En junio del 2013 le daba un beso de despedida a mi madre antes de comenzar un proceso que cambió mi manera de ver el mundo y que me dio, entre muchas cosas, un amor y admiración profunda por la realidad y existencia de un país como Costa Rica, mi país.
En el bello pueblo de Annapolis me ví a las puertas de la Academia Naval de los EE. UU., renombrada institución militar por su nivel académico y la calidad de líderes que allí se producen. Por cuatro años entrené y aprendí de la misma manera que mis compañeros estadounidenses, tuve la bendición y oportunidad de entender y experimentar la cultura militar que Costa Rica dichosamente no comparte. Fue allí, entre zapatos lustrados, gritos y frías madrugadas dónde más me enamoré de nuestra patria y cultura.
Hoy, sin embargo, me desperté lejos de mi tierra una vez más y con un deseo profundo de tal vez aportar una perspectiva distinta luego de ver varias veces compartido en los medios un artículo insinuando que en Costa Rica se avecina un conflicto civil.
Con ejemplos y razones certeras, su autor nos muestra un escenario temible y oscuro donde están presentes los ingredientes del caos. Pero al autor parece olvidársele de qué país está hablando. Aunque haya discordia, el costarricense tendrá mucho que lo une, y hoy debemos recordarlo. Yo sé que estos rumores no son ciertos, y que tal vez los aires electorales una vez más nos llenan de pasiones, temores y esperanzas como es usual en esta fiesta electoral. Aun así, es cierto que estamos viviendo un conflicto (ya que conflicto hay dónde haya diferencia de opiniones) más elevado y tenso de lo usual en estas épocas. Conflicto que hemos de cuidar todos para que ninguno de nosotros se salga de las casillas del respeto y la coexistencia. “El hierro se afila con el hierro, y el hombre en el trato con el hombre” nos recuerda Proverbios.
El roce de ideas y opiniones es sano, siempre que reinen el respeto y los espacios para ser escuchados.
De vuelta en Annapolis hace unos años escribía sobre mi país, que ama la simple paz, se viste de rojo en la Fuente de la Hispanidad (como lo volveremos a hacer en unos 90 días), que es vanguardista en temas sociales y de ambiente, que nos abre las puertas dónde vayamos como extranjeros por nuestra buena reputación internacional. Es cierto que esta versión mágica y fantástica de Costa Rica se ve marchitada muchas veces y en muchos lugares de nuestro territorio.
Es en parte por esa discrepancia con la Costa Rica que soñamos y la Costa Rica que tenemos que este proceso electoral ha sido tan reñido. Sin embargo, somos nosotros, los Ticos que mantenemos ese sueño, esos ideales y visión por la que lucharon nuestros ancestros, los que le damos vida a esa Costa Rica bella, demócrata y madura.
Por cuatro años se me entrenó para “administrar la violencia” en ese mundo de botas y rifles. Qué lindo que en Costa Rica se eduque para administrar la paz y convivencia. Costarricenses, no hay gloria en la guerra y mucho menos entre hermanos de tierra y sangre. Es todo un honor y orgullo ser ciudadano de una de las democracias más estables y antiguas de Latinoamérica, región caracterizada por la violencia e inestabilidad. En medio del caos, Costa Rica ha brillado. Brilla para nosotros y para la comunidad internacional, que ve en nosotros la gran hazaña de paz, progreso y democracia sin militarismo.
No dejemos de lustrar nuestra patria con las herramientas de derecho, las que nuestros abuelos forjaron para poder coexistir y cooperar bajo este cielo dónde se respiran los frutos de paz. Son esas toscas herramientas, las que hoy debemos alzar con orgullo y pasión. Echemos mano de ese arsenal de amor, civilidad y democracia para arar esta tierra. Estamos lejos de siquiera pensar en trocar las otras armas, que, sólo terminarán robándonos nuestro sueño de una Costa Rica mejor.
Para que la pequeña Costa Rica siempre le ofrezca al mundo un corazón de civilidad y democracia.
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