Mucho se ha dicho recientemente que lo que necesitamos para ganarle la batalla a la COVID-19 es “test, test, test” (pruebas, pruebas, y pruebas). No hay duda de la importancia de las pruebas diagnósticas. Ellas nos permiten informar estrategias de contención y aislamiento, facilitar el rastreo de contactos, la protección de los grupos vulnerables, informar el análisis situacional, decisiones clínicas, entre muchas otras cosas. Y si bien es absolutamente necesario aumentar el número de pruebas realizadas a la población, esta medida por si sola, no es suficiente. Detener el COVID-19 requiere que cada test realizado vaya acompañado de la recopilación de información epidemiológica veraz y detallada de cada persona, educación a la población general sobre las pruebas diagnósticas, además de un análisis cuidadoso por parte de las autoridades en salud de los datos que surgen de la realización masiva de pruebas.

Lo primero, poco valor tendrán los resultados positivos que puedan surgir si no los acompañamos de la rigurosidad en la vigilancia epidemiológica con la que ha venido trabajando el Ministerio de Salud hasta ahora. A como las empresas privadas entran en el mercado de las pruebas para detectar la presencia de SARS-CoV-2, es importante que estas tengan los mecanismos de coordinación y las habilidades técnicas necesarias para darle seguimiento y realizar el estudio de contactos a la población que es portadora del virus. La caracterización demográfica (edad, lugar de residencia, genero, etc.) y de salud (comorbilidades, medicamentos, etc.) de las personas que se realizan estas pruebas también es vital para entender de lleno el comportamiento de la enfermedad en nuestro país. Hasta ahora las autoridades sanitarias han hecho un buen trabajo en estos dos frentes, pero ¿qué pasará con esa capacidad de caracterizar cuando las pruebas estén disponibles por doquier?

Las pruebas no son perfectas. Esto en el contexto científico hace referencia a dos conceptos, la sensibilidad y la especificidad. No voy a entrar en detalle sobre estos conceptos, pero entre más alta la sensibilidad y más alta la especificidad, una prueba es más capaz de diferenciar las personas con el virus de las personas sin el virus. La prueba RT-PCR (real-time polymerase chain reaction/ reacción en cadena de la polimerasa en tiempo real) que se realiza alrededor del mundo a través de hisopados nasales o faríngeos (de garganta) únicamente detecta alrededor de dos tercios de los casos que son positivos. Es decir, por cada tres personas portadoras del virus que se hacen la prueba, la RT-PCR solo detecta en promedio dos (esto en realidad depende de la parte del cuerpo de donde se toma la muestra). Ese tercer caso portador del virus no detectado por la prueba, se le conoce como un falso negativo. Es por esto que, para aumentar la posibilidad de que ese caso no se vaya a la casa e infecte a sus cercanos, las pruebas de laboratorio se acompañan de una historia clínica detallada con información sobre cosas como viajes recientes y síntomas, un examen físico, y en muchas ocasiones, con exámenes complementarios que nos ayudan a sospechar de la enfermedad, como los rayos-x. Estas acciones aumentan la posibilidad de captar un caso positivo. El argumento aquí es similar al anterior, con la masificación de las pruebas, ¿cómo vamos a asegurarnos de que los falsos negativos no se devuelvan a la comunidad creyendo que están libres del virus?

Para entender el comportamiento de la enfermedad en la población es más importante ver la tasa de cambio de la cantidad de pruebas positivas en relación con las pruebas realizadas, que el número total de pruebas positivas. Es decir, poco nos sirve tener solo el numerador (casos positivos) si no lo contextualizamos con el denominador (pruebas realizadas en un día). A como Costa Rica vaya obteniendo más capacidad para realizar pruebas en todos sus rincones, es importante que la población general entienda esta diferencia. Con base en esta tasa de cambio es que podremos ir identificando el comportamiento de la transmisión de la enfermedad en la población y tomar decisiones con el respaldo de ella para escalar o relajar las medidas de distanciamiento social.

Por último, realizarse la prueba y salir negativo no garantiza en ningún sentido que la persona no se pueda infectar poco después. La prueba negativa puede dar una falsa sensación de seguridad y la persona puede cambiar sus comportamientos de higiene exponiéndose no solo a sí misma, pero a su comunidad también. Si las pruebas y sus resultados no se ven acompañados de educación detallada, independiente del resultado, es posible que exista un riesgo aumentado para la transmisión de la enfermedad.

En este momento de crisis, más que datos, más que solo pruebas, necesitamos información y conocimiento. Necesitamos ser capaces de contextualizar a nuestra realidad dicha información e innovar apalancando las herramientas tecnológicas que tenemos a nuestra disposición. Además, es tiempo de una coordinación sin precedentes entre el estado y las empresas privadas en salud, así como un despliegue masivo de educación en salud para la población general. Aplaudo las iniciativas de la empresa privada y el liderazgo del Estado hasta el momento en esta crisis, y espero que el rumbo se mantenga a como las soluciones se democratizan.

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