Desde hace varias semanas me venía dando vueltas en la cabeza un discurso que le leí a Barack Obama hace muchos años. Algunos días atrás decidí buscarlo y releerlo. El discurso es del 2006 y quien para ese entonces fuera senador por el estado de Illinois hablaba sobre fe religiosa y política.

Son palabras pronunciadas hace 12 años, en otro país, en otro contexto y por una figura que hoy puede resultar polarizante debido a su calidad de exgobernante de una potencia mundial. Pero, lo que me interesa es el contenido (particularmente una parte) porque lo considero atemporal, claro, sencillo y sumamente relevante para la coyuntura política en la que nos encontramos en este momento.

Algunas personas preguntan ¿cuál es el problema con que uno de nuestros candidatos presidenciales actuales sea evangélico y con que su fe motive sus acciones? La respuesta es “no hay problema”; no hay ningún problema con eso, pero porque la pregunta es la equivocada, ya que pierde totalmente de vista el punto.

Primero lo primero

Debemos estar claros en qué la separación entre Iglesia y Estado es absolutamente necesaria para el funcionamiento democrático de un país. Porque la democracia es el gobierno del pueblo y el pueblo somos todas y todos, cada uno con creencias espirituales particulares y diversas, incluyendo la ausencia total de ellas. Gobernar contra ese principio básico es someter a quienes no comparten (ni tienen porque hacerlo) los preceptos que emanan de una fe específica, a la voluntad de quienes sí lo hacen.

Y si piensan que esto se resuelve con lo que decide una mayoría en una elección, se equivocan. Nuestro sistema es republicano y, por ende, representativo, lo cual busca evitar que una mayoría imponga su dominio sobre las libertades de la minoría, particularmente en lo concerniente a aspectos de conciencia tan íntimos para el individuo como lo son los religiosos. Se previene así lo que popularmente se conoce como la “tiranía de las mayorías”.

¿Significa lo anterior que los principios religiosos no pueden ayudar a formar un posicionamiento político? No, de ninguna manera. A través de la historia, numerosos líderes y activistas políticos han encontrado en su fe la inspiración para sus acciones —Martin Luther King, Jr. se me viene de primero a la mente, pero la lista es numerosa— esto sin que su accionar haya representado un quebranto de la separación entre lo eclesiástico y lo seglar. Pero lo que sí significa es lo siguiente, y es aquí donde entra Obama, a quien voy a parafrasear.

La democracia, dice él, demanda (no sugiere ¡demanda!) que las motivaciones religiosas traduzcan sus preocupaciones al idioma de los valores universales (aquellos que hemos ido descubriendo y construyendo juntos, en la pluralidad de nuestra sociedad, a lo largo del tiempo). La democracia demanda que esas propuestas inspiradas en la fe sean sometidas a discusión, sujetas a la argumentación y susceptibles a la razón.

Uno podrá oponerse a algunas ideas y plantear otras distintas con base en principios religiosos, pero si pretendo gobernar, crear legislación o política pública a partir de ello, no puedo simplemente apelar a las enseñas de mi iglesia o invocar una voluntad divina.

La democracia demanda, continúa Obama, que explique el por qué mi propuesta es conveniente, o el por qué la de alguien más no lo es, basándome en principios que sean accesibles para las personas de todas las religiones y para quienes no profesan ninguna religión también.

La política demanda persuasión en base a una realidad compartida y comprobable para la sociedad, ya que en una democracia pluralista no hay cabida para otra opción.

Vivir nuestra vida, concluye Obama, conforme a una voluntad divina percibida en nuestro fuero interno puede ser una experiencia sublime a nivel personal, pero basar nuestra política pública de esta manera es algo muy peligroso porque no admite diálogo, consenso y compromiso, no admite el progreso y el desarrollo humano basados en una realidad de la que todas y todos seamos testigos.

Fabricio Alvarado y Restauración Nacional

La inquietud que debe ocuparnos es si el candidato y el partido juegan o no bajo estas reglas básicas de convivencia democrática. Su manejo de cada uno de los temas político-sociales que han dominado la campaña y en los que su posición ha sido protagónica, no los hace lucir bien.

No parece existir un esfuerzo o interés en realizar esa traducción al idioma de lo democrático y pluralista en su posición con respecto al decreto ejecutivo contra la discriminación de las personas LGBTI en las instituciones públicas, en su oposición contra las guías para la sexualidad y afectividad del MEP o en su posición contra el pronunciamiento de la Corte-IDH y su argumentación sobre un eventual retiro del organismo internacional.

En los primeros dos casos se argumentan problemas debido a lo que ellos llaman “ideología de género”, término ambiguo que no posee credibilidad alguna como movimiento ideológico existente fuera de la retórica de los círculos religioso-conservadores (si prestan atención, notarán que solo dentro de estos círculos se emplea el término como si fuera algo real y objetivo). En el tercer caso no hay realmente una argumentación coherente, secular, que logre ir más allá de basarse en una mera interpretación de textos bíblicos, sobre por qué el pronunciamiento de la Corte-IDH es inconveniente para nuestra democracia, menos aún una justificación válida para denunciar la convención y retirarnos de uno de los instrumentos de derecho internacional más importantes con los que contamos.

Pienso que esta situación la conocen los seguidores de Fabricio mejor que nadie. Los evangélicos aportaron el 70% de votos para Restauración Nacional, las provincias de Heredia y Cartago, en las cuales perdieron, son en las que se da la menor presencia de iglesias evangélicas en el país. La mayor presencia se da en San José, bastión histórico del PAC, partido que logró sacar apenas una paupérrima diferencia de 0.77% de apoyo con respeto a Restauración.

Seamos honestos, la gran mayoría de la gente que apoya a Fabricio lo hace por motivos estrictamente religiosos, hay claros factores de desigualdad y abandono social principalmente en el voto costero, pero esa es otra conversación. Lo hace porque están comprando el discurso evangélico que Fabricio gustosamente vende, y su expectativa es que así sea cómo se gobierne al país, desde la “verdad revelada”, no la argumentada. Poco importa que el candidato, los diputados y el partido, carezcan de un conocimiento o preparación mínimas para llevar las riendas administrativas, legislativas y demás de la cosa pública, porque lo que emociona es el “aleluya” en Zapote y Cuesta de Moras.

Tomando en cuenta todo lo anterior, ¿cómo vamos a hacerle frente al déficit fiscal, a la pobreza, al desempleo, a la inseguridad, a los crecientes problemas en infraestructura, a los retos económicos y de funcionamiento y eficacia del Estado, siendo liderados por un gobierno que deberá improvisar en cada una de estas áreas (tanto en el campo de las acciones concretas como en el del capital humano) mientras impone su cosmovisión religiosa en lo social (aquella que no admite diálogo o discusión ¿recuerdan?), lesionando los derechos humanos, poniendo en peligro la integridad de las minorías y provocando un estado permanente de división, conflicto y convulsión social?

Si aún no decide qué hacer el primero de abril, por favor piénselo bien, tomando en cuenta todos los factores presentes y asegurándose de tener muy claro lo que está en juego, porque es mucho.

Cuando desde el poder político no se respetan las normas básicas para la convivencia pacífica y democrática (como la separación entre el César y Dios), todo el pueblo entra en confrontación abierta, y ahí no hay espacio para avanzar... el pueblo estará muy ocupado resistiendo.

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