Llegados a este punto de la realidad nacional, vale la pena detenerse a reflexionar sobre lo que está pasando en el país y lo que podría venir con el paso de los meses y la consolidación de una crisis económica cada vez más evidente. Es, a todas luces, un escenario desalentador en cuanto a las consecuencias económicas y sociales producto de los ajustes fiscales, el desempleo y el eterno problema de la pobreza.

Pero más allá de estas consecuencias, que son las más evidentes en una crisis, pocas veces se toma en cuenta que la inestabilidad económica y el malestar social pueden desencadenar una serie de eventos políticos que pueden dar al traste con la solidez del sistema democrático con la que, todavía, contamos en Costa Rica. Y no es porque necesariamente el sistema vaya a ser depuesto por una revuelta popular ni cosa que se le parezca. Al contrario, la vía democrática ha servido de puente para que líderes populistas autoritarios se hagan con el poder en democracias plenas como la nuestra.

Este es, sin duda, el problema más inmediato que podemos enfrentar en nuestro país de no recomponer la situación económica y política por la que pasamos actualmente. Sin embargo, pareciera que seguimos sumidos en un letargo que nos impide verlo. Nos cuesta darnos cuenta que existe un grupo de políticos populistas con la suficiente sed de poder como para utilizar discursos de odio contra poblaciones vulnerables. Personajes tan incapaces como nefastos, con ninguna propuesta, pero con muchas ocurrencias.

No puede haber mayor peligro para una sociedad que dinamitar los principios democráticos en los que se sostiene. Esto no llega mediante una revuelta armada, en un país como el nuestro llega mediante el populismo. Son esos personajes que, para llegar al poder, prenden fuego a lo que esté a su paso mientras una masa harta de los discursos sin resultados aplaude, sin saber que lo que se derrumba es la institucionalidad democrática que asegura la libertad y justicia que caracteriza a una democracia liberal como la nuestra.

¿Qué hacer con esta situación? Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que, efectivamente, este es el problema principal. Lo es porque sin ese sistema de valores democráticos no hay debate, no hay discusión, no hay derechos, no hay libertad ni justicia. A partir de esto, podemos identificar a las personas que están dispuestas a ceder en su visión de mundo para asegurar estos principios y, posterior a esto, construir consensos en los temas urgentes.

Para esto no es posible ignorar la realidad. Existe una serie de problemas estructurales en el Estado y el sector privado que requieren atención y que no tienen ningún margen de maniobra. Son los que son y la salida a ellos no se puede obviar. Entonces ceder en nuestra visión de mundo implica aceptar, por ejemplo, que la reactivación económica sí pasa por liberar servicios estatales, que algunas instituciones se encuentran colapsadas por la irresponsabilidad política y la ceguera ideológica, o que una parte del sector privado está acostumbrado al chineo estatal a costa de un amplio sector. Y esto es así porque no hemos sabido hacer una transición adecuada.

También pasa por aceptar que los cambios sociales que se han venido dando en cuanto a derechos humanos son irreversibles, y que las demandas en este campo seguirán apareciendo. Está en nosotros poder llevar un debate ordenado y de altura, sin temor a disentir o a concordar con otros. Aceptar que el debate existe y va a seguir existiendo. Tendremos que debatir sobre aborto, gestación subrogada, prostitución, legalización de drogas, etc. No vivimos en una burbuja entre la realidad global, son temas de hoy. Debemos asumir el debate con ánimos de construir. Y superar las pequeñeces que irresponsablemente han puesto sobre la mesa, principalmente los diputados, como si fueran los temas centrales del debate.

Punto de no retorno. Cuando analizamos las elecciones en países como Brasil, Estados Unidos o España, vemos que una de las manifestaciones en dichas elecciones es la efervescencia de las campañas políticas producto de una polarización previa. Contrario a lo que podríamos pensar, esta polarización no necesariamente es producto de los temas en los cuales se expresa. Me explico, en Brasil, España e incluso Costa Rica, los temas de derechos humanos simplemente sirven de válvula de escape para la frustración social por el estancamiento o detrimento de las condiciones de vida.

La xenofobia, homofobia o el ataque a la institucionalidad democrática ciertamente son antivalores presentes en nuestra sociedad y en la de esos países. Pero la manifestación abierta mediante el discurso de odio que se traduce en apoyo a un populista como Bolsonaro, Trump o Abascal, no sucedería de forma tan contundente si esta población estuviese en las condiciones socioeconómicas que le permitieran reconocer que el statu quo ha hecho su trabajo. Difícilmente, sin ese ambiente de desesperanza y necesidad, las personas apuestan por un cambio en el sistema, independientemente de si tiene prejuicios contra algunas poblaciones.

El punto de no retorno será cuando las fuerzas políticas moderadas no encuentren formas de contrarrestar el discurso populista con propuestas y tengan que recurrir al juego de la demagogia en el que, probablemente, salgan perdiendo. Si ponemos atención, podremos ver síntomas de que esto ya está sucediendo. Ojo. los discursos incendiarios pueden llegar a tener la misma capacidad destructiva para el sistema democrático que una institucionalidad débil. Es decir, un discurso populista antisistema puede facilitar que las fuerzas políticas, por demanda popular, debiliten el Estado de Derecho.

En síntesis. Estamos en la obligación de reconocer que la situación económica actual va a empeorar, y que esto se traduce en una oportunidad para los populistas autoritarios para encauzar el cabreo popular hacia sus intereses personales y traducirlo en legitimación política. No es tiempo tampoco para valerse de la situación y alimentar el ego, cosa que sería muy tentador, principalmente para los liberales. Se debe aprovechar que las personas están viendo venir al lobo para generar un consenso nacional que permita recomponer la situación económica y burlar el peligro populista.

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