“Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo”
Decía el gran Charles Chaplin que tratar de forzar una situación o a una persona sólo para alcanzar aquello que se desea, y sin importar si el momento es propicio o adecuado, no es ni ético ni respetuoso. Respeto que ha estado ausente en el presente debate y que ha sido la causa principal de que suba vertiginosamente el apoyo de una parte significativa del electorado al candidato que representa un fundamentalismo religioso, que contradice los valores democráticos y el respeto de los derechos humanos sin excepciones. Valores y respeto que no son negociables en nuestra sociedad, son los que nos unen a los costarricenses y no los que nos separan. Es inadmisible que se pretenda confundir feligresía con ciudadanía, sociedad con cultos o parroquias, embarcándonos en una dolorosa confrontación entre hermanos de una misma Patria. Pero, ¿qué hay detrás de todo esto? Es la pregunta que tenemos que hacernos.
A ese apoyo sí bien hay que temer, también hay que hacerlo a esos intentos de priorizar a golpes de tambor los derechos legítimos de una minoría que fuerza resoluciones que ofenden creencias, sentimientos y valoraciones diferentes que, por encima de todo, también merecen respeto. Es principio básico de toda democracia guardar con sumo celo la proporcionalidad de nuestros reclamos para que estos no lleguen a dañar lo que por natural razón a todos pertenece.
Se le ha llegado a calificar de "homofóbica", "machista", "racista", "xenófoba", "conservadora", "inculta", "ignorante" y hasta "pendeja" a la reacción de una parte importante de la sociedad que se siente amenazada y se manifiesta, no tanto a favor de una parte en la presente contienda electoral, sino en contra de ese militante y extremo protagonismo que en gran parte nos ha llevado a esta grave situación. Una cosa es la tolerancia y otra cosa muy diferente es exigir una menguada aceptación de algo que se quiere imponer.
Estas reprochables conductas, apartadas de los temas de verdadera relevancia para el pueblo costarricense, son las que han creado malestar y propiciado el crecimiento de fanatismos que generan odios y esos enfrentamientos que arriesgan lo que en el mundo siempre se admira de Costa Rica: su paz social y una práctica democrática, que es moderación, búsqueda pausada de consensos, y no imposición.
Surgen serias dudas de que a estas alturas podrá revertirse lo provocado por esta grave situación, aunque aún nos anima ese esperanzador optimismo de nuestros líderes históricos, uno de los cuales manifestó en su oportunidad: "Confío en las reservas democráticas de mi pueblo que se manifiesta con especial fuerza de convicción en momentos de apremio para el país”.
Hay mucho en juego en esta elección y es de esperar que esas reservas democráticas, particularmente las que anidan en las convicciones de muchos costarricenses que suman hoy sus apoyos a lo que nace como simple feligresía religiosa, pero, que en esencia es un mascarón de proa de poderosos intereses políticos y económicos con nexos externos, reflexionen más en el corto tiempo que queda sobre esos apoyos, porque es algo que se sabe dónde comienza, pero, no donde termina. Confiemos en Costa Rica.
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