Desde la llegada del nuevo coronavirus que ocasiona la enfermedad COVID-19 a nuestro país, los universitarios nos hemos dedicado a modificar las formas de enseñanza para no interrumpir el ciclo lectivo. Hemos investigado y analizado en detalle cómo llevar adelante, dentro del marco de la legalidad estatutaria, la realización del teletrabajo.

Para unos ha sido fácil pasar de la actividad presencial a la virtual, para otros no tanto. La oferta académica de las instituciones de educación superior en el país es amplia. Cada profesión enseñada tiene sus características y particularidades que hacen de este traslado toda una novedad. Las universidades e instituciones educativas se han visto, de un día al otro, en la necesidad de cambiar radicalmente las formas tan arraigadas de realizar su labor.

Por más plazos que se otorguen para ordenar las ideas de cómo avanzar virtualmente, nos encontramos definitivamente en un momento de inflexión del cual no hay vuelta a atrás: la revolución digital.

En el idioma chino, la palabra crisis significa problema, pero también oportunidad. Desde nuestras casas, en pijamas o no, estamos contribuyendo no solo a la evolución de los modelos tradicionales y centenarios de enseñanza, investigación y extensión, sino también a la baja de la contaminación ambiental, sonora, física, mental y emocional. Se admite que, y solo por poner un ejemplo, trabajar desde la casa ha sido un reto, pero esto nos libra de gastar horas y energía en atascamientos viales terriblemente desgastantes.

Por eso, no todo es tan malo. A falta de circulación de seres humanos y sus medios de transporte, ahora hay pavorreales por las calles de Madrid. Hay más tiempo para compartir en familia, para encontrarnos con nosotros mismos, a nivel personal y profesional, además de la posibilidad de plantearnos profundamente lo esencial de nuestros trabajos, profesiones, vocaciones y nuestra existencia en general.

Como el agua tibia no se inventa, podemos aprender de algunos seres humanos que, a lo largo de los siglos, han vivido en confinamiento. Me llegó en estos días información sobre la vida de las monjas de clausura. Transcribo textualmente:

“Las carmelitas descalzas nos dicen: Lo más importante es la actitud con que vivimos el encierro. Esta situación inesperada puede ser la ocasión para hacer un descubrimiento más importante: la libertad interior, ˈaquella que nadie puede quitarte, la que procede de ti mismoˈ. Si bien es cierto que los gobiernos obligan —y en otros invitan— a los ciudadanos permanecer en sus hogares, ˈtu libertad consiste en adherirte voluntariamente, sabiendo que es por un bien superiorˈ.  La invitación de estas monjas de clausura es a mirar dentro de nosotros mismos sin necesidad de espacios externos. Es una invitación a la paz, a escuchar nuestras propias inspiraciones”

Establezcamos entonces la pregunta fundamental que nos atañe a las universidades y a las instituciones de enseñanza: Si la sociedad que conocemos, sus sistemas económicos y su funcionamiento básico cambia a partir de esta pandemia mundial, ¿hasta dónde sigue teniendo sentido enfocarnos única y fervientemente en el cumplimiento de los objetivos y contenidos de los cursos existentes? ¿Por qué no orientar también nuestra labor a colaborar con los nuevos tiempos que vienen y en servicio de la sociedad?

¿Cómo puede cada una de las facultades y disciplinas que se enseñan en las universidades aportar a la situación actual de la humanidad?

¿Por qué, entonces, no ofrecer desde las universidades un coctel compuesto de creatividad, innovación y conocimiento a la sociedad a partir de nuestras distintas áreas de trabajo como medida de contención y guía ante las nuevas y sorpresivas situaciones que estamos encontrando día a día según la evolución de esta enfermedad?

Si bien el personal del área de salud es el que se encuentra en la primera línea de contención de la crisis, los sectores primario, secundario, terciario, además de las universidades y todos los entes que los componen, también tienen su razón de ser y sin ninguna duda pueden hacer algo nuevo y concreto por la sociedad.

¿Cuánto ha sido criticado, juzgado en tiempos recientes, tildado de vago, innecesario, el docente universitario por parte de la opinión pública desinformada, manipulada, y necesitada de hacer valer el modelo capitalista y neoliberal?

No se trata de “sacarnos el clavo” ante esas críticas desmedidas, que a más de uno nos han calado, pero la circunstancia mundial nos está dando la oportunidad para salir a la calle —simbólicamente hablando— y comenzar a inventar formas nuevas para contribuir, a través de nuestro conocimiento, en el día a día de este recién nacido mundo pandémico desconocido para todos.

Veo a las escuelas de Economía, profesores y estudiantes, enfocándose en la creación de planes piloto y propuestas diversas para afrontar la problemática de las pymes y todos aquellos sectores afectados duramente en sus ingresos.

