El sistema internacional, constituido por Estados y otros actores estatales como las organizaciones intergubernamentales requiere de un orden y una arquitectura sistémica que define la forma en que se relacionan los agentes y se constituye la polaridad. Distinto es el caso del sistema global o de la sociedad internacional, en la que participan además los actores no estatales.

Durante los pasados cuatro siglos, ya se traté del sistema europeo o el de otras regiones, el orden internacional ha sido definido a través de guerras sistémicas. La última vez —y que dio paso, por primera vez en los miles de años de historia del sistema internacional a un esquema planetario— fue la “Gran Guerra” (Primera y Segunda Guerras Mundiales). Así las guerras sistémicas son confrontaciones armadas entre los principales actores del sistema y quien triunfa define las reglas del juego y se convierte en el principal actor —ya sea hegemónico, cómo sucedió en las últimas cuatro centurias, o en el rol de superpotencia dominante en otros momentos y sistemas regionales—.

Ello me llevó como profesor de Relaciones Internacionales a indicar, tras el fin del orden bipolar del siglo XX (con la caída del Muro de Berlín y la desintegración del bloque soviético, que condujo al “momento unipolar” de la década de 1990), que el orden internacional y el hegemón o superpotencia de esta centuria sería definido mediante una guerra sistémica. Puede denominarse como una “Tercera Guerra Mundial”, aunque no comparable con las dos anteriores. Era común escuchar reacciones de que sería una guerra nuclear y destruiría el mundo. Pero no se puede perder de vista la tesis de Clausewitz en su libro Sobre la guerra y el hecho de que el armamento nuclear se basa en el principio de la “destrucción mutua asegurada”, por lo que solo tiene un efecto disuasorio, pues de lo contrario caería en lo que el citado autor denomina la “guerra absoluta”, que es irracional, porque no es la continuación de la política por otros medios. Esto conduciría a la destrucción de la humanidad y ese no es el propósito de la política ni de la guerra.

Ahora bien, mi tesis de que la guerra sistémica del siglo XXI tendría lugar en el primer cuarto de la centuria perdió cierta fuerza conforme se acercaba el 2025 y se pasó de una lucha hegemónica a una competencia asimétrica entre tres superpotencias (China, Estados Unidos y Rusia). Lo de asimétrica no por la relación de fuerzas militares, sino porque cada una práctica un proyecto hegemónico e imperialista muy distinto. Pekín opta por un estilo confuciano —ajustado a la tesis de Sun Tzu (El arte de la guerra)—, que se ha hecho manifiesto en las últimas semanas. Washington insiste en el estilo clásico de los recursos de poder duro. Mientras que Moscú hace una combinación de ambos estilos en lo que Alexander Duguin (asesor de Putin) denomina el euroasianismo y que constituye un estilo de hegemonía ortodoxa.

El rol de las instituciones internacionales y la revolución de las comunicaciones y el transporte, complementado con la vigilancia satelital, hizo más difícil la movilización de tropas sin ser detectadas. Así parecía que por primera vez en la historia milenaria de las relaciones internacionales podría establecerse un orden sistémico sin necesidad de una guerra. Pero ello no quiere decir que no se dé sin confrontación de fuerzas entre las superpotencias. Es decir, la teoría de la estabilidad hegemónica mantiene vigencia en que no se trata solo de poder duro, sino del uso de los recursos de poder blando e inteligente. Por eso se comenzó a hablar del siglo XXI como la centuria china. Este es el tercer intento en la historia de China que busca consolidar su proyecto imperial a escala global. Los anteriores tuvieron lugar durante la era de los emperadores. Y parece que con la llegada del emperador Xi Jinping, se busca hacer efectivo ese dominio.

En ese contexto aparece el SARS-CoV-2, introduciendo una variable que no estaba en los cálculos de las élites gobernantes en China, Estados Unidos y Rusia. Así a la confrontación por el control de los sistemas de vigilancia satelital y digital (con internet 5G) que se venía desarrollando, la actual carrera armamentista y las tensiones económicas, comerciales y financieras, se suma un microscópico adversario. Por consiguiente, parece que Pekín no tiene tan fácil el convertir al siglo XXI en su centuria (el manejo de la pandemia ofrece más amenazas que oportunidades), por lo que la definición del orden internacional no se muestra a corto plazo en el horizonte.

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