Costarricenses, escribo desde Boston, Massachusetts, donde curso un doctorado en neurociencia en la Universidad de Harvard.  Mi intención es compartirles una perspectiva sobre lo que ocurre acá, un año después de elegir a un presidente populista, destructivo, amigable con los fundamentalistas religiosos, y a urgirles enérgicamente que ejerzan su derecho a votar, y a defender nuestra democracia.

Hace más de un año el mundo entero perdió cuando fue electo el presente presidente de los Estados Unidos. En esos momentos, había aquellos que hablaban optimistamente: “Tal vez no sea tan malo” o “No es tan inteligente, no hará tanto daño”. Los conservadores y la derecha fundamentalista cristiana, sin embargo, vieron la oportunidad para llevar a ejecución sus creencias e ideas en contra de los descubrimientos y avances de la ciencia y los logros en derechos humanos, tales como la evolución, el cambio climático, la diversidad del ser humano como una normalidad biológica y los derechos humanos, en particular los derechos de las mujeres y de las minorías.

No duró ni una semana el país sin que empezara el ataque al progreso que ha tomado cientos de años, y costado cientos de miles, si no millones de vidas, en acumularse. Y los optimistas, seguían optimistas.

Bajo el timón del nuevo presidente, se empezó a perseguir a la ciencia, disminuyendo los fondos para la investigación y la educación. Se empezó a destruir el medio ambiente y los recursos naturales mediante el nombramiento de un jerarca en agencia de protección del ambiente cuya meta es desmentir el papel de la humanidad como causantes del cambio climático. Se empezó a destruir el sistema educativo con la asignación de fondos públicos a escuelas privadas con fines de lucro. Se propició un clima de racismo, xenofobia y acoso y discriminación a la mujer y a los que se identifican como LGBT sin precedentes.

Lo peor es que se hayan salido con la suya y que es tal la manipulación y corrupción que el sistema de pesos y contrapesos, característicos de esta democracia de 229 años, no haya podido defender las instituciones y derechos de los ciudadanos como era de esperarse y sobre todo no se vislumbra la posibilidad de deshacerse de este presidente quizás por los próximos siete años.

Es difícil describir la sensación de cada mañana de que habrá otro ataque contra nuestra libertad y derechos individuales y colectivos, no sabiendo qué será, o cuán efectivo. Esta es la estrategia de los autoritarios de hoy, una guerra psicológica, de desgaste emocional y monetario, de división, donde sistemáticamente nos tratan de quitar todo, hasta que nos descuidemos, o cansemos, o —atención— acostumbremos y en un abrir y cerrar de ojos tengamos que ignorar el autoritarismo, la violación de la Constitución y derechos inalienables del ser humano y la destrucción y corrupción de las instituciones que protegen nuestros valores democráticos, de igualdad, de diversidad y de movilidad social.

Es difícil percatarse de antemano que luchar por nuestros derechos cada día quita tiempo de las tareas básicas, y de sobrevivencia diaria. Ninguno de nosotros puede ser redentor las 24 horas del día, siete días a la semana. Si en Estados Unidos cuesta, con 300 millones de personas, ¿cómo haremos con menos de 5 millones en Costa Rica?

Lo más desalentador ha sido ver cómo se ha empezado a pudrir por dentro el gobierno estadounidense, una vez conocido por lo limpio y efectivo. Es una infección insidiosa, que se esparce cada día, y que tomará esfuerzos hercúleos para curarla. Partiendo de un gobierno menos limpio, menos efectivo, y lastimosamente menos libre de corrupción, Costa Rica no está preparada para enfrentar la enfermedad del populismo, sobre todo si consideramos que la mayoría de los costarricenses enfrenta problemas de empleo, seguridad física y falta de ingresos  y pocas posibilidades de tener las oportunidades para alcanzar un nivel social y económico que le permita poder enfocarse en problemas diferentes a su sobrevivencia.

Los daños a la democracia durarán décadas en arreglar. Ya hemos visto como de un momento a otro, políticos que pensábamos que tenían espina dorsal y por lo menos algunos principios, se han contorsionado para apoyar a un sujeto que ellos saben nos destrozará, pero al carajo el país, porque ellos tienen un clavo con el partido gobernante.

Las décadas que nos tomará reconstruir nuestro país considérenlas de una manera concreta y no abstracta, como por ejemplo, quienes nazcan este 2018 tal vez habrán hasta dado nietos y aún no habremos resuelto el daño que podríamos generar este domingo, 1º de abril.

Por favor, hermanos y hermanas costarricenses, voten por la democracia, por la libertad, y por el amor al prójimo.

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