El cuatro de febrero entendimos realidades más allá de la nuestra, cuestionamos el país en que vivimos, nuestros antivalores como sociedad se hicieron presentes y evidentes. El abandono sistemático por parte del Estado a aquellas poblaciones más vulnerables es causa directa de los resultados de la primera ronda electoral. Sin que esto sea lo más preocupante, no puede ser que solo nos importan las problemáticas sociales cuando nos afectan directamente, cuando los demás escogen al candidato que no queremos. Estas elecciones deben de enseñarnos que la solidaridad es fundamental para la convivencia social, el individualismo que se vive en este país ha fisurado nuestros cimientos y nos ha conducido a la situación actual.

Dentro de todo esto, en mi reflexión diaria, estas poblaciones no han dejado mi mente. Personas que han sido excluidas de tantas oportunidades, aquellas que han sido limitadas durante toda su vida y que perdieron toda confianza no sólo en el Estado, sino en gran parte de este país, son quienes se ven más afectados por nuestra coyuntura actual.

Cualquier problema que pueda traer un gobierno irresponsable y discriminatorio se duplica o triplica para las poblaciones vulnerabilizadas, especialmente aquellas que poseen más de una condición de vulnerabilidad. Aquellos problemas que pueda tener una mujer como yo en un mundo con un machismo enaltecido, no tienen comparación con la situación en la que pueden caer mujeres sin acceso a la educación, a la salud, a la justicia y a un trabajo digno. Esas personas están en mi cabeza a diario.

Recuerdo el miedo que sentía cuando se dieron las elecciones pasadas en Estados Unidos. La legitimación del discurso discriminatorio, la desvergonzada e ilimitada exclusión, y el crecimiento de los crímenes de odio, sembraron en mi pánico, no por un país, no en solidaridad con una bandera, mi preocupación fue el destino de aquellas personas sin posibilidad de defenderse, de hacer valer sus derechos, aquellas que caminaban con pánico de ser agredidas. Hoy esa realidad es cada vez más clara en nuestro país, nos toca solidarizarnos, ir más allá de los intereses particulares, dejar el egoísmo de lado, pensar en los demás, actuar de la manera que siempre deberíamos, pero que se ha perdido en nuestra cómoda cotidianidad.

Aplausos y admiración para aquellas personas que siempre han luchado incansablemente para buscar justicia social, concentrando su trabajo en la protección de los derechos humanos, solidarizándose con las problemáticas de otros grupos sociales, haciendo propias luchas que pueden parecer ajenas. Nos toca unirnos a esto, sensibilizarnos y entender que los problemas de Guanacaste son nuestros problemas, que lo que pasa en la comunidad de La Carpio nos afecta a todos y todas, que Limón no puede seguir solo y que Puntarenas, al igual que cada parte de este país, es fundamental para nuestro desarrollo.

Nunca hemos estado tan en riesgo como ahora, nos jugamos nuestra estabilidad como país, pero sobre todo como sociedad. Las noticias nos despiertan con la muerte de un niño de 13 años como consecuencia del machismo y la homofobia que han consumido a este país, dentro del dolor que eso genera, me pregunto cuántas muertes cobrará nuestra indiferencia antes de que asumamos la responsabilidad que tenemos. En este momento, cuando más necesidades existen, nos consumimos en una soberbia y mezquindad de grandes proporciones, hemos relativizado todo, el acoso, la violencia, la discriminación, hasta la dignidad. Si no empezamos a entender que la protección de los derechos fundamentales es pilar para el desarrollo, nuestras grandes aspiraciones personales siempre se verán truncadas por aquello que a veces queremos que sea tan ajeno, pero que es necesario para nuestra subsistencia: la sociedad.

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