experiencia de la unidad con el Todo. Su finalidad es el desarrollo pleno del ser humano, no la impotencia, y su virtud más grande consiste en su plena realización, no en la obediencia. Y el estado prevaleciente es la alegría, no el sentimiento de culpa y pecado, como en las religiones autoritarias.

A la luz de estos criterios el budismo primitivo es uno de los mejores ejemplos de religión humanista. Buda nunca habló en nombre de un poder sino de la razón. El cristianismo primero también fue profundamente humanista, no autoritario, como lo muestran los evangelios. Aunque lo autoritario se impuso muy pronto, y la tensión y el conflicto entre los principios autoritarios y humanistas del cristianismo cruzan toda la historia de este. Sin embargo, como lo muestran los espirituales cristianos de todas las épocas, el elemento humanista y democrático nunca fue subyugado ni desapareció en la historia de los cristianismos.

En la actualidad, concretamente, en el cristianismo de tipo pentecostal y neopentecostal hay elementos muy fuertes, como su concepción de Dios y del ser humano, la primera un Dios pensado sobre todo en términos de poder, y poder absoluto, la segunda un ser humano sin valores positivos, todo él pecado, que apuntan a una religión autoritaria y la configuran como tal.

Nada extraño, pues, que el diputado Jonathan Prendas tenga miedo a lo que él califica de “excesivamente humanista“ en el protocolo para la prevención al suicidio en los niños y jóvenes y la atención que merece. Por ‘humanista’ sin duda él entiende poner al ser humano en el centro, con su autonomía y la confianza que hay que tener en él. Echa de menos el reconocimiento de un poder exterior y superior al ser humano, de la religión y de un entorno familiar y social culpabilizador y amenazante, es decir, autoritario. De ahí el miedo a todo los que considera humanista, miedo que comparte con toda la bancada de su partido, el Partido de Restauración Nacional. Es la religión y moral autoritaria que con gusto, si pudieran, impondrían como un supuesto gran bien a todos. Orden y autoridad por encima y antes de la libertad y de la realización del ser humano.

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