“¡Que se rinda tu madre!” grita la juventud nicaragüense en las calles de Managua, de Masaya, de Granada, de León y en tantas otras ciudades del país.
No hace falta resaltar el evidente simbolismo de esta expresión, su trágica ironía implícita al evocar el pasado revolucionario de aquellos que lucharon por derrocar a la dinastía de los Somoza. Sin embargo, aún más importante es lo que ella nos indica sobre le presente y el futuro del país.
Primero nos obliga a reconocer que las actuales protestas van mucho más allá de una reacción a las reformas de la seguridad social. A pesar de que muchos medios internacionales no lo muestren la población nicaragüense está protestando contra todo lo que caracteriza al régimen... su censura, su corrupción, su constante violación de los derechos humanos, su nepotismo, su demagogia y su autoritarismo que invade todas las esferas de la vida social de los nicaragüenses.
Son esos mismos gritos los que auguran la tormenta que está por venir, la inminente guerra civil es una realidad para todos aquellos que somos cercanos a la realidad Nicaragüense. Instar al gobierno nicaragüense a cesar la represión no solamente es una ficción, sino que también demuestra la incomprensión internacional sobre lo que realmente está sucediendo en Nicaragua.
Las protestas pacíficas comenzaron el miércoles 18 de abril en reacción a las reformas de la seguridad social, entre ellas, un impuesto de 5% sobre las pensiones existentes y una disminución progresiva de las pensiones futuras. Sin embargo para muchos de esos nicaragüenses que salieron a protestar en contra del decreto presidencial que establecía dichas reformas, las medidas tomadas contra el déficit solo son la punta del iceberg, es el descaro de la corrupción que es culpable del déficit lo que los indigna, es la exasperación causada por las incoherencias ideológicas de un régimen que se autoproclama "Cristiano, Socialista y Solidario" y que es cómplice de un sector empresarial que se beneficia del actual status quo, y es sobre todo el enfurecimiento que siente gran parte de la población nicaragüense contra una élite política inmune de cualquier forma de rendición de cuentas a pesar de los crímenes cometidos.
La censura y la propaganda habían logrado por años callar la oposición general existente contra el régimen, de manera que esa masa de opositores —que hoy se demuestra que son mayoría— se sentía paradójicamente una minoría incapaz de arremetar o de oponerse políticamente al régimen. Las protestas lograron desquebrajar ese manto de silencio que impedía la articulación de la oposición, ese impresionante logro se lo debemos a la juventud gracias a su heroísmo en las calles y a su capacidad de construir una red de cooperación y de información en las redes sociales que evadía la censura y la vigilancia del régimen.
A ese rencor, que brotó en cuestión de horas, se le suma la reacción represiva de las fuerzas del régimen, ya sea aquella cometida por la “Juventud Sandinista” (compuesta mayoritariamente por jóvenes adoctrinados por el partido de gobierno) o por la policía y sus fuerzas antimotines. Hasta el día de hoy se sabe que hay al menos dieciséis muertos, muchos de ellos estudiantes, algunos incluso menores de edad, y aun así la represión sigue contra civiles desarmados.
Aquellos que hemos seguido en vivo a través de las redes sociales las tragedias que ocurren a lo largo de todo el país, los escenarios de terror y de desespero, sabemos la necesidad imperiosa de concientizar a la comunidad internacional sobre lo que está pasando en Nicaragua con el fin de visibilizar las acciones del régimen Ortega-Murillo, la presión internacional puede salvar muchísimas vidas en este momento crítico.
Tres días después del comienzo de las protestas el descontento general es evidente y a medida que los focos de tensión aumentan, que nuevas insurrecciones aparecen en diferentes ciudades del país y en diferentes sectores socioeconómicos y que una radicalización de los jóvenes se cristaliza en ambos lados del terreno político una confrontación armada parece inevitable.
Las declaraciones públicas y los actos del régimen como de la oposición nos indican que ninguna de las partes está favor de una solución democrática al conflicto. Por su parte Rosario Murilllo y Daniel Ortega no dudan en calificar a la oposición como "vándalos" o “delincuentes” a los cuales hay que eliminar para defender el orden, las acciones de las fuerzas armadas obedecen al pie de la letra dicho discurso.
Por otro lado, tenemos una oposición compuesta de grupos completamente heterogéneos, entre ellos, estudiantes, pensionados, campesinos o incluso células armadas que frecuentemente publican videos clandestinos en las redes sociales para mostrar que están armados con molotovs y armas de fuego para atacar el gobierno. Pese a la diversidad de estos grupos parece haber un consenso en el hecho de que la élite política en el poder debe ser derrocada por la fuerza.
La reanudación del diálogo recientemente anunciado por el gobierno es evidentemente un esfuerzo por reestablecer el pacto corporativista basado en la complicidad del sector empresarial, el cual ha permitido la estabilidad del régimen y que ha tenido una breve interrupción debido a la reforma unilateral establecida por el régimen, sin embargo la oposición Nicaragüense, que es la mayor parte de la población, entiende claramente que el gobierno no está dispuesto a establecer un diálogo democrático.
Incluso cabe preguntarse si la oposición estaría dispuesta a una transición democrática no violenta si se ofreciese ya que el resentimiento y el trauma creado por los asesinatos a sangre fría de jóvenes y niños desarmados ha despertado una sed de justicia en gran parte de la población. Debe advertirse sin embargo, que la guerra civil no solamente implica una confrontación entre la población y el régimen, sino de manera más general aquellos que genuinamente están dispuestos a morir por el Frente Sandinista de Liberación Nacional y el resto de la población.
No se debe subestimar la fidelidad de la Juventud Sandinista al régimen, no se trata de simple sicarios sino de fanáticos, lo que implica que el posible derrocamiento de la actual élite política no necesariamente significaría la paz, lo más probable es que la guerra civil se prolongue incluso si se logra desestabilizar a la dictadura y derrocar a sus líderes. En otras palabras, en este momento está en las manos de Ortega y de Murillo la vida de miles de personas, no solamente se requiere un cese a la represión, sino que se necesita que ellos desalienten la articulación de esa “base” sandinista violenta que podría desencadenar una larga y extremadamente violenta guerra civil.
En este momento, lamentablemente lo único que nos queda para poder salvar cientos de vida es apelar a la razón de dos individuos que claramente sufren de delirios de grandeza y cuya sanidad mental puede ser severamente cuestionada, sin embargo, hay que hacerles saber que tarde o temprano su régimen caerá, queda en manos de ellos decidir entre dejar un legado de democracia o dejar un legado de sangre.
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