En una ocasión alguien me dijo algo que se quedó conmigo, y que me parece ciertísimo: “las personas son como las frutas, para saber qué tan bueno es el jugo que tienen dentro, hay que presionarlas”. Bajo situaciones de presión, cuando se pone fea la cosa, muchas veces vemos quiénes son realmente ciertas personas.

Llevo dos meses navegando en una de las zonas más recónditas de nuestro planeta, surcando aguas que se encuentran en promedio 3.500 metros por encima de la cadena de montes submarinos Hawái-Emperador, en el océano más grande de nuestro planeta: el Océano Pacífico. Este ha sido un año muy intenso para mí, ha sido un no parar, por lo que ya estaba agotada aún antes de montarme en el barco de investigación científica Falkor. Mientras escribo esta columna, me queda aún una semana en altamar y el barco está como un sandwich entre tres sistemas meteorológicos que han hecho que dormir, caminar y trabajar requieran el doble de esfuerzo. He pasado períodos mucho más largos a bordo, pero en esta ocasión estoy más que lista para volver a casa. No soy la única, la tripulación y los científicos también están contando los días. Para todos nosotros, se siente la presión, y comenzamos a ver el jugo del que realmente estamos hechos. Me complace muchísimo anunciar que cada persona en esta nave es maravillosa, y a pesar de las ojeras y el esfuerzo, continuamos dándonos la mano y trabajando con una sonrisa en la cara. De verdad puedo decir que he conocido gente verdaderamente extraordinaria en esta pequeña ciudad aislada, rodeada de kilómetros y kilómetros de agua.

De cualquier manera, esto me ha hecho pensar en que quizás no todas y todos estamos conscientes del verdadero esfuerzo y rigurosidad que demanda el conocimiento producido científicamente, que además quizás ignoramos el rol primordial que juega el océano en nuestras vidas, y que quizás el jugo que estamos produciendo frente al cambio climático no habla de que seamos las mejores frutas.

Agua salada

Nuestro planeta está pasando por su sexta extinción masiva, estamos perdiendo alrededor de 200 especies por día. Esta es una evidencia extremadamente preocupante del cambio global en las condiciones ambientales, un nuevo escenario en el que cada vez más organismos encuentran imposible sobrevivir. Esta crisis requiere todos los esfuerzos inequívocos y unidos de la humanidad para corregir la catástrofe que hemos creado. La ciencia y los datos objetivos deben ser la guía de todas las estrategias y acciones, impulsando nuestras decisiones y sus implementaciones.

Confiamos en las recomendaciones científicas porque nunca se crean espontáneamente ni provienen de meras opiniones, por muy informadas que estas opiniones estén. Una cantidad asombrosa de tiempo y reflexión se invierte en cada pieza de investigación científica, que finalmente se convierte en nuevo conocimiento. De verdad, no me alcanzan las palabras para compartir lo meticulosos y obsesivos que son los científicos cuando se trata de intentar encontrar verdades comprobables y replicables.

La búsqueda de ese conocimiento, al servicio de la humanidad y en beneficio de nuestro planeta, ha sido el núcleo de la más reciente expedición de la cual he sido parte. Todos a bordo comprenden que, a la luz del desafío más grande y apremiante que la humanidad haya enfrentado, nuestros ojos deben volverse hacia el océano. Hay muchas cosas que ignoramos sobre nuestra canica azul, pero sabemos con certeza que el clima que hace posible nuestra existencia, la comida que comemos y el aire que respiramos, dependen del océano. La ciencia nos enseña que la vida se originó en el océano, y hasta el día de hoy, como si estuviéramos atados por un cordón umbilical invisible, nuestras vidas aún dependen de él. Hay muchos errores ambientales que la humanidad necesita corregir, pero tal vez nada es tan crítico en este momento como encontrar formas de gestionar de manera sostenible nuestros océanos y garantizar su estabilidad y salud. Sin embargo, administrar algo que no se comprende es, por decir lo mínimo, muy difícil.

Costa Rica

Diseñar usos adecuados y estrategias de conservación para el 70% de nuestro planeta es una tarea titánica, pero no nos queda de otra. Nuestro país tiene además el enorme desafío —y el maravilloso privilegio— de ser eminentemente un país marino. Nuestro territorio marítimo es once veces más grande que nuestra extensión terrestre, y nos toca cuidarlo. ¿Cómo? Usando lo que sabemos, nuestro conocimiento científico, como una guía indeleble de nuestras acciones y políticas. Me horroriza que todavía no nos demos cuenta, y sigamos perdiendo tiempo en discusiones más que resueltas. No, no es posible contar con una pesca de arrastre sostenible. Tendremos que buscar otras soluciones para las familias cuyo ingreso depende de esta práctica, porque debemos asegurar el beneficio de la mayoría, y del planeta entero.

Pero la pesca de arrastre es solo un pequeño tema de los que Costa Rica necesita resolver de una vez por todas. Estamos contaminando agua con agroquímicos, examinando si deberíamos permitir la minería a cielo abierto y la explotación petrolera, desatendiendo nuestros Parques Nacionales, dejando sin opciones a las comunidades costeras… Los seres humanos hemos cocinado un desastre, y la presión realmente comienza a sentirse. Ante el cambio climático y todas sus consecuencias ¿qué dicen nuestras acciones? ¿Qué jugo llevamos por dentro?

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