Vivo – por razones personales – en Alemania desde 1997. El pasado 4 de febrero fue la primera vez en 20 años que tuve la oportunidad de votar en suelo costarricense. Fue un momento emocionante pues pude observar cómo la gente va a votar: con orgullo, felicidad y dignidad. En Alemania ir a votar es medio lúgubre: nunca hay nadie, salvo los fiscales y los miembros de mesa. No hay banderas, ni sándwiches, ni sonrisas, ni sol.
Vivir lejos tiene ventajas y desventajas. Las desventajas son claras: hace falta el sol, la belleza del país, la familia y los amigos, la alegría. Uno vive también un poco desconectado de la realidad nacional. Es inevitable. Intento mantenerme informada, algo que cada vez es más difícil por la calidad de muchos medios de comunicación nacionales. Sobre todo es difícil estar al tanto de aquellos desarrollos y cambios (sociales, culturales y religiosos) que suceden bajo la superficie de las noticias y los sucesos.
Las ventajas también son claras: se logra ver el panorama de manera más clara sin ser partidario de uno u otro bando y es posible ver el vaivén de Costa Rica dentro de la gran dinámica mundial. Comparando mis dos mundos, observo que muchos de los desarrollos más recientes en Costa Rica se asemejan a realidades en otras partes del mundo occidental. Costa Rica sufre del síndrome de la democracia madura.
El voto protesta
El apoyo al movimiento de Fabricio Alvarado no se basa solamente en religión y el matrimonio igualitario, aún cuando fue el tema que lo catapultó a la atención de los descontentos y los abandonados. El partido Restauración Nacional (PRN) logró aglutinar el voto protesta al final de la campaña, en mucho el mismo grupo que antes apoyaba a Juan Diego Castro. La opción Fabricio Alvarado calzó mejor con la idiosincrasia del tico que prefiere emitir un voto protesta a favor de una persona religiosa que a favor de una violenta.
Una primer semejanza entre el fenómeno costarricense y el fenómeno europeo-estadounidense es el desencanto con los partidos políticos. Hay varias razones para ese descontento: el oportunismo político, la defensa y promoción de intereses de grupo, la falta de consecuencia de los políticos con sus principios (si es que los tienen), el ejercicio de la función política para favorecer a distintos grupos de poder y no para el bienestar general, el mal desenvolvimiento en Asamblea y gobierno, etc.
Es también notoria la desconexión entre los políticos y la realidad nacional, sobre todo aquella imperante en las zonas rurales y en espacios urbanos marginales. El mapa de Costa Rica que visualizaba en colores los resultados de la primera ronda habló por sí sólo y recuerda similares visualizaciones de los resultados electorales en EEUU y Europa: el campo vs la urbe, zonas prósperas vs zonas de clase media baja y baja. En Alemania son los estados de la antigua Alemania oriental, en Estados Unidos las zonas rurales del centro.
El fenómeno es el mismo, lo que varía es el contexto
Podemos ver segmentos de la población que se sienten olvidados, abandonados, rodeados de pobreza y desempleo. Esto, sobre todo unido a pocas posibilidades reales para progresar (subir la escalera social) es una muy mala combinación. Una cosa es la pobreza, pero la pobreza sin esperanza es mortal. Hay pocas cosas peores para una persona y un país que la falta de esperanza.
Es visible también, aquí y allá, una polarización de las fuerzas sociales y políticas. La lucha de ideologías ha llegado a Costa Rica, acompañada de un gran alto grado de intolerancia hacia la otra parte. Cuando entran en juego la moral y la religión el cerebro se apaga. Vaticino que el panorama político del país cambiará radicalmente. Aún cuando muchos factores son todavía impredecibles, creo que se consolidarán dos grandes fuerzas: una conservadora y una progresista.
Los años venideros serán duros para Costa Rica. La religión – y sobre todo su influencia en el quehacer político – seguirá siendo un factor de peso que dividirá a la sociedad. Si se sale de nuestras manos, seremos testigos de un verdadero conflicto ideológico que dañaría mucho al país, puesto que se retrocedería en cuanto a muchas otras políticas. La energía y fuerza se concentraría en un mismo grupo de temas.
