Algunos recordarán la célebre alegoría de Platón, en la que se narra sobre una vivienda cavernosa, donde se encuentran unos hombres que han estado apresados desde su nacimiento. Estos permanecen encadenados en sus piernas, brazos y cuello; sin mayor posibilidad que la de observar hacia adelante, de espaldas a la salida.
Se explica que en lo alto arde una hoguera, cuya luz ilumina sobre unos tablados. Además, detrás de los prisioneros desfilan unos titiriteros, levantando sus muñecos sobre el pequeño muro, provocando reflejos en el fondo del lugar. Por lo tanto, quienes se encuentran atrapados, están limitados a asumir las sombras por las que se afanan, como su única verdad. Acaece que uno de los prisioneros logra zafarse de sus ligaduras, y aunque al principio le cuesta trabajo ver lo que le rodea -pues sus ojos no están acostumbrados a la luz- poco a poco empieza a entender que existen realidades superiores a las anteriores.
Parece ser, que en pleno siglo XXI, en un tiempo en el que el ser humano cree tener dominio de todo y en todo, somos más prisioneros que nunca. A pesar de la vasta información que nos rodea, hemos entrado a una fuerte crisis de conocimiento y de capacidad de saber. Es notorio que muchos se encuentran encadenados a la ignorancia, los prejuicios y la manipulación; con la gravedad de que es un encadenamiento por voluntad propia, ya que en repetidas ocasiones las llaves para acceder a la información se encuentran en nuestras propias manos. No obstante, llegamos a olvidar e ignorar el tesoro que poseemos, sin compartir este bien con aquellos que no detentan el mismo privilegio. En el entendido de que no todos han tenido esta misma oportunidad, y quienes la gozan, muchas veces no la utilizan, ni siquiera para suministrársela a los menos afortunados.
Esto significa que, para muchos, existe una cierta comodidad en mantenerse atados y encerrados ¡Qué ironía! Dando el triste resultado de una sociedad individualista, en la que cada persona piensa en su beneficio propio y lo que más le conviene; convirtiéndonos en seres completamente apáticos, ensimismados e indiferentes ante la desigualdad que se vive en el oscuro lugar. Paulatinamente, olvidar que tenemos a nuestra disposición estas preciadas llaves, nos vuelve egoístas e incapaces de comprender la realidad social. Terminamos acostumbrándonos a un estado de la ignorancia, condenando a otros a vivir de la misma manera.
Aquellos que se limitan a establecerse en la “cueva”, corren el riesgo de ser subinformados, lo que Sartori denominaba como información totalmente ineficiente; siendo esta tan pobre, que nos vuelve seres intrascendentes para poder aportar algo distinto y útil al mundo que nos rodea. El otro camino riesgoso, se trata de la desinformación -probablemente más peligroso que el primero- pues significa que existe una distorsión en la información, lo que nos lleva a negar la verdad, y permanecer rezagados en una realidad obsoleta ante los retos y problemáticas actuales. Transformándonos en individuos que no tienen nada que ofrecerle a la colectividad.
Nos encontramos rodeados de herramientas, redes sociales y tecnologías con las que pensamos estar actualizados, preparados y fuera de la cueva; sin embargo, nuestras fuentes, criterios y valoraciones se basan en las de otros, sin conocer o verificar qué tan fidedigno sea aquello que defendemos. Parece ser que nos dejamos arrastrar por los demás, sin cuestionarnos si aquella imagen que nos envió fulanita era verdadera, si lo que decía determinado tweet podría ser falso o si la opinión de cierta persona influyente podría estar errada.
Irónicamente, ante una supuesta modernidad, caracterizada por el relativismo, tomamos como dogmas los juicios valorativos de otros. Condenándonos a un status quo, sin comprender la gravedad de ni siquiera analizar si verdaderamente compartimos el pensamiento ajeno. Parece como si viviéramos únicamente para imitar y seguir a unos cuantos, sin formar nuestro propio criterio; lo que genera que no aportemos nada diferente, necesario y ni oportuno.
Puede que esto no sea lo que suceda en todos los casos, no obstante, es una problemática que no debería pasarse por alto. Tristemente, muchos han preferido la supuesta comodidad que ofrece la caverna del siglo XXI, a liberarse de las cadenas y conocer aquello que es posible gracias al fulgor externo. A pesar de tener la iluminación a nuestra disposición, no faltan quienes consideran que esta luz es demasiada, por lo que es mejor no conocerla o que es más sencillo conformarse con la minúscula luz que ofrece el antro.
Regresando al mito de la caverna, se habla de que aquel prisionero que había logrado liberarse, recordaría a sus antiguos compañeros de cautiverio y pensaría que serían incapaces de creerle esta nueva realidad que conocía. Pensarían que el destello le echó a perder la vista. Siendo esta, una perfecta analogía ante la incredulidad y los prejuicios de muchos frente a los que han decidido salir de la cueva y aprovechar el resplandor, con el fin de acceder a la información digna de convertirse en conocimiento. Por lo tanto, queda claro que esta élite corre el riesgo de recibir un trato peyorativo de quienes se han quedado adentro, haciendo parecer que “no es conveniente” salir, si se quiere permanecer acoplado con los demás.
Abandonar la caverna nos hace dominar lo que antes desconocíamos, sin embargo, existen quienes no simpatizan con la idea; posiblemente, porque la ignorancia del pueblo satisface sus intereses. Por ello, su mecanismo es el de adoctrinar a los que se encuentran presos, no sólo para evitar que se liberen, sino también para que desconozcan y rechacen a los emancipados. Liberarse conlleva un precio muy alto, porque el conocimiento nos vuelve distintos. Irónicamente, vivimos en tiempos donde no hay espacio para los diferentes, sólo para quienes siguen a la colectividad y se comportan de la misma forma. Generando que sea un número ínfimo de la población los que decidan aventarse a la iluminación del exterior.
Puede ser que la caverna luzca muy cómoda, que nos hemos acostumbrado a permanecer en ese estado, sin cuestionamiento o queja alguna. Sin embargo, esta cueva no ofrece soluciones, avances o contribuciones necesarias para las nuevas realidades. Es mediante la luz que se puede distinguir lo valioso de saber, con la finalidad de romper con los prejuicios y temores construidos en la caverna, eliminando la manipulación de quienes se benefician de los prisioneros.
José Ortega y Gasset escribió que “Vivimos en un tiempo en que el hombre se siente fabulosamente capaz de realizar, pero no sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. Con más medios, más saber, más técnicas que nunca, resulta que el mundo actual va como el más desdichado que haya habido: puramente a la deriva.” Hoy, casi un siglo después, sus palabras describen más que nunca a la sociedad actual.
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