A la hora de escribir estas líneas, decenas de miles de personas han empezado un éxodo inverso de distintos lugares del país al GAM (y muchos cruzando océanos, viajando miles de kilómetros del extranjero a San José) para poder votar este domingo. De repente se ha desatado un fervor ciudadano que tiene mucho de lírico y de hermoso. Desde 1982, cuando voté por vez primera, hasta hoy, no recuerdo una elección que tenga tantas implicaciones y haya generado tanto debate y frenesí ciudadano. Todo esto me ha recordado mucho de aquello de ‘cuando alguno pretenda tu gloria manchar” y “nuestro brazo nervudo y pujante”.
En sólo pocas semanas, esta elección se convirtió en mucho más que una ¨ballotage” de segunda vuelta: se ha convertido en un referendo nacional sobre el sistema de convivencia. Sobre si entendemos la sociedad como una democracia basada en los derechos humanos, en la modernidad y en la igualdad de las personas (los signos distintivos de la construcción de CR desde la II República) o un asombroso retroceso a una sociedad que estaría mucho más atrás de la Constitución de 1949, o incluso de la Constitución 1871 de don Tomás Guardia. El retorno a una sociedad (como lo advertía el texto 2.0 promulgado en días pasado por RN) donde incluso la noción de libertad estaría amarrado a dicterios religiosos regidos por funcionarios públicos, tanto en la vida pública como privada. Una teocracia orweliana en toda la regla. Una inquisición eclesiástica asumiendo puestos del Estado que haría escrutinio y perseguiría, incluso, la vida privada y las elecciones íntimas de los seres humanos.
No es casual que ante una afrenta de esa magnitud, patriotas e intelectuales tan diversos entre sí (desde la derecha liberal, la social democracia hasta la izquierda) como Eli Feinzaig, Jorge Cornick, Carlos Manuel Valverde, Dyalá Jiménez Figueres, Luis Javier Castro, Abril Gordienko, Aurelia Garrido, Kevin Casas, Montserrat Sagot o Juan F. Cerdas Albertazzii hayan depuesto sus diferencias ideológicas con el PAC y hayan publicado artículos realmente inteligentes y agudos expresando su apoyo en este momento. Todos están cruzados por un profundo amor patriótico y una gran decencia ciudadana. Esto que está sucediendo es mucho más grande que una alianza de segunda vuelta. Es la posibilidad de una gran transformación nacional que—de repente—esta uniendo a la mejor gente de Costa Rica. El poder ver sentados en el futuro en una misma mesa a Edna Camacho o Jorge Cornick ayudando a dirigir la economía y a Montserrat Sagot defendiendo a las mujeres o Monica Araya el medio ambiente (pongo ejemplos al azar) me daría gran alegría ciudadana.
Hay que agradecerles a Carlos Alvarado y Rodolfo Piza Rocafort la valentía, amplitud de miras y la inteligencia para convocar una Gobierno de Unidad Nacional que, a estas horas, ya trasciende en muchísimo al PAC que le sirve de base, en caso del primero, y, en el caso del segundo, al propio PUSC con el cual ha tenido que enfrentarse. Ambos demostraron altura y sabiduría para leer esta particular coyuntura de nuestra historia.
Ojalá esta cruzada nacional logre ganar en las urnas mañana domingo. Don Carlos y don Rodolfo deberían tener claro que, si esta cruzada nacional logra triunfar, abran los brazos a esa enorme cantidad de hombres y mujeres talentosas que quieren ayudarlos, y no marearse como con aquella votación del millón trecientos mil votos de hace 4 años, mandato que no entendió el actual presidente, con un gobierno endogámico de un solo partido.
Las condiciones se están dando para una gran transformación nacional, quizá una III República que haga todas las tareas pendientes: la reforma al régimen de representación y el paso del Presidencialismo al Parlamentarismo, la modernización de la economía y la producción, llevar nuestro sistema educativo a un 70% de escolaridad real e imbricarlo con la tecnología, una infraestructura moderna y de primer mundo. Todas las tareas pendientes. En fin, el país con el que siempre hemos soñado.
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