Viendo el escenario político de cara a las futuras elecciones, me he puesto a pensar si realmente Costa Rica lo que necesita es que Juan Diego Castro sea presidente, aunque mi razonamiento diste de los argumentos que la campaña de Castro plantea.
No, Juan Diego Castro no es extraño ni ajeno a la política (como él mismo se vende), fue ministro de José María Figueres, partidario de Liberación Nacional por varios años e incluso autoproclamado soldado de Johnny Araya en un ya añejo proceso electoral. Y si bien no ha estado en las últimas dos décadas en un puesto de gobierno, esto se explica mejor cuando recordamos que la última vez que alguien afín a él ocupo la presidencia, fue justamente Figueres. A ese gobierno le siguieron dos del PUSC; dos gobiernos del arismo liberacionista (con el cual Juan Diego no comulga) y el actual gobierno del PAC. O sea no ha estado no porque él no haya querido, sino porque a él no lo han querido desde el 97.
Tampoco creo que Juan Diego tenga realmente un equipo de trabajo competente ya que el suyo parece ser más un rejuntado de oportunistas que ven la posibilidad de acceder, bajo la sombra de Castro, a un poder que el tiempo les ha negado. A estos se suman otros que, ajenos a la política, pero cegados por un (justificado) resentimiento con los políticos tradicionales, se hacen los ciegos ante las faltas de carácter de Juan Diego y lo continuarán apoyando porque el odio a los otros puede más que la razón.
Y no, tampoco creo que el país necesite mano dura para resolver los temas de seguridad que nos afectan actualmente, eso ha demostrado ser un instrumento discursivo muy útil para procesos electorales, pero en la práctica poco ayuda a resolver temas de seguridad. Para eso se requieren políticas públicas que atiendan la raíz del problema, no que repriman los síntomas (es el equivalente a tomarse una aspirina para un dolor de cabeza que es originado por un tumor cerebral).
En nuestra historia hemos tenido políticos buenos y malos, corruptos y honestos, pero nunca una figura con características autoritarios tan marcadas como las de Juan Diego Castro, basta oír sus discursos para darse cuenta de la clase de persona que es, y la clase de presidente que podría ser.
Robert G. Ingersoll, congresista republicano estadounidense, escribió una frase famosa (erróneamente atribuida a Lincoln) sobre el poder y Lincoln, este decía: “La mayoría de las personas puede soportar la adversidad. Pero si deseás saber cómo es realmente un hombre, dale poder. Esta es la prueba suprema. Es la gloria de Lincoln que, teniendo un poder casi absoluto, nunca abusó de él, excepto por el lado de la misericordia.”
Ahora pregúntese, ¿qué cree usted que haría alguien como Juan Diego Castro con un poco de poder? Yo no veo del lado de la misericordia a quien ya ha dado muestras de carácter suficientes como para saber que de él se puede esperar una posición intolerante a quien se le opongan a partir del momento en que asuma el poder.
Los ataques personales a periodistas, criticar a los medios que lo cuestionan, no dar cuentas de sus afirmaciones y bloquear a quienes lo critican en redes sociales, son muestras de carácter suficientes para saber que se trata de una persona que no sabe manejar la crítica ni la oposición. Y que con el poder del estado podría fácilmente usarlo para reprimir a quienes lo critiquen... la verdad es que en Costa Rica no conocemos la represión, pero lamentablemente nadie aprende en cabeza ajena.
Tal vez hace falta que llegue Juan Diego Castro a atacar y amedrentar a la prensa (como ya ha hecho siendo candidato) para que recordemos la importancia de la libertad de prensa. Tal vez hace falta que llegue a la presidencia quien que ha declarado que la división de poderes no lo va a detener en su “lucha”, para que recordemos por qué la división de poderes es la verdadera base de la democracia.
Y tal vez, si Castro gana las elecciones, los demás partidos políticos aprendan para la próxima que no se pueden jugar con el electorado como si fueran tontos. Que aprendan que un partido y el apoyo de un expresidente no es suficiente para que figuras gastadas alcancen la presidencia, o que entorpecer el informe de una investigación legislativa, del caso de corrupción más sonado, ausentándose de la Asamblea no se perdona en tiempos electorales. O que tener una bancada legislativa amplia, pero donde varios de esos diputados dejan mucho que desear, a pesar del bueno trabajo que pudieran hacer unos pocos compañeros de fracción, también les pasará la factura para las próximas elecciones.
Tal vez, también aprendan que una administración de gobierno, a la que no se le pude negar haber tenido varios puntos altos, no es suficiente cuando su gestión se ve opacada por acusaciones de corrupción, pero principalmente por la falta de autocrítica del mismo Presidente ante dichas acusaciones.
Todos ellos son responsables de que Juan Diego Castro este entre los dos primeros lugares en las encuestas, ya que él está ahí no por mérito propio, sino por los errores y horrores de los demás partidos y candidatos actuales, errores que sobrepasan los que puntualice anteriormente. Pero esto no significa que Juan Diego Castro este remotamente cerca de ser la mejor opción, ni siquiera está cerca de ser una buena opción para él país.
Y esto es la paradoja que veo, ya que Costa Rica necesita que Juan Diego Castro sea presidente solo para poder darse cuenta de que, en realidad, nunca ha necesitado ni necesitará un Juan Diego Castro en la presidencia.
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