Costa Rica puede ser uno de los pocos lugares en el planeta que guía su calendario alrededor de los feriados, entonces si les hablo del “domingo santo” saben de qué hablo sin importar su religión. El primero de abril toca llevar la cédula, hacer fila y hacer una equis debajo de un pastor evangélico que carece de un título universitario o debajo de un hombre joven perteneciente a uno de los partidos ensuciados de cemento. ¿Dónde compro el tiquete para irme ya? ¿O mejor nos quedamos y sacamos del atolladero a este país?

Entiendo la frustración que pueden estar sintiendo muchos y el alivio de otros. Yo sentí una brisita de esperanza cuando Álvarez Desanti bajó al tercer lugar porque no quería ir a una segunda ronda con un homofóbico y alguien a quien percibo como un empresario desalmado, pero no estoy feliz. Amanecí triste porque si algo hemos aprendido de las segundas vueltas es que quien gana la primera, gana la segunda. Entonces, el domingo de resurrección algo va a pasar y es algo malo: el abstencionismo va a llevarse todas las fichas apostadas. Unos votaron por Piza, otros por Desanti y ni siquiera los de Jhon Vega están dispuestos a irse “tan a la derecha” como para votar por el PAC. Mi estómago se está comiendo solo de las ansias y de la ira cuando escucho que una persona no va a votar porque “no lo representa ningún candidato”. ¡No los tiene que representar!

¿Quién representa a los indígenas de Talamanca, o a las mujeres trans, o al pequeño empresario, o a cualquier otro sector de la población que ha sido olvidado y sepultado bajo rosarios y vasos de Starbucks? Si están leyendo esto, probablemente se encuentren en una posición de ventaja como la mía: tienen electricidad, una casa, una computadora y tiempo libre. Bueno, somos un ápice en esta playa de pobreza. No debemos permitir que la burbujita de siempre elija el futuro de los miles de costarricenses que viven aún en la oscuridad. Por eso necesito que salga a votar por un candidato que no lo representa, pero que es el menor de dos males.

Cierre los ojos e imagine caminar desde su casa hasta el colegio en el que estudió, luego imagine haber nacido siendo hombre en el cuerpo de una mujer, después imagine que se enamora de una mujer, pero también de un hombre. Bueno, en cualquiera de esos escenarios es mejor vivir a la deriva en alta mar que en Costa Rica, pues aquí usted no importa. Ayer ganó el odio y se dividió la esperanza y el amor. Poco me importa hoy si votó usted por el PLN, por el PUSC o por el PAC, lo que me importa es que piense en los demás, los que viven afuera de la GAM.

Les echamos la culpa a Limón, como si fuera una sorpresa que la provincia más abandonada del país es también la más ignorante, la que se apoya en las palabras vacías de un hombre con poca imaginación que grita frases de la Biblia. Les echamos la culpa a los religiosos, pero ¿acaso fueron todos los que apoyaron al autor de “Batalla Espiritual — el remix”? Tengo amigas muy creyentes que están a siete pelos de arrancárselos todos los de la cabeza, tengo conocidos no creyentes que discriminan a las personas homosexuales. Así que no es un asunto de religión o ateísmo, entonces ¿qué demonios es?

Es la indiferencia, aquella enemiga de Gramsci. Y enemiga mía. Se me revuelve el estómago al escuchar “di, es vara, qué me importa”. Tienen la sangre tibia los que no opinan, los que no se enojan ni se alegran, los que no muestran señas de estar vivos más allá de las selfies que suben a Instagram de vez en cuando (todas las semanas). Si seguimos dejando que la indiferencia se apodere de los cuerpos vamos a vivir en un círculo del infierno y volver será imposible. Un día de estos le pregunté a una amiga: ¿A usted qué le importa? Cuando se dio cuenta que no estaba siendo grosera pude ver el espanto en sus ojos al comprender que la respuesta era: nada.

Puede ser un problema de la crianza y educación desde pequeños. Yo crecí entre gritos acalorados porque no hay un día que mi papá desaproveche para manifestar sus opiniones y mi hermano lo contradice. Mi abuela no se queda callada y yo menos. Entiendo cuando crecen en familias silenciosas en las que impera el ruido blanco del televisor, pero ya no son niños y ahora pueden buscar esa voz tan valiosa que llevan dentro. Todo el día he pasado de conversación en conversación y en todas hay alguien que no comenta porque le da pereza, porque no le importa, o peor, porque no considera que su opinión sea lo suficientemente importante como para compartirla con los demás.

Si no despertamos del estupor insoportable en el que hemos vivido desde que Medford metió gol en Italia ’90 nos va a llevar el tren. Tenemos que crear discusión, crear opiniones, dejar ese triste estribillo bajo el cual no se debe comentar sobre religión, política o futbol. Opinen sobre algo, estén en contra de una posición o estén a favor, pero tengan sustento real para defender sus creencias y no se dejen llevar por el populacho. Si no hacemos esto, lo que va a resucitar el primero de abril va a ser el odio, sin importar quién quede.

En el siglo XIX, una Costa Rica liderada por hombres blancos mayores de cuarenta años consideró necesario expulsar a Bernardo Augusto Thiel del país porque la Iglesia se estaba inmiscuyendo demasiado en la educación, optó por secularizar los cementerios y declarar legal el matrimonio civil. Esa misma Costa Rica hoy está al borde de la violación entera y en alta definición de cada derecho que se ha concebido en la historia de la humanidad. No le veo sentido a volver en el tiempo, a contradecir a la Generación del Olimpo con ideas descabelladas.

Entonces, piénsenlo. Recapaciten, irrítense, no me dejen hablando sola. No dejen a Costa Rica hablando sola.

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