Tiempo hace ya que Karl Popper plasmó la Paradoja de la tolerancia en La sociedad abierta y sus enemigos (Capítulo 7, Nota 4). A continuación, voy a jugar un poco con la idea de Popper, de manera un tanto irreverente quizá, haciendo mis propias interpretaciones, que para eso es la creatividad humana y la libertad intelectual.
El asunto es que dentro de una sociedad en la que existe un ambiente de tolerancia ilimitada, siempre habrá alguien que se ampare en la tolerancia para implantar la intolerancia. ¿Les empieza a llegar el tufillo a República teocrática de Costa Rica? Vamos a ver, hagamos la cuestión más explícita, imaginen ustedes que existe un país en el que se respeta y promueve la tolerancia, imaginen ahora que llega alguien con un discurso homofóbico y misógino, se monta en un partido político que rasga la democracia con la espada de la fe, y capta votos de un pueblo harto que ha perdido la esperanza en todo lo demás. En ese pequeño país eso es posible porque debemos tolerar las creencias de esa persona. Pero, he aquí la paradoja, esa persona es intolerante… O sea, la intolerancia se aprovecha del exceso de tolerancia para tornar a una sociedad intolerante. ¿Ahora sí ya les llega el inconfundible aroma a Suiza Centroamericana en decadencia?
Ante este panorama ¿qué debe hacerse? ¿Hay que ser intolerantes con la intolerancia? Pues, a ver cómo se los digo… Claro que sí. Pero Popper elabora un poco más, lo que dice es algo así: Se pueden tolerar incluso las posturas intolerantes, como ejercicio filosófico, siempre que estas sean rebatibles por medio de argumentos racionales. Y aquí el asunto se complica un poco, porque, ¿qué es rebatible mediante argumentos racionales? Y para no extender mucho el monólogo, mejor veamos qué no es rebatible mediante argumentos racionales, y el ejemplo por excelencia es dios. No conocemos aun manera de demostrar que dios existe, y habrá quienes citen a Agustín de Hipona, Tomás de Aquino o incluso el precario esfuerzo de René Descartes, pero ninguna de esas demostraciones ha pasado la prueba del tiempo, se caen ante el más inocente análisis formal contemporáneo.
Pero, por otra parte, tampoco se puede demostrar que dios no existe, el ateísmo, en su negación estricta de dios, es tan dependiente de la fe como cualquier culto monoteísta. La discusión sobre dios, simplemente, no tiene sentido si lo que se busca es demostrar o negar su existencia. ¿Cómo se puede demostrar que no existe algo que, por definición, nunca podrá ser visto ni tiene efectos sistemáticos sobre el universo?
Ahora bien, regresemos al tema. Dado que la existencia de dios no puede ser servida en la cena de la argumentación racional, no se puede tolerar la intolerancia que emane de una fuente que tiene por fundamento a dios, porque si la toleramos, dado que no es rebatible mediante argumentos racionales, estamos posibilitando que la intolerancia extermine a la tolerancia que la deja ser.
Pero, como dice Miguel Coto Coto: Ojo al Cristo. Porque no implica que debamos ser intolerantes con las religiones, o con las personas que profesan una religión, ateísmo incluido, sino que debemos ser intolerantes con las expresiones de intolerancia que nazcan del seno de una fe religiosa (u otro lugar análogo) que no se puede rebatir mediante argumentos racionales. La espiritualidad de cada persona es una cosa privada, y cada quien esté en su derecho de creer en lo que la gana le dicte, pero no está, o no debería estar, si queremos preservar la tolerancia, en su derecho de emanar intolerancia desde tales creencias irrefutables.
En resumen, la única manera de garantizar que nuestra sociedad seguirá siendo tolerante, es ser intolerantes con la intolerancia emanada desde posiciones fanáticas, en especial las religiosas basadas en creencias no cuestionables. Debemos desenmascarar a esas personas que se autoproclaman víctimas de discriminación por sus creencias religiosas, y que utilizan esa posición para arremeter con discriminación, intolerancia y odio contra ciertos grupos sociales. Debemos dejarnos de puravidismo excesivo, debemos dejar de creer que toda opinión es respetable, porque no es cierto, no lo es, no cuando tal opinión se autoproclama divina e irrefutable y atenta contra la dignidad, el bienestar y la calidad de vida de muchas personas, por no decir que de la sociedad completa, porque del odio nadie se beneficia, ni siquiera quienes lo proclaman, pues no encontrarán al final de sus discursos más que amargura y vacío.
Pero claro, por dicha usted y yo vivimos en un país cuya Constitución Política, en el Artículo 28, prohíbe la propaganda política con base en motivos religiosos, por lo que nunca tendremos a un fanático intolerante de candidato presidencial. Y debemos agradecer al Tribunal Supremo de Elecciones que ha velado por un proceso libre de tales aberraciones democráticas. Y por supuesto, a una Sala Constitucional que ha hecho valer la Constitución y hasta le ha quedado tiempo para declarar la existencia incuestionable del mismísimo Pisuicas.
¡Que Lucifer nos ampare!
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