Al iniciar la campaña electoral, muchos nos reíamos de un candidato con casco en la cabeza y subido en un tractor. Un candidato que de pronto hacía videos con un cuchillo en la mano o se dejaba ver con una escoba para “barrer la corrupción”. Las características de dicho personaje eran fácilmente identificables: discurso de mano dura, teatralidad de outsider, palabras pegajosas y ataques constantes al establishment.
Así las cosas, parecía sencillo ubicar el peligro, contenerlo. Frente a este candidato estaba otro -objeto de sus múltiples ataques- que encarnaba la lógica mercantil, el espíritu empresarial (¡pobre víctima de este gobierno PAC!), así como la posibilidad de terminar la transformación institucional y económica comenzada por Liberación desde los años 70, basada principalmente en la apertura y la liberalización.
Ante la llegada de Fabricio Alvarado a la antesala de una segunda ronda, el candidato liberacionista ajustó las tuercas de su discurso, dando tantas vueltas que se mareó en el intento. Fabricio encarnó una especie de doble frustración silenciosa. Por un lado, aquella frustración de los que sintieron sus espacios de privilegio acosados. Ya no se es “hombre” como se era ayer. La conquista histórica de las mujeres y de las poblaciones discriminadas por su sexualidad se pinta como una amenaza constante al privilegio de ser hombre.
Pero también, Fabricio cristalizó la frustración de los olvidados, de los marginados del progreso económico y la llegada de Amazon e Intel. Esos que no pueden hacer fila en las job fair de la Aduana, esos para los cuales la certidumbre del hambre es más fuerte que cualquier promesa. Esos que hace cuatro años escogieron en su mayoría un candidato joven, con ideas de avanzada y que prometía con otras palabras que “nadie se quedaría atrás”.
Ahora el escenario es distinto.
Bajo el sol, una amenaza está latente. Desprovistos de su candidato-empresario, la élite corporativa, transnacional está dispuesta a sacrificar -paradójicamente- el marco institucional que le permitió surgir y dominar. Tomás Dueñas, Franco Arturo Pacheco y Ronald Jiménez son algunos de los nombres que se han acercado a Fabricio. En efecto, dichas adhesiones materializan lo que muchos políticos e intelectuales han vaticinado. La posibilidad de considerar a Restauración Nacional como un cascarón vacío, donde podrán ubicarse aquellos que fueron excluidos de la segunda ronda. Se trata de una alianza donde la élite económica, con tal de poner en marcha su plan de transformación del país (Alianza del Pacífico, reforma del empleo público, apertura eléctrica), está dispuesta a sacrificar los avances en materia social.
El Ministerio de Educación, el Instituto Nacional de las Mujeres, el Patronato Nacional de la Infancia, estas y otras instituciones que tienen una historia específica y que han construido socialmente una particularidad costarricense, están hoy amenazadas en su existencia misma.
Un gobierno de Fabricio Alvarado tendrá como objetivo declarado la “restauración” de dichas instancias. Es decir, detener el avance social, la libertad que -a duras penas y no sin fallos- dichas instituciones promueven: educación sexual, empoderamiento de las mujeres, protección de la niñez. Pero no olvidemos un aspecto fundamental. La seguridad también estará en manos de Fabricio. Así, Álvaro Ramos, cuya reputación de “mano dura” lo posicionaba bien entre los cercanos a Juan Diego Castro y Celso Gamboa, no tardó mucho en tomarse la foto junto al nuevo Mesías.
Se puede interpretar entonces que la convulsa presidencia que le espera a Restauración está provista de “músculo” para apaciguar la protesta social. Y si por la víspera se saca el día, la persecución de las minorías está también dibujándose en el horizonte. No olvidemos que Ramos fue en su momento el autor de las numerosas redadas en San José, contra la comunidad gay. La discriminación efectiva en los puestos públicos, anunciada por el candidato a la vicepresidencia, sería el otro lado de esta cacería en las calles. Ante la arremetida conservadora, ni siquiera será necesario salir del Pacto de San José, ya que las órdenes y criterio de la CIDH serán letra muerta.
¿Hasta dónde podrá llegar esta mezcla de frialdad económica, cálculo utilitarista y fundamentalismo religioso? ¿Será que aquellos que han construido su reputación y su nombre al amparo de cierta imagen del país callarán ante esta unión obscena?
Asistimos a un matrimonio de conveniencia entre conservadurismo social y liberalismo económico. No será el primero de la historia, cierto. Pero en nuestra historia, será sin duda el más nefasto.
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