Este martes 19 se repetirán las elecciones parlamentarias en Israel. Las realizadas en abril pasado no permitieron la conformación de un nuevo Gobierno, porque ninguna agrupación obtuvo la mayoría y tampoco pudieron construirse las alianzas necesarias para un Gobierno de coalición. La cuestión es que los últimos sondeos de opinión muestran un electorado igualmente dividido, lo que hace pensar que podría repetirse la conformación del Kneset. Por ahora hay un empate técnico entre el bloque Likud del primer ministro Benjamin Netanyahu, y la alianza Azul y Blanco, encabezada por el general retirado Benny Gantz.

El proceso electoral israelí muestra particularidades cuando se observan desde la perspectiva latinoamericana y sobre todo costarricense. En abril pasado estuve de visita en el país, precisamente en el momento de los comicios y se podían observar las expresiones de la ciudadanía sobre lo que estaba en juego en ese proceso. Y como, desde mi perspectiva, todo en Israel pasa por la construcción de identidad frente a la alteridad de ese vasto “otros” (palestinos, árabes, iraníes, turcos) del Medio Oriente, el debate electoral no es solo un asunto meramente doméstico, sino que se comprende el rol geopolítico y geoestratégico del país.

Para el martes hay 10 agrupaciones electorales, en contraste con las 31 de abril; pero solo tres bloques son significativos: el de centro-izquierda Azul y Blanco, el de derecha de Likud y el bloque de Liberman —se ubica entre el centro izquierda y la derecha—. Un factor en juego es el recuperar la participación electoral, que históricamente se ha ubicado por encima del 70% y en las pasadas elecciones fue de 68.5%; mientras que la población israelí-árabe muestra una tasa mucho menor, 49% en abril pasado.

Las últimas semanas no han sido fáciles para Netanyahu, porque la oposición parlamentaria ha rechazado varios proyectos de ley, como el de la grabación, con cámaras, en los centros de votación. La intención era desanimar la participación de israelíes de origen árabe —específicamente palestino y que son un 20% del total de la población del país—, a los drusos (2%) y cristianos (2%), que en general son opositores al Likud.

Como estrategia de campaña el primer ministro ha recurrido a mostrar su cercanía con Donald Trump y en algunos puntos de Tel Aviv —una ciudad con una vida social y cultural moderna y occidentalizada, muy distinta a lo que uno se puede imaginar cuando no la ha visitado— se observan fotografías de ambos líderes.

Especialistas, tanto israelíes como extranjeros, consideran que estos comicios bien podrían marcar el ocaso de Bibi —como se le conoce popularmente al primer ministro—, quien ha estado en el poder durante los últimos 13 años. Esto a pesar de que el Likud se mantiene, según las encuestas, como el ganador de las votaciones (con entre un 38 y 41%), no tiene suficiente apoyo para lograr una mayoría, por lo que necesitará de alianzas para conformar Gobierno. La llave para esa tarea la tiene el actual ministro de Defensa, Avigdor Liberman, un ultranacionalista que podría terminar inclinando la balanza a uno u otro lado.

En un intento por ganar votos Bibi ha recurrido a algunas promesas de campaña, como la de anexar más territorio de Cisjordania. Lo cual no fue bien recibido por la oposición. Ello porque el primer ministro teme no lograr seguir en el poder en caso de no lograr obtener suficientes escaños para, junto con los partidos minoritarios, alcanzar los 61 votos que conforman la mayoría para establecer un Gobierno.

Así que los comicios de este martes pueden marcar un punto de inflexión en la historia política de Israel. Y como indiqué, una coyuntura que tendrá repercusiones en la región. Sin embargo, no se puede esperar que haya un cambio de mando suficiente para buscar una ruta distinta al conflicto con los palestinos, porque las dos fuerzas mayoritarias buscan mantener el estatus quo.

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