"Nunca desaprovechen una buena crisis"

Winston Churchill

Si hay algo que en la vida está garantizado, es que siempre habrá tiempos difíciles. De alguna manera, es gracias a esos tiempos que tenemos la posibilidad de apreciar los momentos de tranquilidad, de felicidad, de abundancia. También, gracias a los momentos duros, podemos encontrar oportunidades para renovar, arreglar y mejorar.

Tanto a nivel personal como en la sociedad, las crisis nos tumban, nos impiden ver claramente. Nos ponen en modo defensivo, de sobrevivencia. Son reacciones normales ante la amenaza. ¿Cuántas veces dijimos algo de lo que luego nos arrepentimos, o hicimos algo que deseamos no haber hecho? El estrés de las crisis —cuando son muy intensas— nos hace perder la razón.

Las crisis son transiciones, eslabones en el tiempo que llevan de una cosa a otra. Siempre hay transformación después de la crisis; y durante esos períodos de transición emergen mensajes muy importantes sobre qué podemos hacer mejor, qué podemos cambiar, qué podemos aprender. Si logramos aprovechar la oportunidad, saldremos más fuertes después de la crisis. Un buen ejemplo de ello fueron las medidas regulatorias impulsadas por el gobierno, luego del terremoto que destruyó la ciudad de Cartago en 1910. Don Cleto González Víquez, quien fuera presidente saliente en aquel año, promovió un nuevo reglamento para la construcción de casas y edificios, el cual prohibía el uso de adobe, calicanto o piedra, y en su lugar, promovía el uso de materiales más seguros. Esta medida, inusitada en la región, sería el primer paso en el proceso de modernización de las técnicas de construcción de nuestro país.

Pero las crisis, de igual forma, nos brindan la oportunidad de soltar lastres, quitarnos pesos de encima. Por duro que sea el cambio, el status quo no siempre es lo mejor. Nos aferramos a lo que conocemos porque nos da mucha ansiedad la incertidumbre, lo nuevo. En este sentido, las crisis, cual incendio forestal, a menudo, tienen la función de quemar lo viejo para dar paso a lo nuevo.

Hasta “en las mejores familias” suceden crisis profundas, desconcertantes, dolorosas. Las personas aparentemente más “normales” son a veces quienes más padecen durante estos momentos. En las sociedades contemporáneas suele suceder un fenómeno paradójico: cuanto mejor parecen marchar las cosas, más profunda puede ser la ansiedad colectiva en tiempos de crisis. Por eso, de nada sirve negarla, intentar olvidar que los tiempos buenos y los malos son parte de un contínuum.

La mejor forma de prepararse para la crisis es vivir plenamente cuando hay abundancia, sin olvidar que habrá momentos distintos. La resiliencia es esa capacidad para recibir los embates externos sin quebrarse y lograr retornar a la forma original una vez que haya pasado el impacto. Otra forma de preparase, es vivir fuera de “la burbuja”.  A los hijos, por ejemplo, quisiéramos protegerlos a toda costa, que no sufran, que no vivan frustraciones ni ansiedades. Pero son precisamente esos momentos de tensión los que nos permiten crear resistencia, autoconfianza, capacidad de perseverar.

Además, las crisis nos acercan. En los momentos difíciles aparecen las verdaderas amistades, las personas realmente comprometidas, dispuestas, presentes. La crisis es un maravilloso momento para colaborar, para acercarse, para pedir ayuda y ofrecerla, para negociar mejores condiciones, así como para construir en conjunto nuevos escenarios. Cómo no recordar el ejemplo de la empresa El Ángel —que quedó destruida después del terremoto de Cinchona en 2009— y la decisión de los dueños de seguir pagando los salarios a sus colaboradores, a pesar de haber cesado la producción por el cierre de la planta. Esto generó un efecto en cadena en los consumidores, un interés especial de apoyar comprando sus productos, los cuales siguen presentes en el mercado nacional e internacional.

No debemos olvidar el rostro humano de la crisis, puesto que, como con todo lo que es humano, cada quien experimenta la crisis de una manera distinta, propia. Permitamos que ella nos ayude a solidarizarnos, a crecer, abrazar, perdonar. Y preguntemos ¿qué podemos aprender? ¿Qué podemos hacer distinto de ahora en adelante? Esas son las preguntas importantes, porque, como decía Sócrates, solo es útil el conocimiento que nos hace mejores. Las personas, las familias y los pueblos, pueden elegir cómo atraviesan los tiempos difíciles. ¡Que los nuestros sean para bien!

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