Veo a las escuelas de Filosofía ayudando a las empresas y a las personas a detenerse y cuestionar para identificar posibles mejoras de fondo.

Veo a las escuelas de Arte, no sólo transmitiendo arte escénico de manera virtual, sino irradiando creatividad cómo fundamento imprescindible para la supervivencia humana. También inspirando a través de la pasión artística a las personas que están encerradas en sus casas, de que la vida no es solo trabajar y tener un ingreso económico estable. Se puede salir de estados depresivos y angustiantes escribiendo, pintando, tocando, cantando, esculpiendo y creando cosas estando en casa.

Veo a las escuelas de Educación Física haciendo propuestas de rutinas deportivas y de actividad física en casa.

En paralelo, veo a las escuelas de Psicología, ofreciendo contención virtual para estos días de cuarentena obligados, ofreciendo soporte para todas aquellas situaciones que se deriven de este virus respiratorio. Especialmente, por el dolor que traerá en nuestras familias la partida de seres queridos.

Lo anterior, no solo mediante la experticia de los académicos, sino también a través del apoyo del personal administrativo, y la participación de los estudiantes, quienes, a través de la creación de prácticas profesionales supervisadas, “vayan agarrando colmillo”, de la mano con la realidad social que nos ha explotado en la cara.

Podría seguir compartiendo mis visualizaciones. Sin embargo, me detengo aquí para que la imaginación de cada lector en su área respectiva de conocimiento, se incite a crear, sin restricciones de ningún tipo, nuevos vínculos significativos y virtuales entre las universidades y la sociedad actual y futura.

No obstante, cierro con una reflexión correspondiente a mi campo. Soy música de profesión, ejerzo no solo tocando, sino enseñando esta materia. Mi sector profesional se ha visto también seriamente afectado en sus ingresos puesto que se cancelaron todo tipo de conciertos por los próximos meses.

Mi gremio se está moviendo rápidamente y con esperanza a las plataformas virtuales para impartir lecciones y ofrecer conciertos pagados desde esos móviles. Hay que decir las cosas como son: si bien es cierto que durante la cuarentena muchas instituciones musicales en el mundo han abierto de manera gratuita sus plataformas, la gran mayoría de músicos viven de sus presentaciones públicas y necesitan seguir generando ingresos.

Desde hace varios años atrás, el gremio musical ha visto que es cada vez más difícil la asistencia de público a los conciertos. Existe la costumbre en nuestro país a pagar altas sumas de dinero por asistir a conciertos de artistas extranjeros, o artistas nacionales interpretando covers. Municipalidades y otras instituciones gubernamentales, por el mismo tipo de concierto, le pagan más al artista foráneo que al nacional, cuando en realidad el trabajo viene a ser el mismo. Este fenómeno forma parte de una cruda realidad: el sector artístico —y en especial la oferta nacional— ha sido considerado el menos esencial, menos importante, pero de alguna forma uno muy decorativo en la sociedad, no hay boda divertida sin al menos un DJ. Tal vez este confinamiento nos permita conseguir el tan anhelado público, aunque sea de manera virtual.

Pero más allá de ofrecer conciertos mediante plataformas digitales y las ganancias económicas derivadas de las mencionadas, pongo sobre la mesa la cuestión del verdadero sentido del arte: No ese “arte” que existe por mero y vacío entretenimiento, sino aquel que tiene la virtud de despertar los más profundos, pero a veces atrofiados rincones de la vida interior del ser humano.

Veremos si después de la honda transformación individual y colectiva que estamos ya experimentando gracias a la pandemia por COVID-19, la sociedad postmodernista seguirá colocando al arte y los artistas en el último escalón de prioridades, por debajo de la obsesión y acumulación de bienes materiales sin sentido.

Trascendiendo mi visión de vida como música, poeta y loca —de lo cual todos tenemos un poco—, aterrizo de nuevo en el contexto universitario y su vínculo con la sociedad.

La epidemiología y sus números no fallan. Vamos para largo con esta nueva forma de vida. Una vez pasada la crisis sanitaria, vendrán nuevos desafíos. Difícilmente volveremos a ser los mismos de antes.

Ante un panorama totalmente incierto, orientemos nuestras universidades, instituciones atemporales en la historia de la humanidad, al acompañamiento significativo, tangible y fraterno de las inquietudes y necesidades de esta sociedad en constante metamorfosis.  Que estas se viertan hacia afuera, que se abandone la lógica endogámica institucional, esa costumbre unilateral de ver hacia sí mismas en sus minuciosidades administrativas y burocráticas.

“La música puede cambiar el mundo, porque puede cambiar a la gente”- Bono.

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