Un cuarto elemento el argumento de “la amenaza” que esbozan ciertos grupos de la población. En Europa y Estados Unidos, muchos ven a los refugiados e inmigrantes como una amenaza al orden tradicional cristiano. En Europa la extrema derecha ha logrado consolidarse utilizando sobre todo un discurso xenofóbico. En Costa Rica son los homosexuales y la “ideología de género” los que algunos perciben como amenazadores. Unido al temor e incertidumbre que trae lo vertiginoso de la globalización y del cambio de nuestras circunstancias, el miedo ha permitido que en muchos países se lleve al poder, por vías democráticas, a grupos que podrían ser el germen de su destrucción. El miedo es muy mal consejero: con miedo no se piensa bien, con miedo no se vota bien.
Igual que en Europa y los Estados Unidos, en Costa Rica ha surgido una nueva derecha, mucho más conservadora moralmente hablando que la centro-derecha existente hasta el momento (en nuestro caso, el PLN y el PUSC). Se ha ampliado el espectro político, cambiaron rápidamente las reglas del juego. El problema en Costa Rica es que ni la mayoría de los políticos ni de la población se dan cuenta de ello. Se sigue argumentando y discutiendo según las reglas de un paradigma que está muerto.
El papel de la educación y las consecuencias de la apatía
A todo lo anterior se le añaden elementos especiales para el caso de Costa Rica. Uno de ellos (que también está presente en EE. UU.) es la pérdida de calidad de la educación general y educación democrática. La erosión ética de nuestras élites salta a la vista. Es claro que ha perdido el compás democrático cuando se ve a algunos políticos y miembros de ciertas élites considerar unirse a una fuerza política que también tiene una posición que puede afectar a la democracia. Asimismo, mientras los miembros de otros partidos y los líderes de este país no se den cuenta de lo que verdaderamente está en juego y no se pronuncien en su contra, lo estarán apoyando y llevando al poder. Esperar a que lleguen las elecciones para pronunciarse es – en las condiciones de hoy – irresponsable y, sobre todo, cobarde.
Para mí es casi incomprensible tener que nombrar los riesgos en este escrito, con la esperanza de que los tomadores de decisiones lo entiendan. Eso debería ya estar clarísimo. Con el silencio o con el apoyo directo, se contribuiría a la consolidación de un grupo que – basado en lo que se ha podido ver hasta ahora – no gobernará a favor de todos los costarricenses. Se empoderaría la violencia hacia distintos grupos de la población, aumentando el riesgo de un conflicto social peligroso, nunca antes visto en nuestro país en estas dimensiones. Pero mucho más peligroso es darle el poder a un movimiento que considera que la religión es superior al orden constitucional, y por ende superior a la democracia y a los derechos humanos. Así como no se respeta una opinión consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no se respetaría una sentencia de la Sala Constitucional.
Aquellos que consideran la opción de votar por el PRN para así evitar más impuestos o porque no comparten criterio con el PAC, no se están dando cuenta de que llevarían a Costa Rica a una situación mucho más crítica. Con un PRN en el poder se arriesgaría una crisis económica por la falta de credibilidad del gobierno ante organismos internacionales, se reduciría la cantidad de turistas que visitan nuestro país y afectaría gravemente nuestra posición de influencia y respeto a nivel internacional que tanto ha costado construir, entre muchos otros. Si nos salimos del sistema interamericano de derechos humanos, terminaríamos desestabilizando la región entera. Caería el bastión que ha sido Costa Rica. Seríamos el mismo país pequeño, pero sin influencia. Y ni que mencionar el retroceso que esto implicaría para las políticas en desarrollo sostenible, energía, cambio climático, protección ambiental, etc. Se gobernaría para el siglo XIX y no para el siglo XXI.
Para muchos políticos y personas con poder económico la política se ha convertido en un juego donde lo que importa es ganar o sacar el mejor provecho. No existe consideración por los valores que se sacrificarían en el proceso: la paz, la igualdad, el respeto a los demás, el amor al prójimo, la tolerancia, el respeto a la constitución, al Estado de Derecho y a los derechos humanos.
Espero equivocarme. Nunca he deseado más en mi vida no tener la razón. Pero me preparo para lo peor. El declive podría prevenirse, pero sólo si nosotros, los demócratas del centro apoyamos la mejor opción para la protección de la democracia.
Tenemos que trabajar juntos y resolver los problemas más serios del país: el déficit fiscal, la ineficiencia y fragmentación estatal, la desigualdad social, la poca distribución de la riqueza, el abandono de las zonas rurales y de las poblaciones marginadas, y las deficiencias educativas. Se necesita un verdadero esfuerzo de consenso, también – claro está – por parte del PAC. Se requieren medidas en lo económico y en lo social. Unas sin las otras no lograrían los cambios que se requieren para una Costa Rica próspera en el siglo XXI.
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