Es inaudito que, a estas alturas del siglo XXI, aún sigamos cuestionando la implementación de un tren interurbano en el Gran Área Metropolitana (GAM), cuando los estudios, los diseños del cartel de licitación y el empréstito están prácticamente listos.

Es urgente comprender que el desarrollo en infraestructura es una inversión de largo plazo con réditos incuestionables para el desarrollo de todo el país y especialmente de la caótica y congestionada Área Metropolitana.

El proyecto del tren interurbano ha sido objeto de numerosos estudios y proyecciones, uno de los que recuerdo viene desde la administración Figueres Olsen (1994-1998), cuando se realizaron estudios de factibilidad con el liderazgo de la Compañía Nacional de Fuerza y Luz (CNFL) y con la participación de los ministerios interesados como el MOPT, MINAE e INCOFER, y se delinearon las primeras estrategias.

Tampoco podemos olvidar el entusiasmo con el que don Miguel Carabaguíaz en la presidencia ejecutiva del INCOFER (2005-2014), puso a correr de nuevo los trenes para conectar San José, Cartago y Heredia y de eso hace más de 10 años, lo que ha permitido llegar hasta este punto de la toma de decisión, el dinero, el proyecto y la viabilidad política del tren.

Prácticamente ha tomado un cuarto de siglo llegar hasta aquí y en ese lapso de tiempo hemos abarrotados las carreteras de carros individuales –no de mejores autobuses, por ejemplo—, sobre nuestras calles para carretas, ahora asfaltadas, pero sin aceras en una inmensa mayoría de sitios y con trazos del siglo XIX.

Hemos malgastado el patrimonio personal y familiar y los ahorros invirtiendo en autos en los que nos pasamos horas en presas interminables, mientras alimentamos la mentalidad aldeana, dudando de nosotros mismos y de nuestra capacidad de impulsar otras formas de movernos por nuestras pequeñas ciudades y nuestro diminuto país.

El modelo de “un carro por persona” es una “solución” que atenta contra el ambiente, la salud mental, el bolsillo y la visión de un desarrollo sostenible.

Abundantes ejemplos exitosos

Elogiamos las ciudades con buenos sistemas transporte público y de trenes en estaciones intermodales –como la que propone la arquitecta Claudia Dobles en el proyecto de tren interurbano eléctrico—, pero nos ponemos pesados, odiosos y criticones, con mentalidad “chiquitita”, creyendo que el tres interurbano moderno es un “desperdicio” y anteponiendo tontas excusas que solo ponen de manifiesto nuestro miedo a crecer y desarrollarnos como nos lo merecemos.

Por razones personales ahora resido en una ciudad dotada de un excelente transporte público, desarrollado para que sus habitantes dejen el carro en casa o no tengan del todo, para moverse libremente por sus calles hasta en sillas de ruedas y en condiciones óptimas para personas con movilidad reducida.

Contar con un sistema de transporte modero y eficiente me ha deparado de una gran felicidad por haberme deshecho del carro para moverme a cualquier hora por la ciudad y me ha llevado a reflexionar sobre el lastre y el “mal negocio” que termina siendo un carro, al menos para mí y mi estilo de vida.

Me gasté un dineral en pagar mi primer carro y los siguientes, en su mantenimiento, en los seguros, los impuestos, los estacionamientos y todo lo relacionado con el negocio del automóvil, para caer en cuenta del carísimo precio que paga la ciudadanía costarricense por la “libertad de movimiento”.

En la ciudad y el país adonde vivo ahora, es posible rentar carros eléctricos a través de una aplicación en cualquier parte con suma facilidad –como ocurre con las bicicletas--, así como alquilar automóviles a precios muy bajos para hacer desplazamientos mucho más largos y conocer el país.

Si tuviéramos estas facilidades en la GAM, con servicios las 24 horas, los 7 días de la semana, los disparatados gastos de tener un automóvil nos permitirían disponer de más capacidad de ahorro, adquirir una vivienda, hacer una inversión grande e importante, cancelar las cuentas de las tarjetas de crédito, disponer de más dinero para pasear por nuestro hermoso país, estar más tranquilos, permitir mayor accesibilidad a la población de menos recursos y facilitar un transporte seguro para toda la ciudadanía.

Con estas reflexiones quiero, además, conminar a mis colegas periodistas a dejar de hacer cuestionamientos absurdos, a nuestra clase política a superar la mentalidad cortoplacista para contribuir con el desarrollo del país y, a la ciudadanía en general, a tener paciencia y confianza con las personas que dirigen nuestros destinos.

Y con la reciente aceptación del país a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), sí o sí merecemos un transporte moderno, barato, ágil y limpio. Superemos la crítica sin sentido, malsana, tendenciosa y fútil. Veamos el futuro con optimismo, a pesar de los nubarrones que nos rodean ahora.

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