A fines de diciembre de 2019, surgieron informes de una misteriosa neumonía en Wuhan, China, una ciudad de 11 millones de habitantes en la provincia de Hubei. Los científicos chinos determinaron rápidamente un nuevo coronavirus lejanamente relacionado con el virus del SARS que surgió en China en 2003. Es uno de los 7 coronavirus con potencial para infectar humanos que se han identificado, 4 de ellos causante de infecciones muy leves en niños que le producen mucho moco nasal, de ahí la designación de “mocosos”. Los otros tres de esta familia, son causantes de serias infecciones, el SARS y MERS que afortunadamente no se volvieron pandémicos, y este nuevo coronavirus SARS-CoV2 que produce la enfermedad COVID-19 que tanta incertidumbre nos ha generado. 

Siete meses y más de diez millones casos confirmados después, la pandemia de COVID-19 se ha convertido en la peor crisis de salud pública en un siglo. Más de 500,000 personas han muerto, y ello ha ocasionado un grave daño social, político y económico, con serias repercusiones en el ámbito personal, laboral y familiar. 

La pandemia ha catalizado una revolución de la investigación, donde se ha trabajado con vertiginosa velocidad para comprender a la COVID-19 y al virus que la causa. Hemos aprendido cómo el virus ingresa y secuestra las células, cómo algunas personas luchan contra el y cómo eventualmente mata a otros. Se han identificado medicamentos que benefician a los pacientes más enfermos, y muchos más tratamientos potenciales están bajo investigación. Los anticuerpos de origen equino elaborados por el Instituto Clodomiro Picado de la Universidad de Costa Rica, han demostrado capacidad para neutralizar el virus impidiendo que penetre a las células humanas y se replique, vienen a formar parte del arsenal terapéutico con la esperanza que por medio de los protocolos de investigación clínica se pueda demostrar su utilidad. 

Paralelo a ello, han tomado impulso los que niegan que esto sea una realidad y los que ofrecen “la pomada canaria” carentes de evidencia científica y apelando al realismo mágico, una característica muy humana pero que en esta época puede ser letal.

Con cada nuevo hallazgo de la COVID-19, surgen más preguntas y muchas otras dudas persisten sin ser resueltas; ¿Por qué la gente responde tan diferente ante la infección? Algunas personas nunca desarrollan síntomas, mientras que otros, aparentemente sanos, tienen neumonía severa o fatal.  Otros, a pesar de sus factores de riesgo, padecen la infección, pero salen adelante. Algunos investigadores están buscando variantes en los genes que podrían explicar estas diferencias, sin embargo, hasta ahora, las variantes identificadas no parecen ser determinantes.  Interrogantes fundamentales son: ¿Cuál es la naturaleza de la inmunidad y ¿Por cuánto tiempo persiste? Los inmunólogos están trabajando arduamente para dilucidarlas, y lo que se conoce hasta el momento es que los niveles de anticuerpos neutralizantes contra el SARS-CoV-2 permanecen altos durante algunas semanas después de la infección, pero comienzan a disminuir entre 3-4 meses después; y la producción de estos anticuerpos correlaciona de manera directa con la severidad de la infección. Los investigadores aún no saben qué nivel de anticuerpos neutralizantes se requieren para defenderse de una reinfección por SARS-CoV-2. Por otro lado, las células T pueden ser importantes para la inmunidad a largo plazo. Aún faltan piezas para completar el panorama de la inmunidad, lo cual es necesario para el eficiente desarrollo de vacunas y de medicamentos.

Con respecto a las mutaciones del SARS-CoV2, todos los virus mutan a medida que infectan a más personas. Los epidemiólogos han usado estas mutaciones para rastrear la propagación global del virus y están buscando cambios que afecten sus propiedades, si hay algunos linajes más o menos virulentos o transmisibles. La mayoría de las mutaciones no tendrán impacto, así que elegir a las preocupantes es un desafío.

Una vacuna efectiva podría ser la única salida de la pandemia. Actualmente hay aproximadamente 200 en desarrollo. Se requiere no solo un rápido desarrollo, sino un desarrollo seguro. La producción, distribución, disponibilidad, aplicación y costos económicos de la misma será todo un reto, en especial para los países de ingresos bajos. Estudios preliminares han planteado la posibilidad de que la vacuna prevenga la enfermedad grave, pero no la propagación del virus, lo cual implicaría que algunas medidas de salud pública deberán mantenerse.  Cuatro vacunas están en la fase final de investigación y representan una alternativa futura de protección y de contención. 

¿Qué debemos esperar? Es difícil predecir a qué tipo de “normalidad” vamos a volver y cuándo; medidas básicas de salud pública como el lavado de manos, los protocolos de tosido y estornudos serán necesario mantenerlas. Aquellos que se pueden desempeñar en teletrabajo deberán poder seguirlo haciendo y las empresas y los departamentos de salud ocupacional deberán prepararse para este nuevo reto, que tiene sus pros y sus contras. Al inicio de está pandemia, pensamos que su comportamiento seria similar a las ocasionadas por el virus influenza, ahora sabemos que no. Expertos de la OMS, como Margaret Harris, refieren que no se está presentando en olas, sino que es una sola ola que bajará y que luego ocasionará brotes en distintos sitios del mundo y de cada país. 

En el caso de Costa Rica, se fue muy eficiente en la fase de contención, lo que permitió que en 4 meses se ganará tiempo para organizar los servicios de salud, a la población y desarrollar protocolos, sin embargo, una vez que hay transmisión comunitaria los casos aumentarán, lo mismo que las hospitalizaciones, los ingresos a las unidades de cuido intensivo y las muertes. La estrategia de el Martillo y la Danza, parecía una buena alternativa, sin embargo, los efectos colaterales de la misma hacen necesario replantear la estrategia y adaptarla considerando las variantes epidemiológicas, sociales, políticas y económicas del país.  La prioridad de toda estrategia es la de preservar la vida y lograr, por ende, controlar la pandemia, y precisamente por ello, se requiere analizar si las medidas de contención están logrando el impacto positivo buscado y si la ciudadanía se esta adhiriendo a ellas. 

Hoy sabemos que hay una sola y gran ola, que la inmunidad colectiva es baja, que los susceptibles no se están agotando como en las pandemias por influenza, que la posibilidad que el SARS-CoV2 se convierta en endémico no esta clara, que la afectación social y sobre todo económica, esta haciendo que las personas no respeten las medidas, y que surjan las actividades “clandestinas”, si las personas necesitan trabajar para comer, si se les cierran las puertas saldrán por las ventanas y los contactos no serán dados a conocer, y con ello se perderá la cadena de contagio.  El descontento social es creciente y eso amerita una profunda, pero rápida reflexión.

Por lo tanto, hay que plantear una reapertura segura e inteligente que deberá incluir, autogestión de riesgo, gran disciplina en cuanto al cumplimiento de las medidas ya conocidas, protocolos sólidos y de acatamiento obligatorio, que el Ministerio de Salud ha solicitado. Manejo de la salud mental de la población a la par de la salud financiera y económica no pueden quedar fuera de este planteamiento país. La clasificación de actividades según su nivel de riesgo, e incluso protocolos para actividades sociales y familiares, deberán ser implementados. Educación ciudadana, es fundamental. 

Hay espacio para la esperanza, de esta saldremos, lo ideal es salir bien y con el menor daño colateral posible. ¿Será ello factible? Dependerá de todos y cada uno de nosotros y de las decisiones de las autoridades de salud. El manejo de la pandemia es complejo, nadie tiene las soluciones perfectas, tenemos que irlas construyendo en el camino, con la mejor evidencia posible. 

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