Una mirada desde la conexión y la vulnerabilidad.

 “Que vivas en tiempos interesantes” dice una conocida maldición china que recuerdo con frecuencia últimamente. Los tiempos interesantes son también tiempos difíciles, períodos de crisis, revolución, procesos de cambio que transforman lo conocido. Es hoy. 

En términos generales actualmente tenemos la población mundial más educada de la historia, con más derechos de los que antes tuvimos, que ha reducido a más de la mitad la tasa de pobreza registrada en 1990 y ha avanzado ampliamente en temas salud con la cura y tratamiento de muchas enfermedades, aumentando el pronóstico de vida. Además, los avances de la tecnología han creado comodidades y facilidades que nunca antes tuvimos. Pero, por otro lado, también somos los humanos más medicados y en edades cada vez más tempranas por problemas de salud mental. Los trastornos mentales y neurológicos representan casi una cuarta parte de la carga de las enfermedades en América Latina y el Caribe. ¡Vaya paradoja! 

A nuestra cotidianidad se sumaron las redes sociales en las últimas 2 décadas, lo que ha significado un gran cambio en nuestro paradigma de comunicación. Actualmente más de la mitad de la población mundial tiene acceso a internet. El despliegue de las redes ha sido acelerado, inesperado y ha simulado un (aparente) terreno fértil para facilitar la vinculación entre los seres humanos más allá de las fronteras físicas. Sin embargo, lo que ocurre con esta nueva realidad también es una paradoja. 

El estudio longitudinal de Harvard (Estudio sobre Desarrollo Adulto) que inició en 1938, ha monitoreado la vida de más 700 personas hasta la fecha. Este estudio concluye que lo importante para mantenernos felices y saludables a lo largo de la vida es la calidad de nuestras relaciones. Por otro lado, la investigación de la Universidad de Arizona  Aislamiento Social en América nos muestra que nuestras redes de apoyo se han disminuido en un tercio (hemos pasado a tener un único confidente cuando antes se tenían tres) en un período de 20 años. 

En redes sociales varios síntomas hacen su aparición, y solo recientemente empezamos a comprender su impacto y alcance. Nacen nuevas formas de violencia como el cyberbulling  y su correlación con la depresión y el suicidio. Las fake news como fenómeno de manipulación que en el caso de Cambridge Analytica nos hizo cuestionar el alcance de las redes en el ámbito político, lo cual hemos vivido en carne propia en nuestro país. Cada vez más, las personas parecen menos interesadas en explorar la veracidad de lo que leen en línea, como dijo Bertrand Russell: «Lo que el hombre [sic] realmente quiere no es el conocimiento, sino la certidumbre». Y nacen nuevos sesgos informativos apoyados por los famosos algoritmos de las redes que filtran que lo que vemos a partir de nuestras selecciones previas. 

Creamos distancias con los otros y otras. Cada vez es más difícil conectar pues hemos vinculado íntimamente nuestras opiniones con la identidad personal, por lo que escuchar opiniones diferentes puede sentirse amenazante. Cada vez somos menos reales, más invulnerables y  perfectos  a través de la pantalla de nuestro móvil. Perdemos la realidad cara a cara y muchas veces deshumanizamos al otro u otra para justificar el irrespeto y la violencia hacia ellos. En el mundo de hoy la comunicación en redes sociales constituye un desafío para la empatía. Estamos recreando nuestro mundo en línea. Las redes son un amplificador de lo que nos pasa por dentro. Lo confundidos que estamos. 

La mirada debe retornar hacia adentro. Aceptarnos en nuestras diferencias implica paralelamente una mirada crítica, cálida y compasiva a lo interno. Implica salirnos del binario del bueno y el malo, enemigo y aliado, exitoso y fracasado. Palabras como compasión, amor, diálogo, vulnerabilidad, empatía y conexión deben ser devueltas a la discusión del momento social en el que vivimos. Implica comprendernos en nuestra integralidad y construir puentes con compasión. Nos distraemos mucho en los síntomas, pero son esas emociones mal gestionadas lo que abunda en las redes sociales. 

Alemania y Francia están generando legislación para regular el uso de las redes sociales. Yo me pregunto si será por ahí. 

Un primer paso, y del que todos y todas podemos ser parte es aprender a conectar desde el diálogo, que incluye la escucha activa y la empatía. Conceptos muy difundidos, pero poco comprendidos. El diálogo no es acerca de cómo cambiar el comportamiento o el pensamiento de otra persona, cómo convencer a otros, hacerme escuchar o silenciar el discurso de alguien más. No podemos ni nos corresponde controlar el comportamiento ajeno, pero sí podemos trabajar en el nuestro para propiciar espacios que procuren la seguridad emocional de quienes participan en ellos. Además, el modelaje del comportamiento suele ser una fortaleza del ser humano, por lo que si somos capaces de modelar espacios de diálogo genuinos, podemos impactar nuestras relaciones y eventualmente las de los demás. 

Somos responsables de haber levantado murallas y hasta que no asumamos nuestra parte en este asunto, el señalar con el dedo hacia afuera sigue siendo solo una manera de aliviar temporalmente la frustración, pero no contribuye a un debate público de calidad, ni a extender los puentes de conexión que tan encarecidamente necesitamos. 

Esta propuesta es acerca de permitirnos ser vulnerables e imperfectos, desprendernos del deseo de tener la razón. Es acercarnos al otro con la intención genuina de entenderlo y con la posibilidad abierta de aprender algo de esa persona. 

Con diálogo real, con empatía, no para tener la razón sino para construir, tenemos el chance de recuperar la esperanza en estos tiempos interesantes. 

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