En el Arte de la Guerra, Sun Tzu, el gran estratega chino, resume principios básicos de la cosmovisión confuciana, y llega a afirmar que “la mejor victoria es vencer sin combatir”, porque esa es “la distinción entre el hombre prudente y el ignorante” y el máximo propósito de la guerra es “someter al enemigo sin luchar”. Por eso esta propuesta es útil en la diplomacia y China lo entiende muy bien y lo pone en práctica como parte de lo que he denominado una “hegemonía confuciana”.

Cuando se alude al poder hay que tener en cuenta tanto su dimensión dura como la suave. En esta última se debe atender al “poder del ejemplo” y al “poder de los ideales”. Los hegemones y las grandes potencias no solo deben imponer su voluntad, sino dar el ejemplo y fomentar sus ideales y valores. En la cultura china, a partir del Ying y el Yang y atender en todo momento cualidades como sabiduría, sinceridad, benevolencia, coraje y disciplina -pero en función del interés supremo señalado por Sun Tzu-, la lucha por alcanzar la meta es permanente y el régimen de Xi Jinping aspira a consolidar, una vez más, el proyecto hegemónico global.

China ha donado cientos de millones de mascarillas y otros implementos sanitarios (incluidos muchos de pésima calidad, como lo comprobaron países europeos), kits para pruebas del coronavirus y despachado equipo médico a distintos países. Pero esas donaciones se mezclan con un rentable negocio. Así se implementó la “diplomacia de la mascarilla”, que ha servido a China para contrarrestar la caída en sus exportaciones por la contracción económica y lavarse la cara frente a las acusaciones por el “virus chino”. Esta mezcla de donaciones con lo que se ha comenzado a denominar “pobremente hecho en China” constituye el uso de las recomendaciones de Sun Tzu, porque “aquel que domina, vence; aquel que no, sale derrotado”.

Pero también le permite mostrarse como un Gobierno cooperativo y dispuesto a ayudar al mundo. Lo que importa es la victoria y si para esto se requiere maquillar (en sentido literal ocultar detrás de la mascarilla) los errores y responsabilidades por ocultar información sobre la gravedad de la pandemia, bien vale la manipulación de las estadísticas.

El ejercicio del poder muestra un cambio significativo en la última década. Según analistas internacionales, la habilidad de los Estados para obtener, ejercer y conservar el poder cambió, producto de la falta de un centro de poder global y el desorden. Por eso Pekín busca nuevas formas para consolidar su proyecto hegemónico.

La pregunta es ¿le alcanzará a Xi Jinping la diplomacia de la mascarilla para enfrentar las crecientes críticas, mantener oculta la cada vez más grande oposición doméstica —que ahora controla con cárcel y escuelas de adoctrinamiento— y confrontar la próxima pandemia, en procura de consolidarse como la superpotencia del siglo XXI?

Detrás de la diplomacia de las mascarillas se oculta un proyecto hegemónico y una lucha de poder con Estados Unidos (Washington habla del “virus chino” y Pekín del “virus de laboratorio estadounidense”) y la consolidación de una fuerte presencia china en países occidentales, en el marco de la lucha por el 5G, lo que genera tensiones en la Unión Europea y conduce a una guerra propagandística, en la que el Gobierno italiano afirma haber recibido más ayuda de China que de los europeos. Así la Covid-19 amarga la entente cordiale sino-europea.

Y Latinoamérica no se queda atrás, porque, como señala el especialista mexicano en asuntos chinos, Enrique Dussel-Peters, Pekín busca “mejorar su percepción en el público latinoamericano”. La intención es que el mundo olvide en dónde comenzó la pandemia, pues ello afecta negativamente el proyecto de la centuria china, sobre todo de iniciativas como la nueva ruta de la seda.

En resumen, lo que se observa es el uso del poder blando en su máxima dimensión (Sun Tzu y su propuesta estratégica), aprovechando la oleada del SARS-CoV-2 a escala mundial. Sin duda el virus le cayó de perlas al proyecto de Xi Jinping, porque así fortalece su venganza por las invasiones anteriores europeas a China, y qué mejor que el uso de la mascarilla en las relaciones diplomáticas.

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