El feminicidio es la forma más grave de violencia de género que se puede ejercer en contra de una mujer. El último caso que conmovió nuestro país fue el de Luany: una joven de 23 años que fue asesinada en su barrio y cuyo cuerpo fue desenterrado por su propio hermano debido a que el OIJ nunca inició una investigación a pesar de la denuncia interpuesta por su madre una semana antes.

Sin duda alguna, el caso del feminicidio de Luany es el reflejo de muchas manifestaciones más de violencia sistemática que impregnan nuestra institucionalidad, nuestros medios de comunicación y, en general, nuestra sociedad.  Un ejemplo de lo anterior es la nota escrita por una señora dirigida a la mamá de Luany, la cual fue publicada en una página de Facebook.

En dicha nota, titulada “hablando de madre a madre”, una señora llamada Karen le extiende sus condolencias a la mamá de Luany, pero la invita a “reflexionar” sobre diversos aspectos relacionados con la muerte de su hija e incluso le cuestiona si esta pudo haberse evitado. De hecho, sostiene que la culpa de este tipo de sucesos es de los padres por haber sido “negligentes y alcahuetas”, y destaca algunas características del estilo de vida de Luany que pudieron haber influido, según ella, en los hechos. Entre otras cosas, se refiere a las fotos que la víctima subía a sus redes sociales (alega que eran de su cuerpo y no de títulos académicos o profesionales), sus rutinas, a dónde iba o con quién andaba.

Así como doña Karen le escribió esa nota a la mamá de Luany, a mí me gustaría también hacerle llegar unas palabras a doña Karen.

A doña Karen me gustaría contarle que yo he sido tan acosada usando minifalda en un bar, como lo he sido usando ropa formal sentada en las aulas de la Facultad de Derecho. Me han violentado hombres desconocidos en las calles, de la misma forma en que lo han hecho profesores de la Universidad de Costa Rica.

Créame, doña Karen, que todos los días las mujeres pensamos dos veces lo que nos ponemos antes de salir de la casa. Valoramos si vamos a tener que caminar solas, si tendremos que usar transporte público o a qué hora regresaremos, pero nada de eso hace la diferencia.

Le aseguro, doña Karen, que si hay alguien que se cuida somos nosotras. Que vivimos día a día cuidándonos a nosotras mismas, a nuestras amigas, a nuestras familiares y a hasta a las que no conocemos. Porque al final, todas tenemos algo en común: vivimos con miedo. Todas tememos salir y no volver, de ser las próximas que aparezcan en la lista de desaparecidas. Nos aterra la idea de que nuestras madres denuncien y les digan que seguramente nos escapamos con un novio, como le hicieron a la madre de Luany. Tenemos miedo de que nuestras amigas pierdan toda su vida buscándonos y no nos encuentren. O que nos encuentren en una bolsa o enterradas o violadas o todas las anteriores. Pero lamentablemente vivir con ese miedo y cuidándonos entre nosotras tampoco es suficiente.

Nada tiene que ver tampoco, doña Karen, las fotos que subamos a redes sociales o la forma en que queramos vivir nuestra sexualidad. Pensar que una mujer es menos digna de respeto o, visto de otra forma, es más susceptible de ser violentada por la manera en que muestre su cuerpo o lleve su vida sexual, no es más que otra manifestación de violencia de género en sí misma.

En síntesis, me gustaría decirle, doña Karen, que la violencia que sufrimos las mujeres no está causada por la cantidad de ropa que llevamos puesta ni por los grados académicos que hayamos obtenido. Tampoco tiene que ver con lo que hagamos o no con nuestro cuerpo, ni mucho menos con la atención que nos brinden nuestras madres (y padres, por cierto) y redes de apoyo. De hecho, ojalá evitar la violencia en nuestra contra fuera tan fácil, pero no es así.

Sin embargo, doña Karen, no todo está perdido. Aunque nacemos sentenciadas a vivir con miedo sólo por ser mujeres, y a pesar de tener todo el sistema en nuestra contra y tener que nadar contra marea toda la vida, hay mucho que podemos hacer. Empezando, por ejemplo, por no justificar ninguna forma de violencia de género por la manera en que la víctima vivía. Un primer paso sería entender que cada vez que cuestionamos dónde estaba la víctima, lo que estaba haciendo, qué ropa llevaba puesta o si estaba o no acompañada, estamos validando implícitamente que existen circunstancias que justifican que una mujer sea violentada, incluso cuando esa violencia culmine en un feminicidio.

En lugar de eso, doña Karen, yo la invito a que nos cuestionemos por qué las mujeres tenemos que seguir viviendo con miedo, por qué no podemos sentirnos libres y seguras en el espacio público, ni en nuestras casas, ni en nuestras aulas, ni en ningún lugar. También la insto a cuestionarnos qué podemos hacer si no confiamos ni siquiera en nuestra policía ni en nuestro sistema de justicia: ¿en quién confiamos entonces?, y finalmente, doña Karen, la invito a reflexionar por qué a pesar de todo eso, seguimos culpando a la víctima y a su madre, quien no sólo va a cargar con que un sistema patriarcal le haya arrebatado la vida a su hija, sino también con la gente que la señala fríamente como la responsable de ello, pues la culpa, mientras seamos mujeres, es siempre nuestra.

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