Entiendo que el llamado a la prudencia que recurrentemente hacemos en este espacio puede resultar poco atractivo, incluso cansado o hasta solemne. Sostengo que en este momento sigue siendo particularmente necesario. Tanto ruido, tanto enojo, tanta desinformación, tanta emoción sin sustento caldeando los ánimos,  ¿a quién beneficia? Ya lo hemos parafraseado  antes: el caos es una escalera.

Algunos suscriptores me han pedido un enfoque más agresivo en nuestro trabajo, algo cercano a lo que mi querido amigo Alejandro Fernández llamaría “la furia”. Comprensible, pero me gustaría recordar que desde el inicio del proyecto aludí a la frase “el enojo es un regalo” (robada de Rage Against the Machine) como un pilar de nuestras convicciones, pero entendiendo ese regalo como una responsabilidad. No es sensato pensar que el cambio se construye haciendo lo mismo que han hecho aquellos cuyas ideas queremos desplazar. Una vez más, Yoda: “El enojo lleva al odio y el odio al sufrimiento”.

Rescato entonces otra frase que en algún momento ya cité, de un popular cantautor costarricense que en cierta ocasión me dijo “no siempre que se puede meter un pichazo hay que meter un pichazo”, luego de que “puse en su lugar” a alguien que pretendió dar a entender que yo había hecho algo que no había hecho. El cantante tenía, sigue teniendo, razón. Yo había defendido mi ideal de “justicia” (herencia materna) y “mi reputación”, desafiando al tipo a probar una sola de las cosas que insinuaba, humillándolo en el proceso. Menuda victoria. 10 años después no nos hablamos. Y no digo que habríamos podido llegar a ser amigos pero ¿qué gané yo con aquel episodio? Nada.

Entonces no, no me pidan que en un momento como este, con la gente al borde de un ataque de ansiedad con sobradas razones, me ponga yo a repartir palo desde mis reportes, porque no es ese el periodismo en el que creo. Cuando hay que sacudir la mesa, la sacudimos, cuando hay que encender la luz, la encendemos, cuando hay que decir las cosas, las decimos. Pero para alborotar panales a ver qué sale ya sobran otros referentes.

Por supuesto que se me enciende la sangre cuando veo lo que veo y leo lo que leo (¡Crucitas!), por supuesto que hay días en que siento que las emociones que fluyen desde las entrañan pueden más que yo. No estoy por encima de todo aquello que nos hace humanos. Pero no pierdo de vista la importancia de la serenidad, la calma y la mesura en la construcción de esa utopía a la que llamamos bienestar. La sangre fría está subestimada. La sangre caliente, por el contrario está recibiendo porras de más y en el momento menos oportuno para dejarnos llevar por la imprudencia. Muy bonito invocar la demencia hasta que la demencia golpea nuestra propia puerta.

Esa ligereza con la que nos dejamos decir cualquier cosa nos puede salir cara. Basta con leer (les quedo debiendo el enlace) el post de la veterinaria de la esquina de mi barrio, hablando de su experiencia en las dictaduras de Uruguay, Argentina y Venezuela, a ver si un poquito de perspectiva nos ayuda a ubicarnos antes de endosarle ese término a las recurrentes impericias del Ejecutivo. ¿Gastó balas en zopilotes la doctora? Esperaría uno que no. Esperaría uno que fuéramos capaces de aprender por cabeza ajena, ahora que tan apropiado nos resultaría.

Sigo pensando que como país, como colectivo, somos mejores que el peor de nuestros momentos y que la peor de nuestras personas. Que incluso ahora, agobiados por una pandemia que partirá nuestra vida en dos, podemos aspirar a tratarnos mejor, a no perder los papeles con tanta facilidad, a no dejarnos llevar por los impulsos y los prejuicios y el odio. El odio, siempre es una carga. No más.

Por eso insisto en la prudencia. Porque al frente lo que tenemos es una bomba de tiempo sobre la que cayó, de golpe, otra, todavía más frágil, todavía más volátil. El único camino para sobrellevar esta crisis pasa entonces por la cabeza fría, la paciencia, el pensamiento crítico y la reflexión...

Es por esa razón que —entre otras cosas— tenemos que exigirnos un poco más que simplemente leer un titular y darnos por informados, o que nos digan lo que sea de quien sea y lo demos por un hecho. Somos más que palomas comiendo maíz dulce de manos claramente envenenadas. Es imperativo dudar primero y corroborar después. Es aconsejable saber tomar las cosas de quién vienen y preguntarnos qué gana el emisor con lo que nos dice. ¿Nos están contando el cuento completo? ¿Tiene bases y respaldo suficiente para concluir lo que sugiere? ¿O simplemente insinúa lo que le conviene insinuar?

Este examen básico deberíamos de hacerlo frente a cualquier información que se nos presente desde un lugar precario en hechos, datos y pruebas. Hoy por hoy, esa práctica abunda y poco debería de sorprendernos, no por nada ya desde el 2016 el Diccionario de Oxford eligió “posverdad” como la palabra del año. Los académicos de la Oxford University Press explicaron el significado de la palabra así: «el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad». Hoy día está tristemente devaluada la verdad y como resultado nadamos en propaganda.

Propaganda que no solo vende zapatillas, también manipula la opinión pública a razón de servir al oportunista de turno. Por eso le digo, pregúntese siempre, este que me asegura tal cosa (pero no la prueba) ¿qué tiene que ganar con esta trama? Porque el rollo probablemente será eficaz en apelar a nuestras emociones, pero para conseguirlo necesitará ignorar (o más bien que nosotros ignoremos) nuestra independencia racional, vendiendo así humo donde no hay llamas.

Estoy convencido de que somos capaces de ir más allá de ese impulso de gratificación instantánea que tan bien resuena con nuestra necesidad de reforzar nuestra propia identidad y nuestros propios sesgos. Estoy seguro de que somos capaces de pedir más información antes de sentirnos con todo el derecho de opinar. ¿Cierto? Somos capaces de darle la razón incluso a aquella persona con la que no comulgamos cuando dice la verdad. Y de discrepar con nuestros “pares” cuando lo que aseguran es trama. ¿Verdad? Me gustaría pensar que sí, que tenemos claro que frente al reto que tenemos enfrente no estamos para distracciones pirotécnicas de tan poco nivel como las que han acaparado titulares en los últimos días, particularmente cuando otros temas de fondo (¡Crucitas!) no reciben la atención que merecen.

Podemos exigirle más a los demás, pero bien haríamos en empezar por exigirnos más a nosotros mismos. Especialmente en estos momentos.